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El día en que Corre Lola Corre dejó sin aire a Murakami

If by the practice of Tapasya we develop the skill to control the body

mind and senses, therefore accepting everything that might cause us suffering

then what can affect us?

Mental health comes by such a practice.

Swami Satchidananda

 

A Little rage is good for the heart…

the circulation,

the skin.

Lola

Lola Rennt/Run Lola Run

 

     En ese libro extraño, libro maratónico de Haruki Murakami titulado De qué hablo cuando hablo de correr, leo que el sufrimiento es opcional. El autor menciona la sentencia incompleta sin citar la fuente y esto me extraña. El sufrimiento es opcional.

     Encuentro en correr una forma sintagmática, un preludio a la escritura y una meditación poblada de intuiciones que a cada pisada se ordenan progresivamente, kilómetro a kilómetro, toda vez que yo me empeñe en no olvidar. Además, correr acerca el esfuerzo y la determinación a algo que llamaré depuración: recuerda al concepto de Tapas que en sánscrito significa purificación a través del calor y que debe admitirse, comporta un cierto padecimiento. Traducido con frecuencia como austeridad, o disciplina feroz, la raíz del término: tap, quiere decir quemar desde dentro.

     El sufrimiento es opcional, ha apuntado Murakami. En la primera página del buscador online, según artículos de distinta y sospechosa naturaleza burbujeando en Google, una de las genealogías de la sentencia sugiere a Einstein como su autor. Esto me inquieta. ¿Por qué lo diría Einstein, en qué contexto, en qué libro? Hay algo sospechoso en todo esto. Continúo. Página dos del buscador. Nuevas citas secundarias me llevan al genio inventor, aunque en ningún lugar aparece el contexto de la frase, que de paso: no se me parece a él, a lo (poquísimo) que sé de él. Me digo: resérvate la confianza. Me digo: no entregues tu duda tan fácilmente. Solo busca. Página tres del explorador. Stop.

     El dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional, Buddha Gautama.

     Llegaste.

     La frase se acerca más al budismo que a la teoría de la relatividad, tiene todo el sentido del mundo, me digo. ¡No fue Einstein, fue Buddha! Entonces una voz propone esta (mi) ecuación improbable: lugar más tiempo más punto de vista, es igual a cantidad de sufrimiento. Vista así, la frase bien podría ser de Einstein.

     Continúo.

     Un último recorrido al navegador resulta en:

     Fake Buddha Quotes: Pain is inevitable but suffering is optional. Envuelta en este bolsillo rebelde que no solo no me lleva donde quiero sino me aleja cada vez más, pauso. Estás perdida, me digo, pero en un instante has aprendido varias cosas. Por ejemplo: existe un tipo de frase llamado “frase falsa de Buddha”. En la web y en el mundo afuera una cosa lleva a la otra. La búsqueda en apariencia ineficaz me lleva ahora al Sutra Sallatha, texto sagrado, lo sé ahora, en el que Buddha explica: ante el dolor “real”, la persona común o sin instrucción (espiritual) se acongoja, se siente afligida y se lamenta, se golpea el pecho y se perturba. Siente dos dolores: uno físico y uno mental, tal como si le hirieran con una flecha, dice el texto, y enseguida le dispararan otra. La primera flecha es la realidad innegable del sufrimiento. La segunda, la proliferación mental sobre la realidad del sufrimiento. En circunstancias dolorosas, la persona instruida en cambio se separa de la circunstancia. Sólo una flecha la atraviesa: la del dolor inicial. No hay dolor sobre el dolor. No hay –y ahora recuerdo este concepto leído alguna vez en The New York Times en un artículo sobre la depresión– rumiación, palabra derivada del latín cuya raíz significa masticar. Masticar –o rumiar– las circunstancias oscuras de la vida, decía aquel artículo, aumenta las tendencias y aproximaciones depresivas a la vida. A mayor regodeo en el dolor del primer impacto, diría Buddha, más factible ser presa del segundo.

     Tanto el Sutra al que llegué por cuestión de fortuna y casualidad, como el artículo del New York Times emergido del sombrero invisible que es mi memoria caprichosa y desprendida, entienden el regodeo en el dolor o en la oscuridad como fuente del desconsuelo. Regreso a la sentencia huérfana: El dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional.

     La dejaré acá.

     Vuelvo a Murakami. Encuentro que De qué hablo cuando hablo de correr es un libro muy plano: es él mismo metáfora de una carrera, una carrera discursiva en una playa de Hawaii, donde ahora sé  el autor pasa los veranos y justamente, corre, además de claro, escribir. Este libro, pienso, busca convertir el correr en un relato de largo aliento. Es entonces cuando me digo: este libro es un maratón. Yo no corro maratones. Los siento un sufrimiento innecesario. Yo no corro maratones, pero sufro, claro, a mi(s) manera(s). Otras maneras que encuentro más útiles.

     He sugerido: la utilidad del sufrimiento. He escrito: el sufrimiento innecesario. Dejaré esto acá. Pienso en tapas.

     Dejaré todo esto acá.

      Alzo una ceja pues en primer lugar no creo en la utilidad de casi nada, me he vuelto pesimista, no creo en la supuesta relación (casi mística e inseparable de la noción de productividad) entre esfuerzo y resultado esperado, aunque entiendo que no hay resultado esperado o necesario sin una buena cuota de esfuerzo. No rumiaré esta idea, me digo. Me alejaré de acá y diré en resumen que no creo en la utilidad de casi nada y por tanto he desarrollado un particular afecto por todo aquello “que carece de función”, por los lados B, por las historias pequeñas y las miradas periféricas ineficaces, por los objetos abandonados.

     Alzo la ceja también y en segundo lugar, pues la sentencia está reñida con la que me ha traído hasta acá. Entonces, ¿el dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional? ¿Es verdaderamente opcional sufrir?

     Decido seguirle el paso a Murakami. Termino el libro como puedo y sin sufrir: me salto unas partes, unos charcos de lluvia hawaiana en la ruta, me detengo por momentos. Dice el maratonista que los escritores trabajan –y usa esta imagen, que me lleva nuevamente al artículo de NYT sobre la rumiación– con una materia oscura. Advierte que la única manera de manejar estas formulaciones deprimentes es manteniéndose sano, manteniendo las defensas altas. Para eso corre. Para limpiarse.

      Un destello.

     De cada libro algo importante surge. Me doy por servida.

     Tapas. Afirman las escrituras que el practicante espiritual reconoce su propia práctica de tapas por la generación de calor que purifica. Queman las ganas, quema el sufrimiento que limpia. La utilidad del sufrimiento, la necesidad del sufrimiento, eso escribí arriba, recuerdo. Pienso en este empeño determinado y amoroso que mi maestro de yoga llama angry determination. Con determinación rabiosa ajusto los cordones de los zapatos y llego al film Corre Lola Corre, historia que, por cierto, se inventa tres tramas posibles y tres desenlaces, con o sin rumiación, a partir de una crisis. El film sigue vigente, lo llevo conmigo: toda historia siempre tiene más de una posible resolución. Lola dice: “Un poco de ira es buena para el corazón, la circulación y la piel”.

     Hoy, luego de mi carrera matutina, llegué a casa hirviendo, con los zapatos cubiertos de arcilla y las mejillas teñidas de color durazno. ¿Por qué corro? ¿De qué hablo o en qué pienso cuando pienso en correr? En lo mínimo indispensable de manera que lo preexistente en mi sistema encuentre su lugar. Más que en Murakami o en el sufrimiento pienso en tapas. Pienso en la utilidad de la determinación rabiosa y en “Corre Lola Corre”, que hace lo suyo, corre, al ritmo de un house potente. Cuando corro, escribo. No tengo que correr para escribir. Pero al regresar a casa con el cuerpo ardiendo y la mente limpia, escribo. Elijo una de las viables rutas y hacia ella me encamino, con los sentidos de la percepción claros y dispuestos a discurrir hacia algún posible desenlace.

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