Hay años que tienen peso propio. Para la escritora argentina Marina Condó el 2021 fue un número cargado de sorpresas: a nivel literario obtuvo el Premio SED por Flores de la calle. Esa novela —elegida entre cuatrocientos manuscritos que llegaron a la editorial— seguía la obsesión de la periodista Eugenia Ardillo: resolver un gran robo, sin muertos ni heridos, en la provincia de Buenos Aires. Sumergirse en el corazón de las tinieblas del conurbano bonaerense no sería gratis. De ahí que en la historia aparecieran personajes extraños y ridículamente rotos.
Con Flores de la calle la autora apostaba por la acción y la memoria barrial, el pulso de emociones que siempre se agradece en la buena literatura.
Ahora regresa con Un futuro prometedor (Metrópolis Libros). Las doce historias del libro ocurren en oficinas, estaciones de servicio, departamentos familiares. En un acto de fe literaria, esa cotidianidad se vuelve riesgo oportuno: apartar lo banal para que irrumpa lo fantástico. El lector se sumerge en hologramas que devuelven la ilusión del amor perdido, redes secretas de mujeres que protegen los sueños ajenos y adolescentes que coleccionan souvenirs como talismanes contra la violencia. Un mundo distópico —clave en Marina Condó— marcado por el humor y la sensibilidad contemporánea.
Tal vez el 2025 sea otro año especial.
Un futuro prometedor reúne doce cuentos que se mueven entre lo fantástico, lo tecnológico y lo íntimo. ¿Qué significa para vos escribir desde esa frontera entre lo cotidiano y lo sobrenatural?
—Es una frontera que me encanta, la que más disfruto leer y la que me resulta más fácil. Esa historia que puede ser como cualquier otra hasta que ¡pum! pasa algo totalmente diferente, fantástico, disruptivo.
El título del libro puede leerse con ironía: los personajes viven en mundos que parecen prometer algo mejor pero siempre hay una incomodidad. ¿Qué te interesa explorar de esa tensión?
—La búsqueda fue por las sutilidades. Creo que pensar en el significado de prometedor ya te mete en diferentes interpretaciones de acuerdo a quién lo lea. En los grises de qué pensamos cada uno -si es prometedor o no- es donde me gusta jugar.
En varios relatos hay abuelas, madres, herencias femeninas de saberes ocultos. ¿Hay ahí un gesto de reescritura de la tradición, de situar lo femenino como eje de transmisión cultural y afectiva?
—Me cuesta mucho pensar personajes no femeninos y, con el correr de los años (al menos de los míos), uso mucho mi historia y la de mi familia como punto de partida para otras más fantásticas y diferentes. Tal vez sea que uno escribe parado también en los hombros de su propia historia.
¿Cuál fue el relato que más te costó escribir?
—“La cuarta estatua”. Ese fue un relato que surgió de un taller de escritura al que solía ir en el marco de “escribamos algo para Halloween”. Amo el terror, pero siento que a veces me cuesta crear atmósfera. Así que ese relato fue pensando tratando de superar eso: escribí cada escena con la mente en crear una atmósfera que ahogue y que aísle y que el lector llegue -aunque sea un poco- a sentirse como la protagonista.
Ganaste el Premio SED de novela con Flores de la calle. ¿Qué significó ese reconocimiento?
—Creo que en el camino de descubrirme como escritora hubo varias fases. La de encontrarse con ese amor, la de la práctica secreta, la de sentirse que uno tiene algo que contar y con el premio vino la etapa oficial, la de sentirme reconocida. Hay algo en eso que te da valentía para decir, está ok, me dedico a escribir y sé que eso también tiene valor para otros. Nunca me voy a olvidar el momento que leí el mail y releí y lloré y volví a leerlo. Fue el paso de jugar en el potrero a finalmente salir a una cancha
¿Qué hilos narrativos encuentras en los dos libros?
—Flores de la calle es una novela policial y estos son cuentos más fantásticos/ciencia ficción, habiendo hecho esta aclaración encuentro las protagonistas mujeres en roles de ir por lo que quieren, o de al menos descubrirlo, también hay varios cuentos que tienen tintes policiales (“La pelea Intergaláctica”, “Hawai”) y varios que son historias de amor y amistad (“Hermanas de la noche”, “Gestación Imperceptible”). Definitivamente, forman parte de un mismo universo.
Tenés un canal en YouTube con miles de seguidores. ¿Cómo convive esa faceta de creadora digital con la de escritora?
—¡Uh! Como se puede. Pero creo que lo que lleva a seguir con YouTube y ahora con TikTok e Instagram es el gran entusiasmo que me despierta leer libros y hablar de ellos. Creo que podría pasarme horas hablando de libros y, más allá de que no respeto un cronograma full creador de contenido y que edito sola la mayoría de los videos, trato de comunicar con pasión y contando eso que a mí me hace tan feliz.
El libro cierra con “La cuarta estatua”, donde el mito urbano se entrelaza con lo colectivo. ¿Cree que la literatura argentina actual busca, de alguna manera, restituir mitologías propias en un mundo globalizado?
—No sé si la literatura argentina, puedo decirte que cuando pienso una historia en su gran mayoría me imagino el contexto y el lugar donde ocurre y me hace hasta feliz inventarlas cerca de mi colegio, en un pueblo que alguna vez visité o en Santa Teresita. Esa mezcla me gusta y disfruto de incorporarla en los textos. Tal vez los libros estén para eso, para mostrar en lupa algunas cosas que en este contexto globalizado pasan de largo por el filtro de Instagram.