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El escritor cubano que fue rey de Polonia

Quizá una de las fotos más enigmáticas y reveladoras del mundo-Lorenzo sea esa donde se ve junto a un papagayo. Un papagayo de plástico que por la posición en que fue tomada parece le está entrando en la cabeza. Y digo enigmática por dos razones. La primera, porque los escritores generalmente tienden a hacerse fotos con perros, gatos, leones o lémures (Hemingway y Bowles por ejemplo), pero nunca con un papagayo. La segunda, porque en el supuesto caso de que el papagayo (de plástico, repito) le hubiera podido penetrar en la cabeza al autor de Rostros del Reverso, me surge la pregunta aún más enigmática: ¿qué podía haber encontrado el animalito en la cabeza de “el gran general albino”, como a veces firmaba algunos de sus emails? ¿Algunos de sus diarios inéditos quizás; fotos en blanco y negro de los Aires Libres, lugar adonde iba en su juventud a oír música; una de aquellas múltiples borracheras con Enrique Labrador Ruiz, como me confesó en una larga entrevista; sus sueños…?

García Vega, sin dudas, poseía uno de los imaginarios más raros de toda la literatura cubana. Un imaginario extraño para una literatura que muy pocas veces se burla de ella y casi siempre sacraliza todo lo que toca, incluyendo el hambre, la realidad o el homo cubensis en sí. ¿Pudiéramos decir que García Vega era en verdad un escritor “nacional”? Es decir, ¿un escritor ajustado a los emblemas y fetiches que la isla ha impuesto en dos siglos de historia literaria?

Para descargo de García Vega tendría que decir que, creo, esto era un tema que no le interesaba. Se sentía pertenecer al espacio insular o a eso que clasificamos como literatura cubana más allá de toda pregunta y, creo, de alguna manera había comprendido que un escritor vive en lucha perenne consigo mismo, más allá de donde al final sea colocado. Todavía recuerdo su carcajada –más bien risilla socarrona- cuando le confesé que yo aspiraba en el futuro a ser un escritor polaco. Me miró con asombro y después empezó a reírse, diciéndome: bueno, eso sí es ya la locura… Lo tremendo es que yo lo decía en serio. O por lo menos, con toda la seriedad que en momentos tan sublimes y confesionales soy capaz de tener.

Recuerdo ahora que la primera vez que leí Los años de orígenes (lo había robado en una de esas ferias que la editorial Monte Ávila preparaba en los salones de la Biblioteca Nacional de La Habana), lo que me fascinó, más que la pregunta por el origenismo, totalmente novedosa en la Cuba de aquellos años, y por la relación literatura-ideología-narcisismo que recorre todo el libro, fue su espacio de contradicción. Lorenzo, esto después me lo corroboraría él mismo, se debatía entre la ironía que de alguna manera le inspiraba Orígenes, grupo al que había pertenecido de lleno, y el pathos contra el cual tuvo que luchar para evocar todo aquello, deshaciéndose a martillazos de lo que él definía como la propia ceguera. Es decir, esa cortinita cultural, política, literaria que no lo dejaba observar el “reverso” de las cosas y, por supuesto, tampoco el de Lezama. Mezcla de santón tutelar y gorgona del García Vega de aquellos años.

Y esta mezcla, que a veces más que aseveración es duda, continúa siendo una de las cosas que más disfruto en su obra. En lo que otros escritores se muestran seguros, afirman, refutan, sentencian o confirman… Lorenzo, incluso hasta en sus textos menos logrados, se parece casi siempre al “idiota de la familia”. Alguien que va a repetir lo mismo, a negar lo antes dicho y a volver a decir, ahora quizá de manera más absurda, algo que en su primera enunciación parecía una frase sin conflicto. Una frase sin posibilidades de ser retrabajada durante varias páginas.

¿No es precisamente esta cualidad la que hace por ejemplo grande a un poema como Variaciones o como veredicto para sol de otras dudas; un poema que regresa constantemente a una frase y construye en torno a ella más que recuerdos neurosis?

En la literatura hispanoamericana del siglo xx, escritores como García Vega no abundan. Al contrario. Y esto, más que ser un vacío es una alegría. Lorenzo fue –es: hoy ya podemos decirlo- el primero de nuestros escritores polacos. Un polaco que no sabía nada de Polonia ni de la lengua polaca ni de Lem, Schulz o Brandys. Pero por eso mismo, el más polaco de todos los escritores polacos. El überpolaco, aunque esto último, estoy seguro, le hubiera producido un ataque de tos. Así que desde aquí alzamos sus libros y cocinamos Pierogi. Lorenzo García Vega, Rey de Polonia. ¡Salud!

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