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El bosque de tu nombre de Karina Pacheco Medrano: un alegato por Guatemala

 

pachecoPara quien ha seguido de cerca las publicaciones de Karina Pacheco Medrano (Cusco, 1969), no debe ser una sorpresa encontrarse con una novela dedicada a Guatemala. Antropóloga de formación, Karina Pacheco ha publicado con anterioridad las novelas La voluntad del molle (2006), No olvides nuestros nombres (2008), La sangre, el polvo la nieve (2010), así como también varios libros de cuentos. Se trata de una de las escritoras más constantes de su generación que ha sabido, poco a poco, delimitar un territorio ficcional en el que encontramos un verdadero impulso narrativo junto con una inquietud por interrogar la historia y la sociedad. El bosque de tu nombre es la primera novela que la autora cusqueña dedica a la realidad guatemalteca, una realidad oscilante entre la violencia institucional y el drama histórico, una realidad que hasta el momento no había servido de material a ningún autor peruano. Así, el interés por la nueva publicación de Karina Pacheco Medrano reside tanto en la propuesta ficcional que plantea como en la manera en que interroga la sangrienta y trágica historia del país centroamericano.

La anécdota de El bosque de tu nombre es sencilla. Poco tiempo después de la muerte de su padre, un profesor de historia exiliado en Londres, el protagonista descubre uno de sus cuaderno infantiles. En él, su padre había escrito una confesión, la del asesinato de tres individuos vinculados con la matanza de rebeldes. Dicha confesión le dará una nueva perspectiva de su padre, a quien había conocido como un militante pero no como un guerrillero vengativo. Asimismo, Ariel – ese es el nombre del protagonista – se encuentra en una situación delicada pues después de haber sido dejado por su mujer, se plantea preguntas con respecto de su vida burguesa en un medio, el londinense, que no tiene nada que hacer con la lejana Guatemala, el país de su padre. Entonces, Ariel decide investigar, conocer mejor ese retazo de historia familiar. Por esa razón, busca entrevistarse con otros exiliados guatemaltecos antes de viajar hasta Guatemala (experiencia contada brevemente al final de la novela). La necesidad de conocer mejor a su padre – de quien se alejó por culpa de su ex-esposa, una inglesa poco sensible al drama centroamericano – le llevará a regresar a un pasado su otro país hasta entonces desconocido, pero no por eso menos impactante.

Durante la lectura de El bosque de tu nombre, tuve la sensación de leer una ficción en la cual los destinos individuales son el telón de fondo de los movimientos históricos. En la manera como el narrador en primera persona vincula la historia con la biografía de cada uno de los personajes, uno advierte que la primera justifica, determina y, también, destruye a quienes se ven arrastrados en su corriente. Sobre todo una historia como la de Guatemala, pequeño país centroamericano en el que los sistemas – colonial, republicano – se suceden sin que esto signifique que las víctimas – los desposeídos, los indígenas – adquieran un estatuto social más digno y justo. En El bosque de tu nombre se presenta una sociedad guatemalteca fracturada, en la cual las clases sociales altas, aliadas con los Estados Unidos, incrementan los gestos de violencia hacia una población expoliada, maltratada, despreciada. Sociedad heterogénea en la que conviven diferentes maneras de entender el tiempo, Guatemala es un país en el que la diversidad, en lugar de estimular un desarrollo social, ha sido la justificación para imponerse a quienes no son occidentales. La autora declina a múltiples niveles narrativos – acontecimientos, discusiones, descubrimientos – la violencia en la que se debate la sociedad de Guatemala.

Dicha violencia se originó, tal y como se plantea en un revelador pasaje de la novela, muchos siglos atrás, por culpa de la falta de sensibilidad para entender las culturas que poblaban las tierras americanas antes de la llegada de los occidentales: “El autor de esa biblia maya que es el Popol Vuh, denomina a esta región como Quiché, un término que en varias lenguas mayas significa bosque, o lugar poblado de árboles. En el siglo XVI, también era denominada Iximulew, que en idioma quiché significa tierra de maíz. El maíz es alimento, también es una planta sagrada; el maíz tiene el corazón claro. En 1523, los tlaxcaltecas que acompañaron a los españoles para conquistar este territorio lo denominaron Quauhtlemallan que en náhuatl significa “lugar de muchos árboles” o “lugar de bosques”. Por facilitarse su pronunciación, Pedro de Alvarado y sus huestes convirtieron a esta tierra de maíz y árboles en Guatemala. Antes aun de avasallarla a punta de estupro y de barbarie, le violentaron el nombre. Guate. Mala. Cosas del etnocentrismo y la pereza para pronunciar al otro en sus propias palabras. ¿Qué tienen que ver los árboles con la maldad?”. Por eso, el título de la novela alude en español al verdadero nombre del país. Un nombre vegetal, profundamente vinculado con la tierra, mal traducido al idioma de los vencedores; por lo tanto, piedra de toque para una historia fracturada.

En este sentido, la novela es un alegato por la memoria histórica en la cual se procura – mediante la ficción – dar cuenta del horror en el que sucesivamente han ido cayendo los grupos de poder guatemaltecos. Podemos hablar, hasta cierto punto, de literatura comprometida pues la ficción, tal y como la entiende Karina Pacheco Medrano, es un acto contemporáneo que interpela la historia para extraer de ella una lección. De ahí, esa suerte de mise en abyme que es el episodio en el cual los tres historiadores ajustician, a su manera, a los tres criminales – el político influyente y sus secuaces -, cada uno de ellos responsable del baño de sangre. Con dicho episodio no solamente se resuelve el destino de los criminales sino también se plantea el lugar de la memoria histórica frente a los hechos de sangre, un lugar que no considera la amnistía o el olvido, antes bien la justicia ciudadana como medio para enfrentarse al horrendo pasado. Por lo demás, el hecho de que se trate de una novela escrita por una peruana le da una dimensión latinoamericana a la historia ficcionalizada; de hecho, bastante presente entre las páginas de la novela (se hace constante mención, por ejemplo, a la historia reciente de países como Colombia y Perú).

En cuanto al lenguaje con el que está escrita la novela me gustaría subrayar su simpleza, acaso en concordancia con el compromiso que se desprende de cada página. Si hay un mensaje que transmitir, si es necesario hacer que el lector tome una posición, el lenguaje no debe ensombrecer el contenido, quitarle protagonismo, antes bien, es necesario que se contente con vehicular tanto la intriga como la reflexión del narrador. Esto no quiere decir, desde luego, que no se trate de una prosa despojada de interés, sino todo lo contrario. Si lo único que perturba la lectura es la exagerada cantidad de preguntas retóricas – convertidas en una agotadora manera de interpelar al narrador -, el resto es un eficiente despliegue verbal a favor de una intriga que no le deja respiro al lector. Un lenguaje, por lo demás, igual de atento a la intimidad de los personajes como a contar, con agilidad y detalle, los eventos que más marcaron la historia guatemalteca (algún crítico habló, en este sentido, de “narrar con las herramientas del melodrama”). El bosque de tu nombre, título sugerente que anuncia una novela que bucea sin concesiones en la violencia institucional, en los abusos y prepotencias de quienes se creen dueños de un país, es una novela que merece leerse por la seguridad, la convicción y el fervor con el que está escrita. Ficción que interroga la historia, El bosque de tu nombre nos muestra que el drama guatemalteco trasciende las generaciones, sí, pero sobre todo tiene una dimensión humana.

 

 

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