Giuseppe Zangara
A mi padre que no se creía que
alguien pudiera matar a Kennedy
I. Roosevelt en Miami
Dicen que Miami es una ciudad peligrosa pero Roosevelt murió de muerte natural a pesar de visitarla por lo que un texto sobre asesinos y asesinatos presidenciales no debería empezar, quizás ni siquiera incluir Miami, al menos hasta llegar al capítulo dedicado a Kennedy, pero aún así… Como en casi todos mis libros: MIAMI…
Electo inicialmente en 1932, pero reelecto en 1936 y 1940 (después veremos la importancia de esa reelección), Franklin Delano Roosevelt estaba al inicio de su cuarto periodo presidencial cuando sufrió una hemorragia cerebral. Su últimas palabras conocidas difícilmente reflejan ni el poder ni el sentido de lo conveniente que siempre tuvo aquel presidente. Antes de morir dijo simplemente «Tengo un terrible dolor de cabeza«. Sin embargo, mucho antes, al principio de su primer periodo, estuvo a punto de morir en Miami. Allí fue donde le intentó tirotear su auto un proclamado anarquista italiano llamado Giuseppe Zangara.
Yo viví en Miami casi veinte años. Después de Barcelona, Miami es la ciudad que más he amado en mi vida. Hay muchas maneras de ver Miami. Puede verse como americano y entonces Miami no es más que una ciudad del sur profundo, sin particular gracia ni belleza, perpetuamente golpeada por un sol demasiado brillante que dura demasiados meses al año, llena de gente que habla demasiado alto en un idioma extranjero, y en la que la vida sería imposible sin el aire acondicionado.
Puede verse como un hispanoamericano rico y entonces es ese centro comercial en el que la decreciente clase media de la América que habla en español compra sus camisas, sus computadoras y, a veces, sus armas, un sitio con menos clase que Nueva York, por no hablar de Boston, pero que tiene la ventaja de que los dependientes de las tiendas de electrodomésticos, o los empleados de los bancos, saben hablar español y no te ponen una cara rara cuando ingresas 9.900 dólares en efectivo. Finalmente, para un inmigrante del tercer mundo, Miami es un mundo nuevo y lleno de oportunidades en el que incluso empezando de cero es posible prosperar como nunca prosperará en su propio país.
Sin embargo todos los visitantes, y gran parte de los nativos, norteamericanos del Norte o del Sur de la línea Mason-Dixie, europeos o recién llegados desde el otro Sur —el que está más allá de las fronteras estadounidenses—, del Caribe o de cualquier otro lugar, están de acuerdo en pensar que se trata de una ciudad sin historia.
Uno de los motivos de que Miami parezca una ciudad sin Historia es que las historias de la gente llegada de fuera han cubierto a la historia local original hasta hacer que esta se olvide en gran parte. En 1960, al principio del gobierno de Castro en la isla y del exilio de los cubanos en la Florida, los miamenses nacidos en los Estados Unidos eran la mayoría de la población de la ciudad. En 1990 eran sólo un diez por ciento.
Viví en Miami casi veinte años y casi veinte años de conversaciones en mi trabajo, de sobremesas y reuniones con amigos, de charlas con mi casera, me dieron una visión clara de Cuba, la de antes de Castro, la de Castro, y quizás incluso de cómo podría ser la de después de Castro. Las calles de Miami están llenas de recuerdos de La Habana, de locales que recuperan los nombres de un ayer perdido pero no olvidado. La Esquina de Tejas, donde comió en su día el Presidente Reagan con los líderes de la comunidad cubano americana toma su nombre de un restaurante habanero, la Casa de los Trucos—hoy una tienda de disfraces para Halloween—, La moderna poesía—una librería—, El castillo de Farnés—un restaurante—, antes de ser locales de Flagler o la Calle Ocho del South West, el corazón de la Little Havana, fueron locales de la otra Habana, la de verdad. Por el contrario los nombres de muchas calles de esa ciudad, Julia Tuttle Way, Flagler Street, carecieron de significado para mí hasta que regresado a mi país escribí Extremo Occidente, un libro de historia de los Estados Unidos.
Si eso pasa con los fundadores de la ciudad, que no pasara con un extraño como Anton Cermak que tan poco tiempo pasó en ella aunque viniera para ser tiroteado en Bayfront Park y morir en un hospital miamense. Para encontrar un rastro de Cermak en Miami creo que hay que ir hasta el American Czech Slovak Cultural Club, si es que aún existe y no se ha escindido en un American Czech Cultural Club y un American Slovak Cultural Club. Cermak es sin embargo parte de la historia de Miami y de los Estados Unidos.
Viví en Miami y durante años pasé frente a Bayfront Park sin imaginarme que era un lugar histórico, el sitio en que Anton Cermak resultó herido de muerte, el sitio en que a Franklin D. Roosevelt casi lo matan cambiando la historia del mundo. No podía saberlo. Ninguna placa recuerda hoy lo que pasó allí. Miami puede tener más historia de la que quiere, puede o incluso logra recordar pero, en eso tienen sí razón sus críticos, no es una ciudad amiga de la historia.