Esto es lo que haría: me subiría al auto, cerraría las ventanas, prendería el aire acondicionado, pisaría el acelerador y me embalaría hacia la carretera. Una vez activado el control crucero, pondría el reproductor a un volumen alto, pero no ensordecedor. Me aseguraría que el ecualizador estuviera perfectamente balanceado, con suficientes bajos para sentir en los músculos el tumbao’ del bajo y las congas, y suficientes medios para sentir el calor de la trompeta, el saxofón y la flauta. Solo entonces le daría play a esta joya que ya me viene acompañando desde hace varios años en mí teléfono, un amuleto del alma que siempre me ayuda a asentar los pies en la tierra y respirar con los pulmones en crudo: Tito Puente’s Golden Latin Jazz All Stars ?– Live At The Village Gate (1993). Un álbum que llama a escaparse de la rutina para sumergirse en aguas de aventura y solaz.
Clásico entre los clásicos, Live at The Village Gate reúne a las mejores figuras del latín jazz en su momento para conformar un dream team que quizás no ha tenido parangón aun: Claudio Roditi, Andy Gonzalez, Paquito D’Rivera, Mongo Santamaria, Giovanni Hidalgo, Ignacio Berroa, Hilton Ruiz, Dave Valentin y, por supuesto, el motor de este experimento salvaje, Tito Puente. Desde sus primeros segundos, el álbum nos da de porrazo con un ventarrón de ideas melódicas e improvisaciones ofrendadas por voces ya experimentadas, solistas que a lo largo de sus aguerridas exploraciones saben intuitivamente hacia dónde van y que es lo que quieren, instrumentalistas que saborean cada nota buscando azuzar a la audiencia. Se suceden “Sunflower,” “Afro Blue” y “Skin Jam” como ferrocarriles a todo vapor donde la dupla D’Rivera-Roditi por momentos toma la batuta para ponerle sustancia al caldo, con unos solos que te llevan por las nubes, que te arrastraran por los arrabales y cantinas, por las playas desiertas de la sensibilidad, solos dueños de un fraseo que parecen pinceladas locamente precisas, como versos o micro-cuentos que guían al oyente a través de historias que te pueden partir el corazón o inflarte de alegría desatada.
De otro lado, tenemos a Berroa, Hidalgo y Gonzales en la sección rítmica, verdaderos chamanes que se encargan de solventar un groove que se perfila duramente de acuerdo a los lineamentos del maestro Tito Puente. Arreglos en clave latina de jazz standards como “Milestones” y “I loves you Porgy” insertan el disco en la pura tradición del latín jazz, la cual muchas veces ha perseguido la efectividad del elemento rítmico en desmedro de la sutilidad harmónica o melódica. Por obra de los músicos involucrados, sin embargo, este álbum destaca en estas y otras áreas, tanto en el despliegue técnico, los arreglos, llenos de sorpresas y contrastes, como en las improvisaciones y la energía vital que no disminuye en ningún momento. Cada improvisación nos entrega el testamento de un músico minucioso e inventivo, por ejemplo, el solo colosal de Dave Valentin en “Sunflower”, quien revuelve los juegos creativos para seguir espoleando la corriente sanguina del ensamble.
Para aquellos que empiezan a investigar los nuevos matices del latín jazz contemporáneo, estudiar este álbum es recomendable. Su contenido nos muestra el aura ritual de unos músicos cabales, portadores de una seriedad, compromiso y profesionalismo rigurosos. A la vez, la grabación destila el vaivén latino de la fiesta, el cachondeo, el borbotón y la tremebunda verborrea, por ejemplo, en el solo de Tito en “New Arrival,” cuando dándole ya a mas no poder a los timbales grita (quizás a los músicos, quizás a la audiencia, quizás a si mismo) “¡Hasta mañana!” como anunciado que podría entramparse en aquel jolgorio por siempre, mientras sus solo se expande como un caballo de espuma en la juerga de verano.
Escuchar Live at The Village Gate es como darse una ducha de agua fría después de un largo y parsimonioso día de playa. Sus sonidos te refrescan el cuerpo y la mente, te alivian la quemazón de la piel trajinada, te relajan y ponen a punto antes de meterte a la cama para soñar con todas las cosas buenas que nos da la vida.
Carlos Odria