Hace más de un año publicaba un artículo en esta misma revista a propósito de Chris Kyle, el francotirador norteamericano que, siguiendo el precepto del Nuevo Testamento, de Quien a hierro hiere, a hierro muere, encontró el fin de sus días tiroteado por otro aficionado a las armas de fuego al que el ex seal instruía en el manejo de esas armas letales. Titulé dicho escrito Cazadores de humanos.
Vuelve a la actualidad Chris Kyle a raíz de la película que sobre sus hazañas ha filmado Clint Eastwood y que tiene opciones para los Oscar de Hollywood. A pesar de mi admiración por el cineasta norteamericano y por algunas de sus películas que permanecen en mi retina (Bird, Million Dolar Baby y Mystic River) no sé si voy a decidir ir a verla.
Para nadie es un secreto el talante ultraconservador de Clint Eastwood y su apoyo acérrimo al partido republicano, aunque nada de todo esto se trasluzca en su cine, afortunadamente, y aunque así fuera no pasaría nada. John Ford sigue despertando mi admiración absoluta pese a que era un conservador a ultranza y muchas de sus películas sean un canto a la milicia. Pero en el caso de American Sniper, en España titulada El francotirador, me temo que Harry El Sucio ensalce al personaje con el adjetivo de patriota según he leído en las reseñas que sobre la película han ido apareciendo.
La hazaña de Chris Kyle era eliminar enemigos, hasta 250, razón por la que fue condecorado. Mataba malos, según ese simplismo norteamericano que tanto detesto. Matando a esos malos, salvaba a los buenos. Los buenos eran los que habían invadido Irak, bombardeado a su población, destruido un país quizá para siempre. Pero todo en esta vida es un punto de vista. Los malos para los sanguinarios psicópatas del Estado Islámico son esos pobres occidentales que caen en sus manos y degüellan como corderos, mirando a La Meca, y por eso no pestañean cuando rebanan el cuello de sus víctimas.
Las guerras son brutales y estúpidas y las declaran los que nunca van a ellas. Las guerras, últimamente, se han hecho para enriquecer a corporaciones, simple y llanamente, o por situar peones estratégicamente en el tablero mundial. No hay cosa más absurda que matar a un tipo, con el que a lo mejor te tomarías una cerveza, porque está en la trinchera contraria. Pero dentro de la brutalidad que todo conflicto bélico conlleva, el francotirador tiene un plus de bestialidad añadida. Él observa atentamente por la mira de su rifle, selecciona a su víctima, la ve durante los segundos que va desde que sitúa su cabeza en el visor de su arma y aprieta el gatillo. Lo caza. De alguna manera no mata a desconocidos y, además, lo hace con una insoportable sangre fría. De francotiradores eficaces estaba llena la guerra de los Balcanes, tipos que disparaban primero a los niños, luego a las madres que acudían en socorro de estos y más tarde a las padres, siguiendo una lógica asesina endiablada, y lo hacían porque ellos, los francotiradores serbios, eran los buenos, y los civiles bosnios, los malos. Punto de vista, siempre.
Puede que Clint Eastwood, un tipo que tiene un talento inmenso cuando se le pone un buen guion delante, hasta humanice al desaparecido Chris Kyle y consiga que el espectador empatice con él. También se hizo una película sobre Richard Kuklinski, El hombre de hielo, que asesinaba, y mucho, superando incluso la cifra de Chris Kyle, para que los suyos, su esposa amantísima y sus tres hijos, tuvieran una vida más digna y acabó sus días no condecorado sino en una penitenciaría. Para ambos, para Kuklinski y para Kyle, sus víctimas eran absolutamente prescindibles y como no merecían vivir las sacaron del mundo.
¿Fue Chris Kyle, alguien que hizo de la muerte su profesión, un patriota? Tengo mis dudas. Quizá vaya a ver la película de Clint Eastwood para salir de ellas.