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Dos crímenes por página


Primer capítulo de la novela Dos crímenes por página, del autor uruguayo Ramiro Sanchiz. Dos crímenes por página es una publicación de Suburbano Ebooks.


1

No debería sorprender al lector que el cliente en el teléfono fuese una mujer. A Jorge Varlotta la voz le resultó hasta risible, tan aguda y frágil con su acento peninsular, por lo que sí fue para él una sorpresa, una hora más tarde, descubrir una mujer relativamente joven, alta y robusta, en el bar acordado. Paridora, pensó, y se fijó en los hombros y la espalda, el tipo de espalda demandada estructuralmente por un rotundo par de tetas; admiró especialmente las caderas, capacitadas, pensó, para facilitar la entrada al mundo de una generación completa que poblase un domo colonizador en algún planeta remoto.

Cuando ella habló lo hizo con una voz que era, sin lugar a dudas, la que el detective (él prefería el término investigador) había escuchado por teléfono, aunque la fragilidad de tonos agudísimos parecía ausente. Pero era una voz incompleta, en cierto modo una voz cercenada, la de una máquina cuyo programador desdeñó por completo la necesidad de simular emociones. Así, Varlotta no pudo dejar de asociar ese sonido de inteligencia artificial con lo poco que los anteojos oscuros, enormes, dejaban ver del rostro de la mujer.

Pero, claro, nadie daba nombres, nadie dejaba verse con claridad o, en todo caso, quienes lo hacían eran estúpidos o temerarios y, por lo tanto, no había que fiarse de ellos. O de ellas.

La mujer estaba preguntándole si conocía a Federico Stahl.

–El escritor, ¿verdad?

–¿Está al tanto de que fue asesinado?

–Creo que lo vi en el noticiero… ayer, anteayer, ¿cuándo fue?

La mujer terminó su spresso.

–¿Va a pedir algo?

Varlotta asintió y llamó al mozo.

–Jefe, una tónica. Gracias.

–Stahl fue asesinado en su casa el domingo por la noche. La mujer que le hacía la limpieza encontró el cuerpo el lunes. Estaba mutilado, tenía las puntas de los dedos cortadas. Hasta la falange. También le encontraron la boca tajeada como la sonrisa de Glasgow. Y la lengua cortada. Hasta ahí la información en la prensa.

Hizo una pausa y le pasó un recorte de diario. De la vieja escuela, pensó Varlotta mientras se ponía los lentes. Apenas dos columnas de texto y una foto del escritor. Lo de sonrisa de Glasgow era una cita literal de la nota de prensa.

Tomó un trago de la tónica después de dirigirle una sonrisa cómplice al mozo.

–Ahí no lo pone –dijo la mujer-, pero hace un rato escuché en la radio que la policía forense lo retuvo hasta hoy miércoles a la madrugada. Y acabo de enterarme de que la familia planea hacer el funeral. Todavía no se sabe dónde, pero confío en que usted lo averiguará. Y que resolverá este asunto antes que la policía. Eso es muy importante… me importa mucho. Como le dije por teléfono. Todo.

–Quédese tranquila. Soy el más rápido; hoy estamos a miércoles… llámeme el viernes y tendré resultados.

–Le tomo la palabra. Nadie mejor que usted, me han dicho, para entender que aquí la policía no tiene lugar; que aquí… bueno…

La mujer retiró el recorte. Lo dobló cuidadosamente y guardó en su cartera.

Varlotta miró la calle.

–Ahora… me quedé pensando –comenzó–… Un escritor al que matan cortándole los dedos y la lengua. Que no hable ni escriba, ¿verdad? Y usted habla de justicia…

–Es lo que todo el mundo debe haber pensado –dijo, sin énfasis alguno, la voz de la computadora una vez más pero ahora provista de algo que latía en el fondo, un pulso que Varlotta, por acción refleja inmediata, tuvo que decodificar. ¿Compasión? ¿Rabia? ¿Sentido del deber? No estaba claro; el programador lo habría encriptado entre cientos de algoritmos destinados a producir la voz… eso o que, por supuesto, ella era realmente un ser humano, que realmente sentía la muerte del escritor–. Aquí tengo para usted un adelanto de trescientos dólares. Entiendo que es más que suficiente para ponerlo a investigar. Según los resultados que obtenga en estos primeros días, tendrá más dinero. Y el resto le asegurará los cinco mil dólares.

–Usted es de la familia, ¿no?

Lo miró con curiosidad.

–Sabe muy bien que jamás le podría contestar algo así. ¿Le parece difícil pensar que, simplemente, admiro tanto la escritura de Stahl que necesito saber quién lo mató?

–Tendría que gustarle demasiado

–Ah, ¿una ex amante, dirá usted?

Varlotta asintió.

–No tiene importancia. Así que hoy será el funeral. ¿Algún otro dato?

Le tendió un sobre con los dólares y dejó un billete de cien pesos y otro de veinte sobre la mesa. Se levantó y saludó con una ligera inclinación de cabeza.

Varlotta se quedó en el bar un rato más después de terminar la tónica.

–Qué nivel, ¿eh? ¿Esta también es de los platos voladores?

El mozo había puesto cara de libidinoso.

–Cortá la paja y traeme un entrecot con fritas.

–¿Tan temprano?

–Hay trabajo. Vieja, hoy comemos…


Sinopsis: Federico Stahl, el protagonista recurrente de todos los libros de Ramiro Sanchiz, es asesinado en las primeras páginas de esta novela. El caso será investigado por Jorge Varlotta, viejo detective aficionado y devoto de la ufología. Rápidamente aparecen algunas preguntas: ¿quién contrató al detective y por qué? ¿Qué se esconde, en última instancia, detrás de la muerte de un escritor? ¿Hay alguna relación entre el crimen y los horrores innominados del espacio exterior que acechan en la percepción de Varlotta? Dos crímenes por página puede leerse como una suerte de policial negro, pero también como una ucronía y una novela de la ciencia ficción más pulp.

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Ramiro Sanchiz (Montevideo, 1978) es escritor y periodista cultural. Ha publicado, entre otras, las novelas El orden del mundo (2014), El gato y la entropía #12&35 (2015), Las imitaciones (2016) y Verde (2016). Cuentos suyos han aparecido en revistas como Galaxies, IF, The Buenos Aires Review, Axón, Próxima y Lento, además de en antologías como Fabricantes de sueños 2012-2013 y Hasta acá llegamos – cuentos sobre el fin del mundo. Ha sido traducido al inglés, alemán, francés e italiano.

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