En el filme Tony Rome, de 1967, el legendario Frank Sinatra encarna a un investigador privado de Miami que da nombre a la película, basada en la novela Miami Mayhem, de Marvin H. Albert. Cuando Tony conoce a Ann Archer, una divorciada adinerada que está viviendo por un tiempo en Miami, la mujer, interpretada por Jill St. John, le dice: “Nunca había conocido a un detective privado”.
En mi novela El ocaso, cuya acción también transcurre en Miami, la femme fatale, Lucía Soler, conoce por accidente al protagonista, el detective Fernando Estrada. Y en ese momento le dice lo mismo: “¿Investigador privado? En mi vida he conocido uno de verdad”.
Tony Rome debe proteger a la hija de un constructor millonario, cuya mansión, por cierto, es el palacio de Vizcaya. En mi cuento Una noche como otra cualquiera, Fernando Estrada también tiene que proteger a la hija de un individuo acaudalado.
Juro que escribí El ocaso y Una noche como otra cualquiera varios años antes de ver Tony Rome por primera vez, y no he leído Miami Mayhem.
Otro personaje y otra coincidencia: Tony Rome vive en un yate. Sonny Crockett, el protagonista de la serie policíaca Miami Vice, también vive en un yate.
Tony Rome apuesta constantemente en las carreras de caballos. En la novela Varsovia, de Pedro Medina León, el personaje principal, un ex inspector conocido como el Comanche, sobrevive en Miami apostando en juegos de billar.
Todos estos personajes, obra de distintos creadores, se ganan la vida y se enfrentan al peligro en Miami, que no es solamente una ciudad tropical de playas, mujeres de belleza espectacular, malls y automóviles exóticos, sino también una de las ciudades más caras de los Estados Unidos. La más cara si se mide el costo de la vida frente al ingreso promedio de sus habitantes. Con todo lo que eso conlleva: la pobreza abrumadora al pie de los edificios de lujo donde viven forasteros que han amasado fortunas multimillonarias; el fraude y el delito como modo de vida de gente audaz y ambiciosa; los homeless pidiendo dinero bajo los semáforos en los suburbios, mientras los choferes de costosísimos vehículos Maserati y Tesla esperan que pongan la verde; bajos mundos donde el robo coexiste con el tráfico humano y la venta de drogas. Calles siniestras propicias para la acción de detectives de la literatura noir.
Pero por esas calles sórdidas, como dice Raymond Chandler en El simple arte de matar, “tiene que caminar un hombre que no tiene nada de sórdido, que no está corrompido ni asustado”. En Miami, ese hombre es Tony Rome, y también el Comanche, y Sonny Crockett, y Fernando Estrada. Todos tienen en común que quieren cambiar el mundo injusto que se agita detrás de la postal turística, y están dispuestos a pagar el precio de ese cambio. Todos tienen en común los rasgos del detective descrito por Chandler: son hombres de la calle, duros e irreverentes; tienen un concepto del honor que algunos considerarían pasado de moda; no se dejan sobornar; sienten desprecio por la mezquindad.
Ni Ann Archer ni Lucía Soler habían conocido antes a un detective privado, pero Chandler sí lo conocía bien. Y nos legó ese arquetipo de la novela negra, un género que perdurará mientras las calles sórdidas sigan siendo una parte nefasta del paisaje urbano y mientras por ellas pase “un hombre de honor por instinto, por inevitabilidad”, que no le teme al peligro porque sabe que el peligro está a la vuelta de cualquier esquina.