Por carlos lópez-aguirre
Hace algunos días, el diario español El País contaba uno de los dos secretos mejor guardados de Mario Vargas Llosa: que alguna vez fue escritor de alquiler. El otro es por qué le dio un puñetazo a Gabriel García Márquez, pero ese seguramente se lo llevarán ambos a la tumba.
No pienso contarles toda la historia, si quieren hacerlo, hagan clic aquí, pero vuelvan, por favor, que esta anécdota del Nobel hispano-peruano (o peruano-hispano, habría que preguntarle cómo le gusta más) me ha hecho pensar que, en definitiva, ni todo el dinero da las letras, ni las letras nos dan todo el dinero que quisiéramos.
Quienes pueden contratar un “escritor fantasma” es porque pueden permitírselo. Y todos sabemos lo que significa escribir un libro, algo a lo que poquísimos pueden acceder, y es algo de lo poco que el dinero no puede conseguir. El dinero no da el talento, ni la voluntad, ni la técnica, ni mucho menos la pasión para hacer literatura.
Según el relato de lo sucedido a Vargas Llosa, la mujer que lo contrató tenía inclinaciones literarias e incluso llegó a publicar y ganar concursos, dejando en segundo lugar a uno de sus maestros de narrativa. ¿Sospechoso, no creen?
Ganas por escribir, no le falta a mucha gente. Pero pocos son capaces de sentarse solos frente a una hoja en blanco y enfrentarse a los monstruos personales, primero, y a las técnicas narrativas, después, para conseguir un texto coherente, ameno, atractivo y profundo. Escribir un libro es cosas de privilegiados, es, de alguna manera, ser rico, pero en lenguaje, conocimientos, talento, voluntad.
Por desgracia, si de algo carecemos quienes nos dedicamos a la escritura de manera profesional, es de recursos económicos. La sobrepoblación en las escuelas de periodismo, el excesivo número de cursos de escritura creativa, la llegada del internet, el cambio en el paradigma de la publicación editorial y muchos otros factores han llevado a la quiebra a un gremio que no recibe el respeto que se merece.
Vargas Llosa lo consiguió de una mujer que sabía de sus limitaciones, y eso la ennoblece, aun cuando haya publicado un libro con su nombre sin haber escrito una sola línea. En la actualidad, parece que cualquiera puede realizar el trabajo de un periodista, de un redactor creativo o de un editor. Por supuesto, un libro es otro cantar. Pero aun así, varios colegas que han publicado no han podido dejar de trabajar en otras cosas para dedicarse de lleno a la literatura.
En fin, que cada quien con sus pobrezas y cada quien con sus riquezas. Como reza el dicho: “no se puede tener todo en la vida”.
Aunque también hay otro que dice: “Dios los hace y ellos se juntan”.
¿Alguien necesita un “escritor fantasma”?