Este mes no voy a hablar de literatura. Tengo que confesarles que no he podido leer nada. Con el final del semestre y la demanda permanente de las niñas (recordando que una de ellas apenas tiene ocho meses) se me ha hecho imposible. Sin embargo, aunque no he leído nada nuevo, sí he visto varias películas infantiles, todas viejas y producidas por Disney.
Durante el spring break de mis niñas, hicimos varias pijamadas en casa para irnos a dormir tarde y comer papitas fritas. Fue todo superemocionante para ellas porque cada día vimos una película distinta. Una noche les puse Alicia en el país de las maravillas; la versión de Disney de 1951 y les gustó mucho. Los colores, las aventuras de Alicia –las cuales sabían ya por el cuento que hemos leído muchas veces—y los entretenidos personajes, aunque el hecho de que la Reina de Corazones haya ordenado matar a Alicia las impactó. Mis niñas, cabe recalcar, tienen tres y cinco años. Específicamente, quedaron sorprendidas cuando se dieron cuenta que la forma que la Reina usaría para asesinar a Alicia era cortándole la cabeza. Después de unas caras de extrañeza y al ver que Alicia se escapó y despertó del sueño las tranquilizó. No habría ningún desenlace terrible ni desolador.
Otro día vimos La sirenita; la versión de Disney de 1989. Esta ya la hemos visto muchas veces pero quisieron verla de nuevo. Al observar de nuevo la historia me puse a reflexionar en el detalle de aquellas criaturas presas por la pulpa Úrsula, la mala de la película, quien se apodera de toda su esencia y las reduce a simples entes con un par de ojos, inmóviles casi, sin voz alguna. Las niñas me preguntaron si Úrsula podía venir a la vida real y les dije que no. El temor infantil salió a relucir por unos segundos y se esfumó cuando se resolvió la situación con el cetro de Neptuno.
Un clásico que siempre les gusta sentarse a deleitar es Blancanieves. Por supuesto les pongo la versión original, de 1937, la que yo vi mil veces cuando era pequeña también. Así conozca la historia de pies a cabeza, una vez más me sorprendió la escena en la que por orden de la madrastra, la villana del cuento, el cazador encuentra e intenta asesinar a Blancanieves con un cuchillo. La escena es fuerte, la mirada del cazador, la música de fondo y la expresión de terror de ella hacen que esos segundos produzcan una sensación de angustia. Esta se disipa cuando el cazador se apiada y le dice a Blancanieves que corra, que se esconda, que la reina quiere matarla. Mis hijas me han preguntado varias veces que por qué quiere matarla si ella es muy buena, ¡si no ha hecho nada malo! Es difícil explicarles en qué consiste el concepto de la maldad. En una mente tan inocente no hay cabida para este tipo de fenómeno, no hay entendimiento. Para ellas existen los conceptos de portarse bien y portarse mal. Los malos son el Capitán Garfio, Gru, Vector y Luna Girl. Estos villanos tienen un buen corazón y al final conviven con los buenos de alguna forma. Pero, ¿por qué querer asesinar a una linda y dulce jovencita como Blancanieves que lo único que hace es cantar al ritmo de los pajaritos? Esa pregunta no consigue respuesta en la mente de mis hijas.
Entendiendo, claro está, que las películas son basadas en libros, los cuales en muchos casos incluyen este tipo de enredos humanos, manifestaciones de las miserias entrañables, expresiones de sentimientos de odio extremo y demás, se supone que una película infantil suavice la idea o de cierto modo la solape. En una de las pijamadas se me ocurrió ponerles la versión de Disney de la historia de El jorobado de Notre Dame, de 1996. He visto la película antigua, bastante triste, que suelen pasar cada año y también vi, hace muchísimo tiempo, la de Disney. Me dije que sería una buena opción porque las niñas nunca se habían topado con este tema específico y además la caricatura del jorobado no era desagradable a la vista, no esperaba que se asustaran. Y así fue. Me preguntaron qué cosa era esa en su espalda, por qué tenía un ojo más grande, por qué vivía arriba y no bajaba de la catedral. Entró entonces el tema del abuso, de aquel benefactor abusivo que no lo dejaba mezclarse con las personas “normales”. Ese tema fue difícil pasarlo pero pudimos seguir viendo la película hasta que… Cuasimodo decide bajar al desfile de bufones y tras unos enredos termina siendo coronado el rey de los bufones. Las niñas muy contentas me dijeron que viera, que a Cuasimodo sí lo querían, que le habían puesto una corona y que estaba muy contento. Sin embargo, las sonrisas se esfumaron cuando llegó la escena que yo no había olvidado: a Cuasimodo lo amarran en el centro de la plaza, le dan vueltas en un aparato y le empiezan a lanzar tomates y demás desperdicios y todos los presentes comienzan a burlarse de él. Los colores de la película se oscurecen, la música cambia, la escena le produce a la audiencia unas ganas de ir a rescatarlo. Me paré por un segundo consternada, (¡de verdad!) y atiné a decir: “esta película es para niños más grandes”. No obstante finalmente reaccioné y agarré el control remoto para detener la película cuando escuché el llanto de mi hija de tres años. La mayor de cinco me dijo: “Cuasimodo es bueno. ¡No me gusta que le hagan eso, no me gusta esta película!” Entendí que todavía la inocencia no está lista para dejar permear el más mínimo signo de maldad.
Ya cuando las niñas se habían dormido esa noche (cambiamos totalmente de tono y vimos los Minions), me puse a reflexionar sobre el porqué de todos estos detalles dentro de las películas que siempre han sido y seguirán siendo tan aclamadas, las que consideramos clásicos, las inolvidables: la maldad es intrínseca al ser humano. No hay forma de escaparse. ¿No hay forma de estar a salvo? ¿Es esto lo que se hace evidente en estas películas infantiles? ¿Cuándo entonces debemos los padres dejar que estos conceptos empiecen a formar parte del imaginario de nuestros hijos? He allí la pregunta.