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El alma por el pie

Pablo Brescia

(Cortázar) y Pacheco

El 12 de febrero se cumplieron tres décadas de la muerte de Julio Cortázar. Pongo entre paréntesis mis reflexiones sobre los discursos de aceptación del Nóbel de Literatura y me pongo a pensar un poco en Cortázar. Y también se me viene a la mente la desafortunada desaparición de José Emilio Pacheco. Hay tantas conexiones… tantas. La voluntad de búsqueda existencial en las novelas (experimental en Julio, ligado a los devaneos intelectuales de sus personajes en Rayuela, por ejemplo; agónica, como de manotazo de ahogado en José Emilio, relacionada a las ruinas de la Modernidad y al trazo íntimo de la adolescencia en Las batallas en el desierto y El principio del placer). El humor en dos escritores serios que no se tomaban muy en serio (lúdico e irreverente en Cortázar, con sus Lucas y sus cronopios; mas paródico en Pacheco, con sus críticas a los regímenes totalitarios en Morirás lejos o a México en “Gulliver en el país de los megáridos”). Y, por supuesto, el cultivo asiduo de la literatura fantástica, aquella que interroga los tiempos y los espacios, y también la historia y la identidad desde lugares insospechados. Para ambos, la responsabilidad del escritor es doble: un compromiso con la libertad creadora a través del enriquecimiento de la realidad por la literatura y la denuncia ante la opresión, la explotación y los totalitarismos. Habrá habido aciertos y desaciertos en ese camino. Pero ninguno de estos escritores renegó de las posibilidades de potenciar la imaginación para ir más allá de las apariencias y sondear en lo misterioso con un filo alejado de todo impulso mimético que reconforte o deje las cosas como son. “La fiesta brava”, de Pacheco, es un cuento fantástico, sí, pero también es un texto metaficcional, es un texto sobre Vietnam, sobre lo pre-hispano, sobre el metro en México. “La noche boca arriba”, de Cortázar, es un cuento fantástico, sí, pero también es un cuento sobre la Modernidad, sobre lo pre-hispano, sobre las dimensiones metafísicas del sueño. A leer a Julio, al leer a José Emilio, dejamos de ser nosotros mismos. El viaje, la lectura, bien valen la pena.

Y el pescador dijo: “Habla y abrevia tu relato
porque de impaciente que se halla mi alma
se me está saliendo por el pie”.
Las mil y una noches.

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