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El oficio de leer


Por Carlos López-Aguirre

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En su libro Alfabetos, Claudio Magris confiesa que el primer libro que leyó en su vida fue Los misterios de la jungla negra de Emilio Salgari. Aquella revelación me causó una gran curiosidad, pues fue también el autor italiano, a través de El Capitán Tormenta, como me introduje en el mundo de los libros, aunque en realidad el primero que leí en mi vida fue Mi primer Cantar de Mío Cid, una versión infantil ilustrada que todavía descansa en el librero de casa de mis padres.

La lectura de aquellos libros, abrieron la puerta a otros títulos, como Hamlet de William Shakespeare, Aura de Carlos Fuentes o Cien años de Soledad de Gabriel García Márquez, que fueron vitales para que la lectura se convirtiera en una pasión que me acompaña hasta el día de hoy. Gracias a ellos supe que en la vida existía el valor, el desprecio, el interés, la traición, la cobardía y la nobleza.

Sin embargo, con el paso de los años he comprendido que lectura va más allá de los libros. Leer es un oficio que practicamos desde el mismo momento de nacer.

Porque leer es interpretar. Y eso es lo que hacemos todos los días, en todas partes y en todo momento. Interpretamos todo lo que vemos y sentimos. Cada cosa que nos sucede o que pasa a nuestro alrededor son pequeñas historias que vamos leyendo y a las cuales les damos un sentido a partir de nuestra experiencia, que no es otra cosa que lecturas viejas y las constantes relecturas de uno mismo.

Como en todo oficio, la única forma de lograr dominarlo es con una práctica constante. Y son los libros los instrumentos que utilizamos para lograrlo. Estos pequeños objetos, hechos de papel o de luz, están llenos de palabras, de lenguaje: el único medio con el que contamos para interpretar, reflexionar y crear nuevas ideas.

Sin palabras, no hay pensamiento.

Porque a través de la lectura obtenemos nuevas perspectivas, transformamos nuestros pensamientos, formamos criterio. En los libros, más que obtener respuestas, encontramos nuevas preguntas: nos volvemos curiosos, (auto) críticos y un tanto escépticos, pero al mismo tiempo más abiertos y tolerantes.

La única manera de que los libros logren todo esto en nosotros depende del gusto que tengamos por la lectura. Porque ante todo, leer es un acto de libertad. El academicismo y la obligación han ahuyentado a miles de niños y jóvenes que no han tenido la oportunidad de gozar con una buena historia o no han aprendido algo nuevo del mundo o de ellos mismos. Porque recordemos que los libros no son sólo literatura, narrativa o poesía. También existen libros nobles de conocimientos que ofrecen grandes momentos a quien se interesa en ellos.

Sin embargo, el simple hecho de leer no nos concede en sí mismo ni la libertad ni la felicidad. Hay gente que nunca ha leído un libro en su vida, como por ejemplo mi abuelo, nunca aprendió a leer y a escribir, y no obstante ha sabido interpretar y leer perfectamente eso que llaman la realidad. Quizá con un poco más de ingenuidad (o quizá sea yo el ingenuo al pensarlo), pero eso no les ha impedido tener una vida.

Así nosotros, los que amamos los libros, comenzamos nuestra lectura precisamente cuando hemos leído hasta la última línea. Entonces pensamos y sentimos cada una de esas palabras y las llevamos a la vida misma.

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