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El sastre de las sombras

Viernes

1

el_sastre_María Jimena despertó agitada; tenía los brazos extendidos y una sensación de vacío en el estómago. En sueños había oído “Sad Brothers”, la melodía de Los Caballeros del Zodiaco favorita de su prima Lila. Esta había ambientado la escena en que Seiya, a punto de morir a manos del Caballero del Oso, recuerda las enseñanzas de su maestra: “Si tu adversario da patadas fuertes, rómpele las piernas; si es bueno con los puños, fractúrale las manos”. ¡Tan bella Lila! Su mirada seguía siendo la de una niña alejada de los afanes del mundo.

Las gotas de lluvia se trenzaban en el ventanal como hilos de plata.

Debía darse prisa porque en menos de una hora llegaría su invitado. Se desnudó frente al espejo del tocador, su pelo negro le acarició los hombros, le cubrió la mitad de la espalda. ¡Estaba radiante! O al menos así se sentía; en sus ojos asomaba un espíritu hambriento por explorarse a sí mismo.

Luego de probarse medio ropero buscando un vestido que le acentuara el busto, se decidió por uno gris con encajes negros. A esa hora Pablo Corsario también debía estarse alistando para su despedida de soltero; el viernes siguiente sería el matrimonio.

Conectó la plancha para el cabello y creyó ver una sombra en la pared: todavía no había pasado nada, y ya se sentía culpable. Miró a su alrededor. Una enorme mariposa detuvo su vuelo sobre el portarretrato que estaba sobre la mesa de noche, sus alas grisáceas cubrieron la fotografía de su prometido.

Tomó del armario una pañoleta y, caminando en las puntas de los pies, se acercó al insecto. Su abuela solía decir que las mariposas que vagaban por las casas eran espíritus visitando a sus seres queridos. ¡Ojalá fuera cierto!, ¡ojalá fuera su prima!

Apuntó y disparó su arma de seda. El insecto aleteó para escapar, pero ya era demasiado tarde.

Sorry, mate, you can’t stay here. This is a private party!

Le dio dos vueltas a la pañoleta, y le anudó las puntas. Hizo con ella una pelota.

—¡Vuela, bonita! ¡Vuela!

La lanzó al cesto de la ropa sucia; esta pegó en uno de los bordes y se ancló al fondo.

—¡Hey, kid, tú tampoco estás invitado!

Alzó el portarretratos y besó a su novio; lo aprisionó en el cajón de la mesa de noche, debajo de las argollas de matrimonio. Allí también guardaba una docena de veladoras y dos pastillas de éxtasis empaquetadas en una diminuta bolsa plástica.

Encendió una veladora; el aroma a sándalo llegó hasta sus pulmones. Todo lo que ocurriera esa noche sería en honor de su prima querida. Lila, donde se encontrara, debía estar feliz por aquella fiesta, especialmente porque su invitado era Lorenzo Traverso, a quien habían conocido juntas en las piscinas del Centro de Alto Rendimiento. Les pareció tan apuesto que sólo por verlo entrenar se inscribieron en clases de natación:

Prima, está buenísimo, mírale la cola, y Jimena que qué abdomen, y que no era Photoshop, y Lila que al menos una de ellas tenía que llevárselo a la cama, y que la una se sacrificaba, y que la otra también lo hacía: que tan sufridas. Y que cualquiera de las dos, que no importaba cuál.

Lo cierto es que Lorenzo y Jimena salieron un par de veces, pero jamás hicieron el amor. Cuando ella estaba lista para hacerle aquel regalo, él terminó el colegio y se fue por un año a Escocia de intercambio estudiantil.

María Jimena terminó de alisarse el pelo y colgó de su cuello un hilo de oro blanco con una pequeña llave que perteneció a su bisabuela. Se acercó al ventanal de la sala: ¡qué ironía!, exclamó, apreciando las luces de Bogotá que se distorsionaban por la danza de la lluvia. Había resultado cierto aquello de que nadie sabía para quién trabajaba, ya que gracias a Lorenzo, su regalo de bodas, había conocido a Pablo, su futuro esposo.

Se aplicó brillo en los labios, los realzó y les dio volumen; los hizo más provocativos. Encendió la chimenea. Su mirada brilló con la combustión del gas en la cavidad cilíndrica, se fundió con el humo que ascendía por el metal celeste incrustado en el techo como una columna. “¿Cómo seducir al mejor amigo de tu novio sin sentirte culpable?”. Debió conservar aquella revista para quinceañeras en la que leyó el artículo con ese estúpido titular. Lo importante era que no estaba siendo injusta con Pablo al regalarse aquel antojito antes de la boda. Él la amaba, y haría cualquier cosa por ella, pero también amaba el respaldo político que el senador Ignacio Soler, padre de Jimena, le daba en su campaña a la Cámara de Representantes.

Sweetie, you’ve earned my betrayal!

Era un interesado, de eso tampoco tenía la menor duda.

El citófono interrumpió sus pensamientos. Se aplicó Poison, de Dior, y salió de la habitación.

En la mesa de centro de la sala, sobre una bandeja de plata, estaba la corteza del árbol de caucho que esa mañana había recogido en el cementerio cuando fue a visitar a su prima Lila. Al día siguiente se cumpliría el tercer aniversario de su muerte.

¿Y si Lorenzo la rechazaba? Debió llamar a Carla, no estaban de más los consejos de la zorra de la clase.

Levantó el auricular sabiendo que jamás la rechazaría.

—Señorita Jimena, la busca el joven Lorenzo Traverso.

 —Gracias. Por favor dígale que suba.

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