En la mañana del 7 de diciembre de 1941 trescientos cincuenta y tres aviones de la Armada Imperial Japonesa atacaron sorpresivamente la base naval estadounidense de Pearl Harbor, ubicada en Hawái. De la ofensiva resultaron más de dos mil cuatrocientos marinos muertos y casi mil doscientos heridos, el ataque destruyó buena parte de los acorazados, cruceros, destructores y buques allí emplazados, y veinticuatro horas después Washington le declaró la guerra a Japón. Tres días más tarde Alemania e Italia hicieron lo propio con Estados Unidos. Pero un día antes del desastre, el sábado 6 de diciembre, la policía de Los Angeles descubrió los cadáveres mutilados de un matrimonio japonés y de sus dos hijos, los Watanabe. El asesinato se había llevado a cabo simulando seppuku, práctica ritual que implica el suicidio con espada y que se ejecuta abriéndose el cuerpo en canal desde el vientre hasta el abdomen.
Con esos dos episodios misteriosamente relacionados da comienzo Perfidia, la última novela de James Ellroy (1948), que sigue durante veintitrés días una serie de acontecimientos que pusieron en marcha no solo la decisión yanqui de intervenir militarmente en la Segunda Guerra Mundial, sino también la de dar comienzo a una caza indiscriminada de japoneses residentes en California, la mayoría de ellos ciudadanos legítimos, su posterior encierro en campos de concentración y la incautación de todos sus bienes.
Cuatro líneas narrativas darán continuidad a la historia, protagonizadas por el violento e inescrupuloso sargento Dudley Smith, un irlandés adicto a la bencedrina y amante ocasional de la actriz Bette Davis; el buen teniente William Parker, alcohólico, católico y fervoroso anticomunista; el criminólogo forense Hideo Ashida, brillante, algunas veces honesto, otras corrupto, homosexual en un mundo de homófobos y descendiente de japoneses en una tierra que ha comenzado a perseguirlos; y Kay Lake, una muchacha de veintiún años, hermosa, casquivana, que Parker infiltra en lo que supone es una célula de simpatizantes de izquierda. A través de ellos la trama irá creciendo en profundidad y amplitud, al tiempo en que se avanza en una investigación deliberadamente fraudulenta. Ello permitirá ir descubriendo, entre otras cosas, las maniobras de un puñado de empresarios que han planeado la construcción de autopistas y accesos en terrenos antes fértiles o poblados, gran parte propiedad de emigrantes nipones.
Una buena coartada
Con Perfidia, según sus declaraciones, Ellroy da comienzo a su segundo Cuarteto de Los Angeles, que ya tenía una primera entrega formada por las novelas La dalia negra (1987), El gran desierto (1988), L.A. Confidencial (1990) y Jazz blanco (1992), y que abarcaba el período que va de 1946 a 1959. En medio de su generosa producción, también escribió lo que dio en llamar su Trilogía Americana, integrada por América (1995), Seis de los grandes (2001) y Sangre vagabunda (2010), que comprendía el tramo entre 1958 y 1972, y en el que algunos acontecimientos políticos tomaban una relevancia que no se había hecho presente en su obra hasta ese momento.
Las casi 800 páginas de Perfidia son una ráfaga incesante, disparada desde el uso cada vez más vertiginoso y austero del lenguaje: frases y párrafos cortos, aliteraciones, imágenes breves pero apabullantes, síntesis descriptiva, metáforas despiadadas, violencia manifiesta, acción, pura acción. Ellroy es capaz de pintar la brutalidad de una época en una sola sentencia: “Él huía. Ella huía. La guerra atraía a los fugitivos. Un filipino apuñaló a un chino la noche anterior. Tenía coartada: ‘Pensaba que era un japo’”, en tanto va introduciendo a un grupo de personajes de carne y hueso (entre otros el capo mafioso Benjamin Siegel, el espía británico Jim Larkin, el gobernador de Nueva York Fiorello La Guardia, el alcalde de Los Angeles Fletcher Bowron) que protagonizaron en aquellos años –o directamente promovieron– una xenofobia feroz. Sergei Rachmaninoff, Count Basie, Clark Gable, Joan Crawford, Cary Grant, Bob Hope, Bette Davis: ellos también van y vienen, surcan esa marea confusa de sexo y drogas sin que el lector jamás tenga que preguntarse cómo o de dónde salieron estos fantasmas tan famosos y tan reales, en tanto a modo de constante ruido de fondo suena el bolero “Perfidia”, del mexicano Alberto Domínguez, en la versión de Glenn Miller.
“Un consejo”, le dijo Ellroy a principios de febrero en Barcelona al periodista argentino Patricio Zunini (Infobae): “nunca muestres a los personajes históricos establecidos como John Fitzgerald, Kennedy, Martin Luther King o J. Edgar Hoover en un contexto real. Muéstralos en privado. Porque la mayoría de los hombres, hasta los más célebres, pasan la mayor parte de su tiempo fuera de la vida pública”. Y de inmediato agregó: “Esa es la gran arma de mis grandes novelas históricas: te doy la infraestructura secreta de los grandes acontecimientos públicos. Si la vida de estos individuos en privado te conmueve, te impresiona, te deja boquiabierto, yo gano credibilidad y la historia que te presento gana veracidad”.
“No hablo del presente”
Cada vez más sabio, cada vez más vanidoso, cada vez más misántropo, Ellroy se define como un poeta de la obsesión. “Escribo personajes interesantísimos basados en la obsesión. Además, es un regalo que yo le doy también al lector, al obligarlo a leer mis libros de manera obsesiva”, dijo en la misma entrevista, para agregar luego que él no se considera un escritor de novelas policiales sino de novelas históricas: “No hablo del presente, no hablo de nada actual. No tiene ningún atractivo. Yo vivo la historia, me encanta la historia, y las tramas que escribo no tienen ninguna intención de reflejar absolutamente ningún aspecto contemporáneo. Hay que desprenderse de la idea de que la historia existe para hablarnos del presente”.
Los personajes de Perfidia ya formaron parte, en su gran mayoría, de sus otros libros, lo que nos habla de un universo que él empezó a elaborar desde sus primeros títulos, como Sangre en la luna (1983), A causa de la noche (1984) o La colina de los suicidas (1986). Al final de la novela hay un índice de nombres que ocupa cuatro páginas, y que da cuenta de ellos y de las historias en las que ya intervinieron, lo que testimonia que hace más de treinta años que el escritor convive con esas criaturas inspiradas en la turbia realidad de Los Angeles, la ciudad que terminó de forjarse como tal precisamente tras los acontecimientos que aquí son descritos. Y es que quizás después de Dashiell Hammett y de Raymond Chandler no haya surgido otro escritor tan fastuoso en el marco de un género que el propio Ellroy sostiene no transitar.
Perfidia, de James Ellroy, Literatura Random House, Barcelona, 2015, 780 páginas