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Dos momentos Monterroso

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  1. Acá sólo Tito lo saca

Uno de los amores más constantes de Monterroso fueron los juegos con las palabras, materia prima de su oficio. En Pájaros de Hispanoamérica, Tito se detiene en el recuerdo de ciertos escritores, cercanos algunos, más lejanos otros, que sobrevolaron por su cabeza alguna vez. Y en varias de esas estampas corren los palindromas, esos “viajes de ida y vuelta de las palabras”.

Tito visita al poeta argentino Hugo Gola. Llega y le pregunta si sabe italiano; tiene una duda sobre una traducción de la Divina Comedia; se cita la famosa del general argentino Bartolomé Mitre, nombre que los escolares convierten en Bartolo Memitre. De allí a la Egloga Primera de Garcilaso de la Vega (“El dulce lamentar de dos pastores”/“El dulce lamen tarde dos pastores”) hay sólo un paso. Cuando habla de Carlos Illescas, guatemalteco palindromista, encuentra el motivo para trazar una genealogía de los devotos de los juegos de palabras: Gracián, Calderón, Shakespeare. Y vuelta a la anécdota: en una reunión, Tito se encuentra con el hijo de Onís y lo saluda espetándole: “¡Onís es asesino!” En México un grupo de “ociosos” (Juan José Arreola, Antonio Alatorre, Ernesto Mejía Sánchez, Illescas y otros) hacían silencio y, mirando el techo, pensaban o recordaban palindromas: “Aman a Panamá”; “Salta Lenin el atlas”; “Amigo, no gima”; “Etna da luz azul a Dante”; “Somos seres sosos, Ada; sosos seres somos” y el escatológico de Tito, “¡Acá, caca!”. En el recuerdo de Adam Rubalcava, poeta mexicano también definido en el libro como “palindromista”, Monterroso cita el palindroma que considera su escudo de armas: “Acá sólo Tito lo saca”.

El ejercicio de la escritura, en el sentido más literal del término, le permitió a Monterroso hacer lo que le gustaba: estudiar el lenguaje desde un lugar lúdico que se transformó en caja de sorpresas y en contraseña espiritual para almas afines.

  1. Los animales son unos escritores

En “El escritor”, Tito aduce que el mundo de la literatura le queda grande y que por ello tiene un sentimiento de inferioridad. Atención al filo de las expresiones de Monterroso: cree que, a lo largo de los años, su inseguridad ha sido tomada erróneamente como modestia; para ocultar esa inseguridad —¿o aquella modestia?— recurre a la ironía, según él, “vicio mental”. Táctica y estrategia monterrosiana: me critico para poder incluirme.

Copio el texto íntegro de “Paréntesis”, una de sus fábulas.

A veces por las noches —meditaba en aquella ocasión la Pulga— cuando el insomnio no me deja dormir como ahora y leo, hago un paréntesis en la lectura, pienso en mi oficio de escritor y, viendo largamente al techo, por breves instantes imagino que soy, o que podría serlo si me lo propusiera con seriedad desde mañana, como Kafka (claro que sin su existencia miserable), o como Joyce (sin su vida llena de trabajos para subsistir con dignidad), o como Cervantes (sin los inconvenientes de la pobreza), o como Catulo (aun en contra, o quizá por ello mismo, de su afición a sufrir por las mujeres), o como Swift (sin la amenaza de la locura), o como Goethe (sin su triste destino de ganarse la vida en Palacio), o como Bloy (a pesar de su decidida inclinación a sacrificarse por las putas), o como Thoreau (a pesar de nada), o como Sor Juana (a pesar de todo); nunca Anónimo; siempre Lui Même, el colmo de los colmos de cualquier gloria terrestre.

Habría que reparar en los animales que Tito usa para representar las posibles caras del escritor: el mono, la cucaracha, la pulga. Cuando elige al Zorro, es para hablar de la sabiduría al cuadrado de ese Zorro que se niega a publicar un segundo libro malo. El mono imita y se expone a la burla; la pulga y la cucaracha son animalitos insignificantes, fácilmente aplastables. Y, sin embargo, hay algo de heroico en esos seres que son los que más se relacionan con el ser humano (mono), que tal vez sigan viviendo cuando el mundo no exista (cucaracha), que son molestos pero necesarios (pulga). Miserabilidad, trabajo, pobreza, sufrimiento, locura, tristeza, sacrificio, nada y todo: ¿no es demasiado para estar entre paréntesis?

En el tono de la pulga se adivina la angustia de querer y no querer ser como ellos, la sensación de que la escritora o el escritor viene con paréntesis incluido y no puede escapar de sí mismo. Esa pulga, que detiene su lectura y piensa en los otros —escritores como ella; ¿pulgas como ella?, piensa (qué raro) en primera persona.

Y el pescador dijo: “Habla y abrevia tu relato
porque de impaciente que se halla mi alma
se me está saliendo por el pie”.
Las mil y una noches, “Historia del pescador y el efrit”.

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