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El escritor transparente

El escritor Jorge Loriga Torrenova, conocido como Ray Loriga (Madrid, 1967), quien desde hace años viene publicando su obra en la Editorial Alfaguara, ganó este año el Premio Alfaguara de novela. Un jurado en el que destacaban Elena Poniatowska, Juan Cruz, Andrés Neuman, Santiago Roncagliolo y Samanta Schweblin otorgó el galardón dotado de 175.000 dólares a Rendición, señalando el carácter kafkiano y orwelliano de su trama, que “sorprende a cada página hasta conducirnos a un final impactante que resuena en el lector tiempo después de cerrar el libro”. Al concurso se presentaron 665 originales; de ellos, el jurado solo recibió seis, lo que hace pensar en una preselección (¿?) particularmente rigurosa.

A los veinticinco años, y tras la publicación de su primera novela, Lo peor de todo (1992), Loriga se convirtió en el referente mediático de una generación marcada por el under madrileño y por todo lo que en esa movida parecía comparecer. Un año después, con su segunda novela, Héroes, su impronta se convalidó definitivamente. A estas dos siguieron otras siete novelas, varios libros de cuentos, guiones cinematográficos (entre ellos el de Carne Trémula, de Pedro Almodóvar) e incluso un par de películas que él mismo dirigió.

Rendición narra, en la voz del esposo, la peripecia de un matrimonio que es obligado a escapar de una zona arrasada por la guerra. Tienen dos hijos que marcharon al frente como soldados, y unos pocos días antes de emprender la fuga aparece en la casa un niño desconocido, que no habla y a quien bautizan Julio. Viajan los tres –y un grupo de vecinos– hacia un lugar desconocido, una ciudad de cristal, donde les informan que estarán seguros.

El relato del trayecto, cargado de peligros, se parece a La carretera, de Cormac McCarthy. La ciudad adonde llegan, en la que todo es transparente, no hay vida privada, el excremento y los orines son inodoros y se reciclan en su totalidad, la cerveza es gratis y la gente es absolutamente encantadora más allá de que están vigilados a toda hora, se parece a los espacios espectrales de Un mundo feliz, de Aldous Huxley, de Farenheit 451, de Ray Bradbury, de 1984, de George Orwell, y de El cuento de la criada, de Margaret Atwood. Las idas y venidas en torno al niño, de quien no se sabe si es un genio o un retrasado mental, se parecen a las de La infancia de Jesús, de J.M. Coetzee. Y la esencia de lo distópico ­–ese lugar donde los humanos son obligados a ser felices, donde la tecnología invade la intimidad de manera avasallante y donde siempre surge un rebelde que tarde o temprano termina derrotado–, se parece también a los universos diseñados por J.G. Ballard. Pero es que, en realidad, en Rendición todo se parece demasiado a todo, tanto que hasta las prostitutas, que en el libro de Coetzee son conocidas como “terapeutas”, en el de Loriga se las conoce como “muchachas del servicio de desahogo”.

En algunas entrevistas que ofreció en estas últimas semanas, Loriga atribuye sin embargo a Juan Rulfo y al Tarkovski de La zona parte de la construcción de su libro, llegando a sostener, sin detenerse en límite demasiado preciso, que los escritores, “por muy diferentes que seamos en estilos, géneros y motivos, somos un poco hienas, un poco carroñeros y un poco espías, utilizando de los demás lo que nos es útil”.

No se puede negar que la escritura de la novela es correcta, y que el final, no por sorpresivo, implica una atendible vuelta de tuerca, pero es casi seguro que cuando en 2018 se conozca al siguiente ganador de este premio tan generosamente dotado, ya nadie recuerde quién fue el último en haberlo obtenido.

Rendición, de Ray Loriga, Alfaguara, Montevideo, 2017, 210 páginas

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