El infierno disfrazado de fe: conversación con Gonzalo Cano sobre Sepulcros blanqueados

El escritor peruano Gonzalo Cano aborda en su novela Sepulcros blanqueados uno de los temas más oscuros y dolorosos del panorama religioso contemporáneo: los abusos sexuales y psicológicos dentro de instituciones católicas. Escrita a lo largo de una década, la obra combina memoria, ficción y exorcismo emocional para reconstruir, desde la voz de varios personajes, la herida colectiva y personal que dejan el fanatismo, la manipulación espiritual y la pérdida de la fe. En esta entrevista, Cano reflexiona sobre su proceso creativo, el vínculo entre literatura y catarsis, y el poder de la palabra como forma de justicia simbólica.

La novela toca temas extremadamente delicados como el abuso sexual dentro de instituciones religiosas. ¿Cómo fue tu proceso personal para decidir contarlo desde la ficción? ¿Hubo algún momento en el que dudaste en continuar escribiéndola?

El proceso fue largo. Me tomó diez años escribirla. No pensé hacer una novela. Empecé, luego de leer un artículo en una revista de Psicoanálisis, de un ex miembro de una secta de yoga, a escribir una especie de memoria de cómo había ido entrando al grupo y cómo me había ido desencantando. Lo escribí sin pensar aún que había estado en una secta o que me habían manipulado. Fue casi como un ayudamemoria para el futuro.

Curioso que estuviera leyendo sobre sectas, que supiera de abusos en la institución a la que había pertenecido, y no me daba cuenta aún de qué era este grupo. Así era el nivel de posesión que tenían sobre mí y la fuerza de la negación en mi mente para aceptar que me habían engañado y que había estado rodeado de delincuentes. Claro está, hay que dejarlo dicho, no todos lo eran, la mayoría vivíamos estafados, pero es difícil reconocerlo porque de inmediato uno piensa que es un idiota. Y no es así. A uno lo estafaron, el malo es el estafador. El problema en el Sodalicio es que no era, da gusto decir “era”, una institución que tenía delincuentes adentro; el problema era que los que la dirigían eran criminales. Conscientemente o inconscientemente, la habían hecho a la medida de sus deseos. Ya al final, todo se trataba de ocultarse, justificarse y defenderse. Mentir, mentirse y mentirles a todos.

Ese primer texto autobiográfico es la inspiración completa de la novela, de la que salen el personaje que se escribe en primera persona y narra cómo de ser convencido descubre que lo han engañado a él y a la Iglesia, de cómo el sacerdote se da cuenta que quiere ser cristiano y que el grupo al que perteneció no le interesa si lo es o no, y de cómo uno se da cuenta que aquellos en quienes confió y que le mostraron otro rostro de lo que eran a escondidas, en realidad lo habían engañado.

Cuando decidí volverla novela, estaba estudiando una maestría y estaba estudiando a Maciel y a Karadima para no estudiar al Sodalicio. ¿La razón? Tenía miedo de que se vengaran de mí, que mi hicieran daño. En mis momentos de mayor paranoia, pensé que hasta me podrían mandar a matar o que un loco fanático se tomaría la justicia por sus manos y me mataría. De ahí también salieron ideas para los personajes de la novela.

¿Qué me hizo decidir escribirla? Que uno de los principales abusadores me agregó a Facebook. Y miré su perfil. Vivía en Chicago, con esposa (que trabajaba en una escuela) y con hijo. Fue ahí que la idea de que el hijo viniera al Perú a conocer la historia de su padre se prendió en mi cabeza. Quise dejarle una novela a ese chico. ¿La leerá algún día?

Rob, el protagonista, realiza una especie de arqueología emocional y genealógica que lo obliga a enfrentar verdades muy incómodas. ¿Hasta qué punto su búsqueda representa también una forma de exorcizar tus propios fantasmas como autor?

Conforme la escribía, con todo el tiempo que me tomaba porque escribía cuando me cancelaba un paciente su sesión o si tenía un tiempo libre en medio de todas las cosas que hacía, me iba dando cuenta de qué se trataba esto de exorcizar demonios que le había leído decir a otros escritores cuando era adolescente y me enamoraba de la literatura. Primero pensé que toda la novela era un asunto de venganza sublimada. Otra curiosidad es que ahora, la realidad de la novela en la que la institución es disuelta (la disuelvo como una forma de venganza) y que yo creía imposible, se ha cumplido.

Pero lo que me iba dando cuenta era que los tres personajes eran exorcismos. Un amigo que me conoce muchísimo desde que teníamos doce años me dijo una vez que le era muy difícil distinguir, porque me conocía demasiado, entre los personajes, que todos le parecían que era yo hablando. Y yo pensé siempre que eso era o que yo tenía múltiple personalidad o estaba cometiendo un error literario, que quizás lo es, pero no importa. Como fuera, me di cuenta de algo: cada personaje exorciza algo. Robert sufre el desencanto de que las cosas y el mundo y los ideales y nuestros héroes no son lo que nos dijeron que era y tampoco lo que creíamos que eran. Felipe supura la rabia que eso da y por eso es tan vengativo. Pablo, más bien, está muy triste porque se la creyó mucho tiempo, pero sigue creyendo, intentando encontrar un intermedio entre ambos, busca una solución desde el amor, la caridad, la paz, el encuentro con los demás. Un editor me dijo una vez que debía extirpar a Pablo de la novela. Me di cuenta que no la había entendido ni remotamente.

La estructura fragmentaria, entre confesiones, memorias, cartas, sueños y recuerdos, le da al libro una textura muy íntima pero también inquietante. ¿Cómo trabajaste la forma narrativa para sostener esa tensión sin caer en el morbo ni el sensacionalismo?

Esta fue la única decisión literaria que tomé. Sin experiencia alguna además, porque nunca había escrito nada literario para publicar ni había llevado talleres ni entrenamiento alguno, pero me parecía que podía servir. Decidí que iba a contar una cuarta historia, la de la institución, a partir de las otras tres historias. Por eso la fragmenté así. Y fui capítulo por capítulo. No pasaba al siguiente hasta que sentía que lo quería decir en el anterior estaba escrito. Fue un reto no repetirme, porque cada vez que empezaba un capítulo del personaje que tocaba, tenía que acordarme qué cosas de la institución estaban narradas en este personaje y no en otros y no cruzar historias.

Terminarla también fue un reto. Porque no planeé la historia. Usé cosas que me habían pasado o que sabía que habían pasado, pero no es una historia de nadie. No en términos de verdad histórica. Narrativamente, todo es cierto, todo podría haber pasado. Y varios de los episodios más escabrosos se me ocurrieron en sueños (pesadillas) o corriendo por las calles en las madrugadas.

El otro criterio que tuve para seguir escribiendo era si me hacía temblar cuando la leía. Yo quería que fuera una novela que se sintiera como una persecución a caballo, con temor y nervios, temor y temblor, como es la vida cuando es intensa. Y creo que salió más o menos bien. Quizás mi afición a correr tiene que ver con estas decisiones.

“Sepulcros blanqueados” es una referencia bíblica potente, cargada de denuncia. ¿Qué lugar ocupa la fe —o la pérdida de ella— en la historia que contás? ¿Y qué relación personal tenés con la fe después de escribir este libro?

El título es parte de la venganza. Estuve entre Sepulcros Blanqueados y Lobos Rapaces. Ambas citas bíblicas que en el Sodalicio se usaba peyorativamente hacia sus enemigos dentro de la Iglesia y la política. Pero la figura de los Sepulcros Blanqueados pegaba más con los secretos a descubrir. Así que quedó. Quise cambiarle el nombre porque claramente no es bonito ni marketero ni nada. Pero no salió nada que significara eso mismo. Y mi editora, luego de leerla, entendió que no podía tener otro título. Así que no pudimos hacer nada. Para Lobos Rapaces ya tengo otro libro escrito, un ensayo psicológico/psicoanalítico de Maciel/Karadima/Figari juntos con mi testimonio completo de ser captado, escaparme y luego reiniciar una vida… que está buscando editorial.

¿Mi relación con la fe? Ha sido tan largo este proceso que podría decirte que he tenido todas las versiones. Desde el rechazo absoluto porque todo me hacía acordar a esta experiencia, hasta la melancolía por la inocencia perdida y la búsqueda imposible de volver a mi estado de fe original hasta lo que tengo hoy, que es una especie de sincretismo entre el deseo de que exista algo después de la muerte, la pregunta por lo espiritual que se la hago a cuanta tradición y mitología me encuentro al frente y la trato de juntar a lo que tengo, la incapacidad de creerme a rajatabla la mitología cristiana (o ninguna otra) y la flojera de aprender y practicar rituales nuevos. Si decido practicar alguna religión, no voy a aprender una nueva. Pero si empiezo a practicar esta, será no para creer ciegamente en una mitología e imponérsela a nadie, sino para vivir el mandamiento de la caridad, que es lo más importante del cristianismo, quizás lo único importante y relevante. Y que tampoco se lo inventaron ellos.

¿Tuviste en mente algún lector específico mientras escribías? ¿Pensaste en las víctimas, en los posibles cómplices, en los lectores católicos? ¿Qué tipo de conversación esperas que genere esta novela?

La verdad que no. Lo único que pensé es que quien la leyera sintiera que se había subido a un caballo y se sintiera en una persecución a muerte. ¿Por qué habré querido eso? Creo que iré a mi psicoanálisis a pensar por qué surgió ese deseo en mí. Es una buena pregunta.
Pensé mucho en las víctimas, en los perpetradores, en los buenos católicos que iban a sufrir por leerla. Claro que sí. Y he recibido agradecimiento, odio, comentarios sobre mi salud mental, rechazo, cariño, respeto, correcciones teológicas y recomendaciones morales, silencio, amenazas de pegarme, pedidos de no publicar, de todo. Y de cada una de las partes. Lo loco ha sido es que todo ha venido de todos lados. No es que las críticas vienen de un lado y el odio de otro. No. Y creo que eso es lo que quería. Que arda. Si no arde, si no genera fricción, la literatura no es literatura, es panfletería, es adoctrinamiento, es una sirvienta de una verdad arbitraria. Así que creo que ha funcionado. He perdido amigos, he ganado amigos. Así es la vida ¿no?

Suburbano Ediciones Contacto

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest
WhatsApp
Reddit