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El efecto Arreolito

Después de la publicación de sus primeros libros de cuentos (Varia invención, de 1949, Cuentos, de 1950, y Confabulario, de 1952), de su singular Bestiario (1959) y de su única novela La feria (1963), en la trayectoria de Arreola hay una postergación de la escritura interrumpida por los ejercicios narrativos reunidos en Palindroma (1971), por piezas de ocasión o, en todo caso, por la reescritura de un solo libro, Confabulario. Los temas de sus cuentos se dividen en cuatro grandes áreas. Por un lado, aparece el cuestionamiento a las convenciones sociales y a la idea de progreso a partir de la irrupción de la tecnología en la vida moderna; esta veta se hace presente en cuentos como “En verdad os digo”, “El guardagujas”, “El prodigioso miligramo” y “Baby H.P.”, y es parte de la mirada irónica que permea su cosmovisión. En segundo lugar, se presenta el enfoque en las relaciones con la mujer en relatos como “Eva”, “El faro”, “Pueblerina” y “Parábola del trueque”, constituyéndose en una de las obsesiones más duraderas del escritor mexicano. En tercer término, se encuentra la reflexión sobre el arte, la creación y la enseñanza con textos como “Parturient Montes, “El discípulo”, “De balística” y “El lay de Aristóteles”, que articulan la médula de su poética literaria. Finalmente, surgen las cuestiones teológicas y morales en cuentos como “El converso”, “Un pacto con el diablo”, “Pablo” y “El silencio de Dios”, que hallan su razón de ser tanto en la formación católica del escritor de Zapotlán como en sus lecturas de temática religiosa.

Hay una anécdota famosa de 1974: al bajarse nerviosamente de un taxi porque debido al congestionamiento de tránsito temía no poder llegar a tiempo al canal de televisión Arreola se encontró frente a una gran cola que a la entrada de un cine. Arengó a todos y les habló contra la sociedad industrial, contra la contaminación del ambiente y  contra los automóviles. Como es sabido, la veta humanista de Arreola y su angustia ante lo que percibe como la debacle de los valores se cristaliza en gran parte de su obra. Esta anécdota, que revisé mientras preparaba mis apuntes para inaugurar el noveno Coloquio Arreolino en la Casa-Taller Juan José Arreola, me recordó la escena primordial de mi primera lectura del escritor mexicano. Estaba en una clase de gramática y composición. Y en el libro de texto aparecía esa joya de la mini-ficción que se llama “Baby H.P.”. El cuento describe una estructura de metal que se coloca sobre la espalda de los niños y, botella de Leyden mediante, almacena energía que se usa luego como electricidad para los enseres de la casa. Este es el inicio: “Señora ama de casa: convierta en fuerza motriz la vitalidad de sus niños. Ya tenemos en venta el maravilloso Baby H.P., un aparato que está llamado a revolucionar la economía hogareña”. Recuerdo mi sorpresa y mi sonrisa mientras lo leía, sonrisa que no desapareció de mi cara hasta el final que cierra el relato con el nombre de la compañía estadounidense fabricante del producto. Pero la risa que producen los textos de Arreola no es la liviana del chiste intrascendente ni la trágica del condenado a muerte. Arreola sigue la máxima horaciana del dulce et utile, y enseña deleitando. En este, como en tantos textos, nos invita a ingresar a su universo en el que con frecuencia actúa como si fuera un científico loco y lleva una idea hasta sus últimas consecuencias. En “Baby H.P.” Arreola combina el formato del anuncio publicitario, radial o televisivo, el contexto tecno-científico y la ironía para darnos a beber un cocktáil explosivo: la idea de que los niños pueden ser usados como herramientas para el progreso de la sociedad. La unión de dos términos, niño/herramienta, que no se llevan bien juntos produce un efecto siniestro y de absurdo; así, el cuento representa algo que no existe pero que podría existir y refleja la ansiedad del progreso que aquejó no sólo a Arreola sino a varios escritores latinoamericanos del siglo XX. Para otro ejemplo, tenemos el comienzo de “Alarma para el año 2000”, breve texto de Prosodia, que alerta: “¡Cuidado! Cada hombre es una bomba a punto de estallar…” Y el final, de esperanzador mandato bíblico, es el siguiente: “No hay más remedio que amarnos apasionadamente los unos a los otros” (162). Cualquier parecido con la realidad (el ser humano, bomba de tiempo, bomba literal y figurativamente hablando) ya no es casual, sino tal vez causal. Es el efecto arreolito, un efecto que, a quince años de la muerte de Arreola, sigue siendo expansivo.

Y el pescador dijo: “Habla y abrevia tu relato
porque de impaciente que se halla mi alma
se me está saliendo por el pie”.
Las mil y una noches, “Historia del pescador y el efrit”.

 

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