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El poeta del instante: entre el decir y el hacer, el lenguaje

Debo el título de esta reflexión ensayística a la lectura de dos poemas de Octavio Paz: “Decir: hacer”[1]y “Antes del comienzo”[2], presentes en su último libro de poemas: Árbol adentro[3].

Entrar al lenguaje del poeta representa un reconocimiento y un autoreconocimiento de la lengua, una crítica asertiva en los pormenores de cada verso y un sacudir a las entrañas de la abstracción. Sin duda, leer y releer a Paz es ejercicio de imaginación, pero también es palestra, representación del mundo, identificación con el otro, presencia, indagatoria de quiénes somos, qué hacemos y hacia dónde vamos. En este sentido, cito a Tomas Tranströmer, otro gran poeta: “Me encuentro con huellas de pezuñas de corzo en la nieve. Lenguaje, pero no palabras”[4].

No puede haber lenguaje sin signos, pero tampoco existe la posibilidad de establecer vocablos en un poema sin una válida dependencia del significado. Imaginemos el escenario siguiente: Paul Valéry, un poeta admirado por Paz, en El Cementerio Marino, habla del mar, pero no es el mismo mar que para el mexicano. Porque el mar es nacimiento y renacimiento, alegoría filósofica del tiempo, acción donde la existencia adquiere un cariz de constante conmoción. Dicho esto, entra aquí el contexto. Para un poeta, la vida adquiere significaciones diversas que se forman en la infancia y se afianzan en la adultez, pero difícilmente esta apropiación temprana del signo se modifica. Al decir de Paz: “No hay pensamiento sin lenguaje, ni tampoco objeto de conocimiento: lo primero que hace el hombre ante una realidad desconocida es nombrarla, bautizarla.”[5]Y, en efecto, el poeta lo hace, pero también el niño lo comienza desde que va aprende y aprehende los referentes acústicos de cada palabra. Por eso, cuando se nombra algo, se inventa y se reinventa. Por lo tanto, el nobel mexicano aboga por el instante y avanza en la configuración del poema como un sujeto presa de su finitud. Está convencido que es, a través del lenguaje, árbol y signo al mismo tiempo; es comienzo, recomienzo, vuelta y ladrón del fuego poético, símil de Prometeo, quien le hurtó este elemento a los dioses.

Ahora bien, contrario a Platón, Paz cree que el poeta asiste al gran teatro del mundo y lo revela: la ciudad. Los bardos no deben ser expulsados de la polis, sino apropiados, porque son ellos quienes logran asir la esencia. Así lo confirma cuando dice en el capítulo “La consagración del instante”, en El Arco y la Lira, lo siguiente:

“El poeta no escapa a la historia, incluso cuando la niega o la ignora. Sus experiencias más secretas o personales se transforman en palabras sociales, históricas. Al mismo tiempo, y con esas mismas palabras, el poeta dice otra cosa: revela al hombre. Esa revelación es el significado último de todo poema y casi nunca está dicha de manera explícita, sino que es el fundamento de todo decir poético.”[6]

Conviene en este punto formular un cuestionamiento que permitar abrir una aproximación como premisa: Si la revelación es el significado final de un poema, ¿lo poético qué es? ¿Qué mejor manera que socavar la melaza del lenguaje para destrabar el cerco poético, sometido y presa de las fronteras lingüísticas? En sí, cuando dice: “Somos un río de latidos”, en el poema “Antes del comienzo”[7], Paz habla del devenir, de aquella máxima de Heráclito: “Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos”. Relativo al instante, todo acto poético se centra en el movimiento del lenguaje y el significado de los signos. Uno y otro convergen y divergen, por lo que ese “devenir” sólo es posible una vez en el “río de latidos”, cuando en el poema los dos entes poetizados, el primero (la voz poética); y el segundo, el sujeto implícito (la mujer amada, dormida en el umbral del amanecer) que consigue ser animado a través de las metáforas que suceden. Unas en pos de otras, que enumero a continuación[8]: “Ya las horas afilan sus navajas” (7), “fluyes y no te mueves” (10), “somos un río de latidos” (16), “Bajo tus párpados madura / la semilla del sol” (17 y 18), “En tu respiración escucho / la sílaba olvidada del Comienzo” (24 y 25).

Siguiendo con el tema, en estos versos donde le metáfora asocia el significado de los términos o vocablos, cada intervención de las palabras tiene como propósito denotar movimiento. Por lo tanto, fluir, madurar, respirar, o sol, ríoy semillason, más que incrustaciones de signos al azar, enunciaciones per sépara construir un poema cargado de evolución, pero también de instantes que se repiten en el cuerpo femenino porque  “la sangre nos junta” y “sólo es cierto el calor de tu piel”.

Por lo tanto, ¿es ahora, hace un momento o lo que será ya está sucediendo? Tales cuestionamientos son los que el poeta plantea, la cual transgrede el camino hacia la premura, congelando a través de imágenes el proceso poético en el tiempo interno del poema.

Pero, los ritmos cualitativos[9](Beristáin, 1995, p.429) arropan, no adornan, todo aquello que envuelve al poema en sí, porque en el uso de un lenguaje en abstracción existe un espacio entre cada palabra, que se define por elementos lingüísticos donde la enumeración – a través del sonido- hace fluir el tiempo, pero al mismo tiempo lo detiene. ¿Cómo sucede esto? ¿En dónde encaja en un poema? ¿O es más un referente distintivo del estilo? Interpretar, en este sentido, que puede ser y suceder más por cierto estilo del autor a una circunstancia azarosa sería erróneo. Mejor dicho, por ejemplo, no leemos en Neruda que el tiempo se detiene, que en la roca el agua golpea hasta la eternidad. Todo lo contrario, en él hay un elongamiento del tiempo, no un hecho estático temporal. En cambio, en el poeta mexicano es diferente. Cito: “La poesía / se dice y se oye: / es real. / Y apenas digo / es real, / se disipa”[10].

Es, en este sentido, “Decir: hacer”, texto dedicado a Roman Jakobson, un poema en el cual tanto la estructura como el tono poético son construidos con un lenguaje más directo, con utilización de verbos en presente, afirmaciones que, dicho sea al paso, dan constancia de la madurez con la que en vez de metáforas e imágenes es posible desarrollar un lenguaje profundo. Dice Octavio: “La poesía siembra ojos en la página, / siembra palabras en los ojos”, pero aquí entra un concepto donde el quehacer humano intelectual se remite a la idea del lector: Paz intercede como un mediador poético, cuestionándose a la inversa por el juicio del lector, delineando el camino para que la hoja en blanco no sea hoja en blanco, sino un acto poético, signo y solaz advenimiento del lenguaje.

En el poema de “Decir: hacer”, el tiempo ya es, ya fue, pero sigue siendo, como una ola en donde el agua se conmueve para siempre. La poesía en Octavio Paz es presencia, instante, sacralidad; y lo que es sagrado es eterno. No por lo anterior significa que es inmaculada; todo lo contrario. Paz se arriesga y habla de “tocar el cuerpo de la idea” porque “los ojos se cierran, /las palabras se abren”. Imaginemos el ejercicio de imaginación siguiente: dar forma y materia a un cuerpo es crear y recrear un estado de la vida; sin embargo, falta algo: aquello que hace surgir a una idea. ¿Y qué es esto? La esencia. Portador del lenguaje, el poeta no deja escapar el irremediable canto del pájaro ni el signo que reclama a una realidad absorta: el ser. Es él por quien leemos a través de la frase los ritmos acentuados y no acentuados que están dentro de este texto que, paradójicamente, es una repetición de otros poemas. En este sentido, Paz tiende al entrelazamiento de voluntades poéticas a través del ritmo y una sintaxis donde el verbo antecede al sustantivo o adjetivo sustantivado; donde la tríada dialéctica de la tesis, antítesis y síntesis se desarrolla para culminar en una aproximación de lo que es el tema y la poesía, en este caso que son uno mismo. Recordemos otros textos pacianos como “Piedra de sol”, “Himnos entre ruinas”, “El nocturno de San Ildefonso” o “El cántaro roto”[11], los cuales en su constitución formal se inclinan hacia una extensión más larga y donde el tono es el de un poeta en proceso de maduración, pero tienen la comunión, con estos otros poemas de Árbol adentro, de utilizar la misma fórmula sintática. Dicho de una manera más coloquial, la sintaxis en los poemas de Paz tiene una misma columna vertical. Ya en su última etapa como escritor -que corresponde precisamente a este libro- se nota que el poeta se ha despojado de adornos y vuelve al origen, al concepto convertido en lenguaje poético.

[1]Paz, Octavio. “Gavilla”, dentro de Árbol adentro,en Lo mejor de Octavio Paz,Ed. Seix Barral, 1989, 358 pp.

[2]Ídem.

[3]Ídem

[4]Tranströmer, Tomas. La plaza salvaje, Versión de Roberto Mascaró, , 1983, Ed. Nórdica Libros S.A., 2010.

[5]Paz, Octavio. El arco y la lira, Cap.: “El lenguaje”, Ed. FCE, 2003, 30 pp.

[6]El arco y la lira, Cap.: “La consagración del instante”, 189 pp.

[7]Paz, Octavio. Árbol adentro, poema “Antes del comienzo”: 330 pp.

[8]Considero pertinente referir solamente las metáforas que hablan del tiempo y el instante, en vez de citar todo el poema.

[9]Beristáin, Helena. Diccionario de Retórica y Poética, Ed. Porrúa, 1995., pp. 508.

[10]Paz, Octavio. Gavilla, poema “Decir: hacer”: pp. 289.

[11]Consideré necesario enumerar estos 4 poemas para reforzar el punto. Ver: La estación violenta: poemas escritos entre 1948 y 1957).

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