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Destinados a ser perros

De primera impresión podría parecer que no existen elementos en común entre un perro enviado al espacio y un niño que explora el mundo y enfrenta las decisiones de los adultos. Lasse Hallström, el director sueco de Mi vida como perro (1985) o Mitt liv som hund, logra demostrar que las características entre ambos pueden ser numerosas. Entre éstas, por ejemplo, la inocencia tanto del perro como la del niño. Como detalle interesante, no es casualidad que el nombre de esta obra suene parecido a la cinta actualmente en cartelera, A dog’s purpose (2017), pues, se trata del mismo director. En esta pieza que aquí reseño, aunque el protagonista se encuentra en el tránsito de la niñez a la adolescencia, en donde explora su sexualidad (o bien se deja influenciar por quienes están a su alrededor), sus preocupaciones no se relacionan con su etapa de crecimiento sino con los eventos que quedan en la esfera de los mayores: la situación de su madre, el destino de su perro y eventualmente su propio destino.

Cuando comencé a ver el filme me resultó difícil entender por qué había sido premiada tantas veces. Fue nominada a dos premios Óscar, al mejor director y a la mejor adaptación de guión en 1988, y al BAFTA como mejor largometraje extranjero. Paralelamente fue galardonada con un globo de oro y en el Boston Society of Film Critics Awards a la mejor cinta extranjera; también obtuvo un premio Bodil al mejor filme europeo y ganó el galardón a la mejor película en Guldbagge Awards, entre otros. Sin embargo, no fue hasta el final de la obra cuando pude apreciar mejor su valor. Así una vez más me sucedió, quedé absorta ante una pieza cinematográfica que explora el lugar de la niñez en nuestra sociedad. En este caso, me parece brillante que se exponga un evento como el del lanzamiento de Laika al espacio, primer ser vivo que viaja fuera de nuestro planeta en 1957, como una metáfora de lo que hacemos bajo nuestro lente de adultos con los niños. Para mí, es magistral presentar, desde la inocencia de un niño, interrogantes y enlaces sobre lo que Laika pudo haber enfrentado: lo que Ingemar afronta, lo que el resto de los niños experimentan ante nuestras decisiones.

Las primeras palabras que se pronuncian son, en la voz de Ingemar, la narración de la muerte de esta famosa perra que fue enviada al espacio por los rusos. El niño, a lo largo de la trama, divaga y se cuestiona acerca del por qué mandaron al espacio a Laika. Ingemar piensa sobre la crueldad de los adultos, en particular, de que se haya tomado esta decisión sin considerar lo que sintiera el animal. Se cuestiona sobre lo que Laika habrá pensando, si habría perdonado a los seres humanos por enviarla al espacio y cómo se hubiera sentido éste en su lugar. Al situar a Ingemar, ideando conjeturas sobre el destino de Laika, establecemos como espectadores una conexión entre el perro de Ingemar con este otro. Pero, por otra parte, con el título de la película también suponemos un enlace entre Laika e Ingemar, pues,  Mi vida como perro denota las semejanzas del destino de ambos, no tanto de la muerte de Laika, sino de su indudable y ulterior soledad.

Las preguntas que constantemente Ingemar plantea se relacionan con cuán desafortunado es lo que vivió Laika. Propone además una serie de posibles escenarios que parecen resultar peor que el haber sido enviado al espacio, sin ninguna otra opción, más que la de morir en soledad. Así, Ingemar se siente perdido en un mundo en el que no se le pregunta qué quiere, qué siente, o qué le hace feliz. Su hermano mayor incluso, y aunque también pasa por eventos similares, desquita su sufrimiento contra el protagonista. Le obliga a mentirle a su progenitora, y a no culparle de sus travesuras; le revela que su madre morirá. Por lo tanto el personaje principal siempre queda a merced de quienes se encuentran a su alrededor.

Es a partir de la muerte de su madre que, como si se tratara de una nueva dimensión, Ingemar puede ver la realidad tal y como lo hacen los adultos. Ahora no basta con el sufrimiento de haber perdido a su mamá, también tiene que lidiar con la sensación de soledad, que tal vez resulte peor. No obstante, el público sabe que la soledad del protagonista es anterior, que se vienen desencadenando estos sentimientos a raíz de varios eventos: la pérdida de su padre, que ocurre a muy temprana edad, la de su perro, que sucede al tener que irse con su tío cuando su mamá empeora, la de su madre al morir, la de su hermano, pues tiene que irse con otro familiar y, al final, todo parece indicar que Ingemar corre el riesgo incluso de ser abandonado por su tío. Se muestra así que este niño podría tener un destino similar al de Laika.

Hallström intercala estas dos preocupaciones del protagonista, una real y la otra especulativa; una relacionada con su madre y su soledad y, otra, Laika y su aislamiento. ¿Acaso no aislamos a los niños porque no entienden el mundo de los adultos? ¿Acaso abusamos, sin quererlo, de su inocencia para alejarlos de la realidad? ¿Acaso se abusó de Laika al enviarla al espacio a morir sola utilizando a la ciencia como razón suficiente? El director pone al público en el lugar de Ingemar, puesto que todos hemos sido niños. De ahí se despierta en el publico cierta empatía por ese perro orbitando en el espacio, muriendo en soledad, porque todos hemos sido abusados e ignorados alguna vez, porque podemos entender a Ingemar o incluso a Laika o a cualquier otro niño u otro ser inocente atrapado en este mundo cruel de los adultos, porque hemos estado atrapados nosotros mismos, quizás, mucho más de una vez.

 

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Muela

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