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El Linchamiento y la Beatificación de Blonde

     Blonde, la película del neozelandés Andrew Dominik, está derramando a su alrededor tanta tinta como ira. Buena parte de la crítica especializada ha sido inmisericorde con ella, la ha machacado por tierra, mar y aire, y algunos sectores de la progresía la han vendido como panfleto de la ultraderecha antiabortista norteamericana, y otra buena parte, por el contrario, se ha rendido ante esta película rompedora e iconoclasta no apta para todos los paladares. El cadáver de Marilyn Monroe sigue dando sus réditos económicos muy a pesar suyo, pese a que Blonde ha sido un fracaso estrepitoso, el mayor descalabro de la plataforma Netflix que ya recibió el proyecto con reticencias. Blonde se convierte así en una película maldita, vituperada por críticos y espectadores, algunos de los cuales se indignan por esa visión tremendista de la vida de uno de los iconos cinematográficos de todos los tiempos, porque hay muy poca luz en esas casi tres horas de proyección y demasiadas sombras, o elevada a los altares por otros muchos otros críticos y espectadores a los que la película les llega al alma y la consideran una obra de arte, un film vanguardista. No creo recordar una película de la que se hayan dicho tantas cosas negativas como positivas, y todas ellas fundamentadas.

     A los que no les gusta la película porque creen que no refleja la existencia de la falsa rubia platino habría que decirles que Blonde no pretende ser un biopic al uso sino la adaptación libre de la novela de Joyce Carol Oates que, a su vez, no pretendió escribir la biografía de Marilyn Monroe sino una novela inspirada en ella. Y conviene resaltar que la galardonada autora norteamericana ha declarado estar satisfecha con la versión cinematográfica de su novela, algo que resulta infrecuente entre los escritores que casi nunca están conformes con las adaptaciones cinematográficas que se hacen de sus obras. Blonde no es una película sobre Marilyn Monroe, el personaje que creó Hollywood, sino sobre Norma Jean, que es algo muy distinto. Coincidirán conmigo que la vida de Norma Jean Baker, desde su nacimiento, fue un calvario (madre demente con instintos asesinos; vía crucis por orfelinatos en donde sufrió toda clase de abusos; relaciones fracasadas; abortos), y que de su fragilidad se aprovecharon todos los lobos hambrientos de Hollywood que literalmente la devoraron haciéndola pasar por sus camas. Blonde, la película, retrata ese itinerario emocional infernal, y creo que lo hace de forma adecuada, quizá con una narración fragmentada y resaltando determinados períodos de su vida sobre otros, porque si no fuera así, sería una serie. ¿Que retrata a una persona infeliz en guerra constante consigo misma y con el mundo? Por supuesto. Esa fue, por lo que sabemos, la existencia de la Monroe: un camino de espinas y una interpretación de una felicidad impostada, la muchacha de la sonrisa radiante que devoraba la cámara con su fotogenia extraordinaria, que duró hasta el último suspiro.

     La fórmula del director, su apuesta estética cinematográfica, es arriesgada. Hacer hablar a Norma Jean con sus no nacidos parece haber irritado a muchos que tildan las escenas de ridículas, lo mismo que ese plano del aborto filmado desde el interior de la vagina de la actriz. La línea entre la genialidad y el ridículo es muy fina y la creación admite múltiples puntos de vista, lecturas o visionados. El director de Mátalos suavemente rechaza hacer una película realista, un melodrama al uso, para construir un film que podría encuadrarse perfectamente dentro del género negro y el terror. Quizá lo hubieran hecho mejor David Lynch, maestro confeso de Dominik, o Darren Aronofsky, dos visionarios inventores de imágenes rompedoras. A mí la película me parece redonda y estimulante y la interpretación de Ana de Armas, apabullante.

     Ha habido críticas, desde cierto puritanismo de izquierdas, a los numerosos desnudos de la actriz hispano-cubana, extraordinario clon de Marilyn Monroe, a lo largo de la película, y de las escenas de sexo (la felación a JFK). Quizá no sepan que Norma Jean, por sus carencias afectivas, mostraba una completa desinhibición con respecto al sexo y lo gozaba sin tapujos, y que en cuanto a mostrar su cuerpo desnudo no le hacía ningún asco: dormía desnuda, arropada con Chanel 5; leía desnuda, como sale en el film de Dominik. Preguntada Ana de Armas si se había sentido molesta o explotada por esas secuencias, la respuesta ha sido no. Le reprochan al film mostrar una imagen muy sexualizada de la actriz. Cierto. Hollywood, para exprimirla, exacerbó ese aspecto, la convirtió en la mujer más deseada del planeta, con la que todo macho deseaba acostarse y luego dejarla. Si existe un ejemplo de cosificación femenina, si existe un icono del movimiento Me Too, ese es el de Marilyn Monroe.  ¿Blonde lo refleja? Pues sí.

     Blonde no creo que sea una película aburrida, a pesar de sus casi tres horas de duración, como también se critica. Andrew Dominik se las ingenia para sorprendernos en cada uno de los planos con imaginativos trucos de prestidigitador, cambios de formato de pantalla cuadrada a panorámica, blanco y negro y color, imágenes oníricas y surrealistas, constantes monólogos interiores, planos cenitales de masas en los estrenos de las películas de la estrella de Hollywood. La adaptación cinematográfica de la novela de Joyce Carol Oates produce dolor, asco, tristeza y rabia al mismo tiempo, conmueve y conmociona. No es un film agradable ni que deje indiferente. No es una comedia divertida al estilo de Con faldas y a lo loco, por ejemplo, cuyo rodaje fue un calvario para Marilyn Monroe y todo el equipo del film. No es una película para visionar mientras se mascan palomitas de maíz y se sorbe un refresco con la pajita bajo riesgo de atragantarte. A la mujer más deseada del planeta nadie supo quererla y todos se aprovecharon de su fragilidad y ternura extremas. Fue despiezada sin ninguna piedad. Blonde habla de esa persona y lo hace con sumo respeto hacia ella. Norma Jean se sentiría satisfecha del retrato que hace Andrew Dominik y de esa Ana de Armas que se mete de pies a cabeza en su personaje hasta el punto de que no sepamos quién es el original y quién la copia.

 

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