María José Collado orienta en esta obra el presagio poético como ofrenda para conjurar el olvido. El decurso de los acontecimientos es celebrado en el instante rescatado del tumulto de los días.
Reivindicar la poesía y con ella un tiempo nuevo. Ese tiempo laborioso, quedo y sediento de revelación que no se atiene a modas, poses o gestos. Su camino es otro: la senda del silencio. ¿A qué puede aspirar la poesía sino a sumir su naturaleza mítica en la propensión del silencio? Ese silencio que zumba en la infinitud del universo. Al nacer lo doblegan con el azote que lo trunca en lágrimas y que recobramos tras el último hálito. En ese transcurso la búsqueda del silencio es una constante, consciente o inconsciente, que nos acompaña permanentemente. Pero “<< ¿Cuál es la utilidad o función de la poesía en la actualidad?>> Es una pregunta no menos acerba porque lo hagan con insolencia tantos estúpidos o la respondan con apologías tantos tontos (…) La función y la utilidad siguen siendo las mismas; sólo la aplicación ha cambiado. Esta era en un tiempo una advertencia al hombre que debía mantenerse en armonía con la familia de las criaturas vivientes entre las cuales había nacido, mediante la obediencia a los deseos del ama de casa; ahora es un recordatorio de que no ha tenido en cuenta la advertencia, ha trastornado la casa con sus caprichosos experimentos en la filosofía, la ciencia, y la industria y se ha arruinado a sí mismo y a su familia. La <<actual>> es una civilización en la que son deshonrados los principales emblemas de la poesía (…) En la que el dinero puede comprar casi todo menos la verdad y a casi todos menos al poeta poseído por la verdad”. Robert Graves en su obra La diosa blanca, publicada en 1948, nos aproxima al lenguaje mágico de la Europa antigua mediterránea y septentrional vinculada a ceremonias religiosas y populares en honor de la diosa Luna. El poeta inglés asevera que “lo que más beneficia a un poeta es el conocimiento y comprensión de los mitos”.
CENTINELAS DEL FRÍO –editorial Corona del Sur, 2015- nos exhorta a atender a otro eco, a otra resonancia, a otro acercamiento a la realidad del ser humano que se identifica con el mito del olvido. Lete, uno de los ríos del Hades, posee una extraña propiedad: beber de su agua tiene como consecuencia el olvido completo. En cierta manera, la sociedad actual, vigorizante en el manejo de las tecnologías pero ciega en el cuido y asistencia a la memoria, se apresura inexorablemente al extravío en su acontecer cotidiano. De ahí que la autora de este pequeño milagro poético construya “versos mágicamente potentes en el sentido antiguo”, como señala Graves, para contrarrestar la fortaleza del frío que detenta la cruel omisión contemporánea. Los “centinelas del frío” velan por nuestro inventario de pérdidas y guardan observancia y celo ante cualquier amenaza que pudiera turbar ese paraíso mítico de dorado esplendor. En la expresión más transparente y ardiente que versara Pablo García Baena, “Llovía en los cristales. Ahora, silenciosos, vuelven tristes perfiles, / voces que pálidas renacen, como hojas arrastradas a un otoño de olvido”. Es la conjunción de formas asequibles a ese silencio meditabundo que profesamos con la vana esperanza de reconocer pretéritas huellas en la nieve.
MARÍA JOSÉ COLLADO RITUALIZA LA PALABRA POÉTICA. Y lo hace con destellos profusos de naturalidad y sencillez. Al disponer su hilatura lírica como tapiz de agua. Es decir, materia viva que fluye en el tiempo y se reconoce en la vicisitud que describe, “Algo flota en el aire / como un presentimiento, / insistente, invisible. / Hay señales que apuntan con el cromo de sus dardos a un cifrado camino”. Y es que como señalara Nietzsche, “Los mejores pensamientos son los pensamientos caminados”. La autora nacida en Jerez de la Frontera pero afincada en Sevilla, hace camino en sus poemas. Camino donde el pensamiento, la soledad y el silencio son fieles acompañantes, “Pobre naufragio en la sala / platos, migas de pan, cortezas / el pulso del frigorífico / descuelga a ratos el silencio. El euro ganó la partida hace más de una década, sus zapatillas son las mismas, los pasos algo más renqueantes” La observación minuciosa de lo común nos depara el inevitable desencanto pero también el suceso que delata la halagüeña fragilidad de los actos y su promesa de futuro, “El sándalo eleva / cabelleras de humo, como una cometa / aroma y ensueño (…) Intercambiados nombres, / superpuestos los rostros, la piel es una estela / escrita por amantes”. En su poesía la memoria avista ese lugar desinhibido donde la naturaleza confronta con el artificio urbano y lo debilita, “Dos gorriones celebran / el ritmo pausado de la mañana, / vuelan hacia un mapa de sol, / compás de luz por las azoteas. / Abren los ojos las tiendas, / su corazón de esparto / surgen pulsando cerrojos, / los focos provocan su diástole”. Lo providencial es deseo liberador, talismán protector ante lo inevitable, “el tiempo en su urna de neblina” porque “Esta sed quema, es rebelde, / persigue el río del alba, / la azul constelación de la adularia / en el vaivén del agua”. Esta repujada y breve obra condensa la plenitud de esa pequeña muerte detenida, que se significa en todo poema que alcanza en la iconografía verbal su propio mito.
Pedro Luis Ibáñez Lérida