“La mujer que amé se ha convertido en un fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones” escribió Juan José Arreola. Al igual que un amor perdido, las ideas, los temas, también se convierten en fantasmas. Y la cabeza de los redactores, en el lugar de sus apariciones. La maldición se presenta el día que en mi mente se manifiesta el siguiente poltergeist: ¿Qué pasa con el microrrelato? ¿Por qué se practica últimamente tanto? ¿O no se practica tanto? ¿Será sólo un presentimiento de mi subconsciente? ¿Una impresión provocada por las horas excesivas que me paso metido en las redes sociales y otros parajes de Internet, bombardeado por propuestas de concursos e indulgentes autopublicaciones de todo pelo? ¿Tendrán los lectores la misma percepción que yo? ¿Habrán visto el mismo fantasma? ¿Les interesará un artículo sobre el estado del microrrelato en la actualidad? El poltergeist, mientras arroja al suelo una vajilla y vuelca una mesa metálica, responde: Hay una manera de averiguarlo.
Y me veo metido en esto que usted lee.
¿Qué se yo de microrrelato? Poco. Nada. Intuiciones. Lo que sé de microrrelato apenas da para un microrrelato. Semanas atrás leí un artículo de divulgación científica que me conmovió. Hablaba de los fenómenos luminosos transitorios en las tormentas. Relámpagos coloreados de cientos de kilómetros que se producen en la ionosfera. Los estudiosos los llaman duendes en honor a Shakespeare y sus personajes de El sueño de una noche de verano. ¿Por qué? Porque, a pesar de su fastuosidad, son tan efímeros que ningún científico los observó y clasificó hasta hace apenas unas décadas.
Algo así pasa con el microrrelato. Podríamos llamarlo el duende de la literatura. El Robin Goodfellow. Como si, al terminar las siete palabras que lo componen, El dinosauro de Monterroso hubiera de pedir disculpas al lector: “Si las sombras os hemos ofendido…” El microrrelato: otro poltergeist que irrumpe para revolver la casa y se larga dejándolo todo patas arriba sin que nadie lo haya visto. Demasiado veloz como para demostrar su existencia en una sola lectura. Demasiado juguetón y colorido como para que lo tomemos en serio al primer contacto. Pero tan grande como queramos concebirlo.
Yo, mediante prejuicios, asocio el género hiperbreve a tres conceptos: Latinoamérica, Internet y fantasía. Pero es lo que yo pienso, y qué voy a saber yo. Así que prefiero liberarme de complejos y preguntar a quienes realmente dominan el tema que nos ocupa.
Decido empezar por el editor Juan Casamayor. La editorial que dirige, Páginas de Espuma, ha publicado al menos 15 títulos de cuento hiperbreve. Le pregunto, en primer lugar, de dónde viene esa apuesta tan seria por un género tan minoritario:
“Vino dada por la indispensable labor de Clara Obligado, que tiene su arranque en otoño de 2002. Su visión y sensibilidad por las dos orillas creativas del género, reales y simbólicas, nos abrieron el camino para profundizar en él. De Fernando Iwasaki a Juan Jacinto Muñoz Rengel, pasando por la reina Ana María Shua, José María Merino, Espido Freire, Ángel Olgoso, Juan Pedro Aparicio, Flavia Company, Patricia Esteban Erlés o, en breve, Eduardo Berti. Han enriquecido el catálogo y aportan distintas opciones para el lector de lo brevísimo.”
Juan es optimista en cuanto a la aceptación que se va ganando el género. Según él, el micro está creciendo. Disfruta de un lector fiel y acumulativo, sin importar que hablemos de España o de Latinoamérica: “Este lector recibe bien todo lo que se va publicando. Y es que el microrrelato constituye un magnífico género para formar lectores.”
Comento con Juan aquellas primeras intuiciones que se me vienen a la mente al pensar en el microrrelato: Latinoamérica, el fantástico, Internet. Le pido su opinión.
“Creo que más allá de etiquetas geográficas, el género del microrrelato es un terreno idóneo para lo fantástico. En Latinoamérica y aquí. Si entendemos por fantástico, como explicaba Tzvetan Todorov, ‘como un momento de duda de un personaje de ficción y del lector implícito de un texto’, qué mejor duda que la que produce la elipsis y la sugerencia de la brevedad de lo micro. En cuanto a Internet, pienso que es un espacio más en el que autores y lectores se encuentran. En todo caso, es destacable subrayar que es Internet la que aprende de los géneros y no al revés. Los blogs son herederos de la crónica, la columna, la estampa; el tuit, del aforismo o el verso. El microrrelato se mueve como pez en el agua en ese medio.”
Después de esta primera charla, el próximo contacto lógico era Clara Obligado. Conozco el nombre de esta autora argentina, no sólo por sus libros, sino también por su incansable vocación docente: siempre mantiene talleres en marcha. Le pregunto sobre Por favor sea breve, la primera antología en la que trabajó para Páginas de Espuma, en 2002, a la cual siguió, 10 años más tarde, Por favor sea breve 2, en la que “se incluía a más españoles y también a más autores jóvenes”.
“Yo utilizaba muchos microrrelatos en mis Talleres de Escritura Creativa, y me venía bien un libro que los reuniera. Un micro hace que no tengas que recurrir a fragmentos, sino a textos completos. Lo que ignorábamos era el impacto que iba a tener la antología. Uno de mis objetivos era poner en contacto a las dos orillas. Creo que el libro sirvió para que los autores se conocieran entre sí, rompiendo las barreras de los nacionalismos, que siempre empobrecen la literatura, y poniendo el acento en el idioma común.”
Clara me cuenta que en aquel momento el género tenía, evidentemente, más peso en Latinoamérica que en España, a pesar de que haya críticos españoles a los que les cueste reconocerlo. “Sin necesidad de salir de México ya encontramos una cantera de autores de primer orden. Luego tenemos a Borges, Cortázar, Denevi, Silvina Ocampo, Monterroso, Torri, Arreola, Piñera y muchísimos más. Y sólo estoy mencionando a algunos clásicos latinoamericanos. Forman un conjunto de escritores que no puede compararse con lo que sucedía en la Península en el mismo período.” Pero no le da demasiada importancia a esto. En España hubo una guerra civil y una dictadura especialmente represiva, lo que no supone el mejor terreno para la experimentación literaria. De todas maneras, Clara termina afirmando que esa confrontación, algo artificial (no se puede comparar un solo país con un continente) y con un regusto colonialista (esto lo digo yo), no le parece interesante.
“Tal vez porque soy una latinoamericana que vive en España tiendo a buscar más bien la importancia de los textos que a incidir en el lugar donde fueron creados. Las barreras nacionales ponen, creo, el acento en una casualidad, que es dónde ha nacido una persona, y no en su historia, su punto de vista, su decisión.”
Aparte de eso, a Clara sólo me restaba preguntarle si había visto un cambió en la consideración del género entre lectores y profesionales.
“Cuando hice la primera antología me costó bastante encontrar textos producidos en la Península. Hoy es imposible conocer a toda la gente que está escribiendo, y no textos aislados, sino libros de muy buena calidad. Además, hay muchas más mujeres que se dedican al género, y que dan temas y perspectivas nuevas, con una enorme potencia. Los concursos proliferan, las ediciones, los congresos. Creo que el micro goza de un espléndido estado de salud.”
Sigo tirando del hilo. El siguiente pez que no podía faltar en la cesta era Ana María Shua. La también argentina es conocida como ‘La Reina del Microrrelato’, aunque, según me cuenta, nunca fue esa su intención. Porque Ana María Shua, además de practicar el micro, es poetisa y novelista. E incluso ha sido publicista. En Argentina, ya había alcanzado un importante éxito en novela (Los amores de Laurita) y eso, según ella, fue lo que le permitió publicar su primer libro de ficciones brevísimas, La sueñera. Le pregunto con qué condiciones se encontró cuando se planteó aquella proeza.
“Nada, ninguna condición. Publicar microrrelatos era imposible, igual que siempre. Mi caso es único. Podría hacerte una larga lista de todas las editoriales que rechazaron La sueñera. Pero también entonces tuve la suerte de conocer a un gran editor, Marcial Souto, que se enamoró del libro y me lo publicó en una colección de…¡ciencia ficción!”
Lo que le sorprende es que en España el proceso se haya dado a la inversa. Aquí ha sido el género hiperbreve el catalizador de la difusión de su obra. Fue, precisamente, la editorial Páginas de Espuma la que apostó por ella. Primero, con Temporada de fantasmas. Y luego, lanzándose de cabeza a una imprevisible piscina con Cazadores de letras, que recopilaba en un volumen cuatro libros y pico de textos, 900 páginas de microrrelatos.
“Yo estaba segura de que iba a ser un fracaso muy caro, y en lugar de eso sirvió para presentarme ante el público español como una autora seriamente dedicada al género. ¡Ahora estoy un poco celosa de mi misma y me gustaría que el público español conociera también mis novelas!”
Vuelvo a insistir en preguntar por diferencias entre América Latina y España. Y de nuevo me sorprende otro punto de vista muy diferente al de los anteriores consultados. Para Ana María, en América Latina hay un mayor interés por parte de los críticos, pero pocas editoriales dispuestas a arriesgarse con el género y poco aumento del número de lectores.
“Sin duda teníamos una tradición fuerte. Todos nuestros grandes maestros del cuento trabajaron también el micro. La primera antología latinoamericana fue publicada en 1955 por Borges y Bioy Casares: los Cuentos breves y extraordinarios. Cortázar, Marco Denevi, entre muchos otros, eligieron escribir brevísimo. Y sin embargo eso no hizo crecer el número de lectores interesados en el género. En cambio hay cada vez más autores. En España veo un panorama más alentador, hay varias editoriales dispuestas a apostar a los micros.”
Para terminar, Ana María Shua desvela un peligro que trae consigo la práctica del microrrelato. No será la última persona en mencionarlo:
“Por su brevedad el microrrelato atrae a muchísimos subescritores que forman pequeñas sociedades de elogios mutuos y no le hacen especialmente bien al género. Pero bueno, a la poesía le pasa lo mismo.”
Sin ninguna duda, el entorno de la editorial Páginas de Espuma ha sido muy importante para la difusión actual del microrrelato en España. Pero, por supuesto, una vez prendida la curiosidad, tenía que indagar más allá. Contacto con el peruano José Luis Torres Vitolas, novelista (Albatros, Lengua de Trapo, 2013) pero también autor de micro (L, editorial Albatros, 2010). Además, ha fundado la pequeña pero gran editorial Casa de Cartón. En ella acaba de publicar el interesantísimo Microndo, del escritor panameño Pedro Crenes, y, antes, Matar en casa, de Jesús Urceloy, y El camino y otros pasos, de César Gavela. Todos ellos (una buena cantidad, teniendo en cuenta la juventud de Casa de Cartón) se adscriben al microrrelato.
“Me fascina la eficacia y la eficiencia que exigen este tipo de textos. Crear una historia con tan poco obliga a realizar un esfuerzo muy grande con el lenguaje. Es exprimir al máximo todo lo que una palabra puede dar, así esté o no presente. Así esté o no puesta una idea, una imagen, etc. Como escritor me fascina la idea de alcanzar la óptima cantidad de recursos (todo lo innecesario se desecha) para construir una historia.”
José Luis demuestra, como todos los entrevistados, un gran amor por el género. Una adhesión muy unida a la necesidad de jugar, de experimentar, de probar técnicas nuevas y distintas. Me explica, incluso, una herramienta que habitualmente emplea para escribirlos: el Critical Path Method (CPM). Éste método algorítmico surge en el entorno de la administración y gestión de recursos (fue creado para las multinacionales DuPont y Remington Rad), para calcular la manera óptima de llevar acabo una tarea. Torres Vitolas no duda en aplicarlo a su obra literaria.
“Esta herramienta se utiliza sobre todo para obtener los mejores resultados en proyectos que exijan estas tres condiciones: ser únicos, no repetitivos; ejecutarse en un tiempo mínimo, el menor posible; optimizar el uso de recursos, usar solo los indispensables. ¿No suena a microrrelato? Aplicar esto a un texto literario es fabuloso.”
A pesar de que celebra el momento dulce que el género hiperbreve está atravesando, Torres Vitolas advierte de que no todo lo que se difunde, especialmente a través de Internet, tiene el mismo valor:
“Se confunde a menudo brevedad con rapidez. Los textos breves tienen ahora mayor presencia y difusión en la red, pero, lamentablemente, sólo un porcentaje ínfimo corresponde a microrrelato. Por suerte, y tal vez peque de optimista, me parece que las grandes obras terminarán dándose a conocer. Quizá tarden un poco más, dada la sobresaturación que vemos ahora. Pero saldrán, sin duda.»
Antes de despedirnos, Torres Vitolas me habla de la profesora Irene Andrés–Suárez, que antologizó microrrelatos para Letras Hispánicas, (Antología del microrrelato español (1906-2011): El cuarto género narrativo, Letras Hispánicas, 2012). Lamentablemente, la profesora vive en Suiza y no logramos establecer contacto. De todas formas, introduzco su nombre en Google y, efectivamente, encuentro que su nombre figura a menudo en estudios y tesis sobre el asunto. Un artículo escrito por ella en 1994, Notas sobre el origen, trayectoria y significación del cuento brevísimo, fue de los primeros en intentar limitar la definición y el contexto del género. Dicho artículo fue publicado por la memorable revista Lucanor, una publicación pamplonesa dedicada al cuento que existió entre los años 1988 y 1999. Uno de los fundadores y directores de aquella revista fue Joseluís González, mi primer profesor de escritura creativa, allá cuando yo estudiaba en la Universidad de Navarra. Enseguida recordé que, en aquellas clases, Joseluís le daba una importancia destacada a, efectivamente, el cuento hiperbreve.
“El primer artículo acerca del microrrelato que apareció en Lucanor”, aclara Joseluís González, “fue el de Paqui Noguerol, una jovencísima profesora que venía de la Universidad de Sevilla y ya estaba ejerciendo la docencia en la de Salamanca: Sobre el micro–relato latinoamericano. Cuando la brevedad noquea. Apareció en el número 8, en 1992. El trabajo de la profesora Irene Andrés–Suárez apareció dos años más tarde, y ni siquiera empleaba la denominación ‘microrrelato’ sino ‘cuento brevísimo’. Pero el pionero en Lucanor fue, en su segundo número, de 1988, un cuento escandalosamente breve de Antonio Pereira, de una caudalosa frase: El novelador, al que después cambió de título por uno mucho mejor: Picassos en el desván.”
La labor de difusión del microrrelato por parte de Joseluis no se detiene ahí. En 1990 propuso al director de Nuestro Tiempo, la principal publicación de la Universidad de Navarra, la creación de Dos veces cuento. El título de esta sección se inspiraba en el famoso aforismo de Baltasar Gracián, ‘Lo bueno, si breve, dos veces bueno’, reconvertido para la ocasión en la siguiente máxima: ‘El cuento, si breve, dos veces cuento’. La fórmula me parece descriptiva en una precisión milimétrica, y no me cuesta imaginar a Ana María Shua, Clara Obligado, Torres Vitolas, y los demás autores y maestros de los que hablaré más adelante, suscribiéndola. En aquella sección para Nuestro Tiempo, Joseluís escogía un microrrelato cada mes. La labor no es tan fácil como parece, dado que estamos hablando de unos años en que el género no se encontraba tan cimentado como ahora. Pero Joseluís esgrimió un inagotable espíritu lector e investigador.
“Con otro amigo, Peter de Miguel, estábamos enfrascándonos en la aventura de montar una editorial: Hierbaola. Leíamos incansablemente. Nos empezaron a llamar la atención rarezas de ciertos libros, que cobijaban piezas narrativas minúsculas, osadamente breves, y con un poder sugerente y fabulador impresionante. Llegó a mis manos un librito excepcional, Dentro de un embudo (1973) de Antonio Fernández Molina. Además localizamos una maravillosa antología de un profesor singular, traductor atrevido, innovador: Antonio Fernández Ferrer, La mano de la hormiga. Aquí está, a mi modo de ver, el verdadero germen y la paternidad auténtica de quien dio impulso y conocimiento y reconocimiento al microrrelato en España. Entre quienes guerrearon en la avanzadilla debe también figurar un artista especial, Antonio Beneyto, que recopiló una colosal antología titulada Manifiesto español, en 1973, con un amplísimo despliegue de muestras de cuentos de todos los tamaños y tendencias.”
Toda este trabajo quedó recogido en una antología de microrrelato pionera, titulada de la misma forma que aquella sección de Nuestro Tiempo: Dos veces cuento (Ed. EIUNSA, 1999). Joseluís encontró una acogida “gradualmente favorable”, especialmente entre la crítica académica, que comenzó a prestar ojos al género, mientras que las creaciones iban multiplicándose. Lucanor y Nuestro Tiempo fueron un engranaje más de ese proceso. En cuanto a la evolución del género en la actualidad, estas son sus palabras:
“Habitualmente hacemos equivaler la idea de evolución con la de progreso. En el microrrelato se da una clara proliferación. Quizá con el peligro de la asfixia, de la metástasis, en sentido etimológico (una propagación que conquista lugares inusitados): un concurso organizado por unos grandes almacenes, un bar, el mismísimo Consejo General de la Abogacía Española, una sombrerería, un programa de radio que procura atraer audiencia, una concejalía… Algunos podrían hablar incluso de intrusismo, de diletantismo, de banalización… Por otra parte, confío en que los buenos textos no naufraguen en las oceánicas extensiones de Internet y las redes sociales. Siempre habrá quien recupere botellas y quienes descifren los mensajes. Lo bueno sobrenada por encima de la mediocridad.”
Otro de mis maestros, Ricardo Sumalavia, también le otorgaba una gran importancia al microrrelato. Su muy recomendable taller virtual, La Cueva, dedica periódicamente cursos a este género en exclusiva. De la misma forma que Clara Obligado, Ricardo confía en el micro para trabajar sobre textos completos, de forma más práctica. Además, se estrenó como autor de microrrelato muy joven. Su obra, Habitaciones (Ed. Pedernal, 1993), fue publicada teniendo él 25años.
Ricardo sí destaca la gran importancia para la difusión del género que ha supuesto Internet y las redes sociales. Según él, actualmente el libro de microrrelato acaba siendo “la coronación de unos textos cuya la trayectoria ya fue iniciada en las redes sociales”. En este sentido, según Ricardo, cabría valorar aquellos que presentan una unidad, en lugar de los que resultan una acumulación de títulos desordenados. Por tanto, ya no existen fronteras para el género entre Latinoamérica y Europa (Ricardo vive en Burdeos desde hace muchos años).
“También es bueno que sea así porque, a diferencia del cuento, los rasgos del microcuento ya no se evalúan en términos nacionales, sino globales. Hay tal retroalimentación y a una velocidad increíble, que los autores mexicanos tienen las mismas exigencias y preocupaciones que los españoles, así con otros países.”
También, por supuesto, existen aspectos negativos, (que recuerdan lo que Torres Vitolas decía acerca de que ‘no todo es microcuento’, o lo que Joseluís González apuntaba acerca de la ‘metástasis’).
“Se da mucho microcuento de pésima calidad pero que recibe ‘likes’ de centenares de personas que ni siquiera se tomaron la molestia de leer esas tres líneas. Es lo que quiero pensar. De lo contrario tendría que afirmar que hay mucho tonto entre los lectores.”
Pero, en definitiva, ve con buenos ojos cómo se ha ido afianzando el género en las distintas editoriales que apuestan por él, además de la celebración de cada vez más congresos al respecto. Además, los castellano hablantes podemos presumir de innovadores en este campo.
“Todo lo que te digo se refiere al microcuento en español. Vivo en Francia y doy fe de que este género no tiene ninguna importancia entre los lectores. Es muy curioso, teniendo en cuenta la gran tradición cuentística francesa.”
Para terminar con esta breve aproximación al microrrelato, quería acercarme a algún autor joven que hubiera apostado por el género en alguna publicación reciente. También podría haber optado por otro perfil y soy consciente de que me dejo en el tintero a muchos escritores importantes que lo han practicado con dedicación y orgullo (Fernando Iwasaki, Patricia Esteban Erlés, Andrés Neuman, Juan Pedro Aparicio…) Escogí de entre todos a Juan Jacinto Muñoz Rengel por pura preferencia personal. Porque su Libro de los pequeños milagros (o, como algunos lo conocemos ya familiarmente, El perriquito) responde a lo que, para mí, debe provocar la lectura de una recopilación de microcuento. Esa sensación de haber visto un fantasma cada vez que se lee uno de ellos. Esa imposibilidad de mantener las cejas en la misma posición cuando se comienza una pieza (cejas contraídas como sendas flechas que señalan la punta de la nariz) que cuando se termina (cejas arqueadas de golpe, provocando una onda expansiva de surcos en la piel de la frente, como una piedra arrojada a un estanque).
Para Juan Jacinto, lo mejor de practicar microrrelato se encuentra en la “libertad y la inmediatez”.
“El microrrelato está sometido a menos normas que los demás géneros, o al menos tiene que obedecerlas durante menos tiempo. Una novela, por versátil y heterodoxa que pretenda ser, acaba imponiendo un conjunto de normas durante cientos de páginas; mientras que en un libro de microrrelatos esas reglas cambian cada vez que escribes un punto y final. Todo esto redunda en una enorme libertad a la hora de elegir los temas, de abordarlos y tratarlos. Por otra parte, la inmediatez de la distancia corta es muy gratificante: es posible concebir una historia, darle forma y corregirla de una sola sentada, y contemplarla en su totalidad de un solo vistazo.”
Muñoz Rengel es además conocido por su cercanía al género fantástico. Así lo demostraba en su última novela, El sueño del otro (Plaza y Janés, 2013). Le pregunto por esa comunión ideal que combina el microrrelato con el fantástico.
“Creo que está relacionada con la libertad de la que hablábamos. No es lo mismo mantener una hipótesis fantástica durante trescientas páginas que durante dos párrafos. De hecho, incluso la hipótesis más radical que haría sudar a cualquier novelista, en el microrrelato nunca supone un gran problema. Por eso es lógico que los escritores que visitan este género, también los realistas, se vean tentados por los motivos más imaginativos. Y no solo lo fantástico campa a sus anchas en el microrrelato, también el surrealismo, el absurdo, los juegos metaficcionales o la experimentación con los más diversos formatos.”
Sin embargo, me sorprende su intuición de que “los lectores de sus novelas no son los mismos lectores de sus microrrelatos”. Para Juan Jacinto, el gran público ha aprendido a valorar la síntesis a través de las redes sociales y ha comenzado a demandar mensajes cada vez más breves.
“No obstante, no debemos dejarnos llevar por el espejismo. La calidad de lectura a la que nos someten esas mismas redes deja mucho que desear, es superficial, frenética, cada vez más débil. Ni el estado mental, ni la forma de lectura, ni la capacidad de atención son los necesarios para la verdadera comprensión y asimilación de los textos literarios. El microrrelato demanda un tempo distinto que el tuit, necesita ser el centro de todo durante al menos unos instantes y, por supuesto, necesita ser digerido. Las nuevas tecnologías son una posible puerta a la narrativa breve, sí, pero aún resta mucha distancia desde el usuario hasta el lector.”
Entre todas las voces consultadas, encuentro divergencias pero, sobre todo, muchos puntos en común. Después de trabajar en este texto, concluyo que sí es cierto que el microrrelato tuvo un caldo de cultivo más rico en Latinoamérica, pero que ahora las tradiciones a ambos lados del océano se han mezclado y casi equiparado. También confirmo la importancia de Internet para la difusión de estos textos, pero, al mismo tiempo, me percato del peligro que entraña de llevar a que el lector confunda grano con paja. La apuesta de las editoriales por libros de micro, pensados desde un hilo conductor, con un sentido de unidad, sigue siendo muy necesaria para afianzar el género. Eso es lo que esperan críticos y lectores para continuar confiando en él, que no pase de moda, que no se pierda en un océano de pequeñeces.
A fin de cuentas, aquellos duendes de Shakespeare, minúsculos y efímeros y veloces y revoltosos, eran imposibles de extirpar de la memoria de quienes los soñaban (pero no los soñaban). Ahí está la virtud del microrrelato. Ejercer de aparición fantasmagórica, provocar la reacción rápida, una bofetada, un estornudo, un escalofrío. Convertir al lector en una mansión encantada donde hacer su apariciones. Una casa en la que se escuchan ruidos de cadenas, batir de alas de hadas, y se ven espectros que desparecen al darnos la vuelta, dejando una sensación de que algo, en nuestra comprensión de la vida, ha quedado quebrado.