Para quienes no sean argentinos y de mi generación, la X, es necesario ponerlos en contexto antes de meterse a hablar de la película.
Desde 1976 hasta 1983 la Argentina vivió una dictadura militar donde se combatió por derecha y mayormente en forma ilegal y clandestina a los insurgentes de izquierda que habían florecido durante las décadas previas.
Para esa “guerra sucia” (¿acaso la hay limpia?), las Fuerzas Armadas argentinas contaron con paramilitares civiles que los ayudaban a cometer secuestros, asesinar opositores, perseguir oponentes políticos, y brindar inteligencia.
Cuando la dictadura terminó, mucha de esa gente no consiguió reinsertarse en la vida democrática, y formó parte de lo que se conoció como “mano de obra desocupada”. Es decir: paramilitares y servicios de inteligencia sin enemigo que combatir. Muchos de ellos, como Arquímedes Puccio, se dedicaron entonces a la actividad privada: secuestrar, robar, matar por dinero, y ya no por convicción.
La simplificación es grosera, pero quiero hablar de cine, no de historia política.
A principios de los ochenta, ya con el gobierno democrático, la Argentina se conmocionó cuando una empresaria, Nélida Bollini de Prado, fue rescatada con vida del sótano de una casona en el coqueto barrio de San Isidro. Entre los arrestados estaba Alejandro Puccio, un exitoso rugbier que se movía en la alta sociedad sanisidrense, y que contribuía a marcar a las víctimas, todas conocidas de él o de su familia. También cayó su hermano, conocido como “Maguila”, su madre, sus hermanas (posteriormente liberadas) y Arquímedes, el nefasto líder y mano de obra desocupada. El modus operandi era escalofriante: secuestraban amigos y conocidos, los ocultaban en su propia casa con la complicidad de la familia entera y luego de cobrar el rescate, los mataban para que no los pudieran reconocer y delatar. Llegaron a secuestrar y matar a dos personas, a una terera la mataron cuando se resistió al secuestro, y la cuarta fue rescatada, como mencioné anteriormente, antes de que la familia pagara el rescate.
Bien, esa es la historia. Ahora hablemos de cine.
La película tiene altos y bajos, muchos de ellos típicos del cine nacional argentino.
La historia está bien contada, aunque le faltaría brindar algo más de información de contexto, ya que mucha gente que no conoce la historia del clan Puccio, puede no entender verdaderamente quiénes eran estos siniestros personajes.
Las actuaciones son disparejas, con Francella y Lanzani a la cabeza. En mi opinión, Francella es un pésimo comediante (para quienes no lo reconozcan, fue el Al Bundy de Casado con Hijos versión argentina), pero un excelente actor serio y su trabajo actoral usando solamente sus ojos gélidos es excepcional. Por su lado, Lanzani, quien viene de roles menores en tiras adolescentes, se muestra cómodo en el papel de chico bien –en su vida real, Lanzani también lo es.
El resto se defiende como puede. Los diálogos son bastante forzados –un mal característico del cine nacional argentino- y eso claramente no ayuda a los actores. Los policías, por ejemplo, recitan sus líneas sin ninguna convicción y transforman una escena clave de la película en lo que podría ser un ensayo leído.
Más allá de la dirección actoral, la puesta está en términos generales muy bien, con algunos excesos ya típicos de Trapero (la escena de sexo en el auto podría durar la mitad, o al menos la mitad de posiciones), pero los encuadres y las escenas en general funcionan. Al ser una película de época, se escapan algunos detalles anacrónicos (como las zapatillas de Alex), pero podríamos decir que igualmente está muy lograda en ese aspecto.
El sonido, otro déficit del cine argentino, podría escucharse mejor (aclaro que lo ví en un cine con Dolby).
La fotografía, en cambio, me pareció substándard. Es increíble que hayan fotografiado de esta manera una película con presupuesto, donde están metidos productores serios (Telefé, Almodóvar, etc). Se nota a la legua que es video, y vaya a saber qué cámara utilizaron o cómo la setearon, pero los primeros planos se ven nítidos mientras que los segundos planos se ven horriblemente electrónicos y estallados en muchísimas ocasiones. Una verdadera lástima.
Pero a pesar de todos estos defectos técnicos, El Clan es una película de visión casi obligada. No sólo para quienes, como yo, vivieron de cerca la saga de los Puccio, sino para que el resto del mundo conozca una historia que sólo podría suceder en el cine… o en la Argentina. No se la pierdan.
httpv://youtu.be/n7kpI79cPBk