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#DelirioLit: Virginia Cayendo …

En la azotea de este edificio, Virginia está a punto de lanzarse al vacío. Envuelta en la tormenta, temblando, camina descalza al abismo.

Era eso, o quemarla viva. En el mueble donde se maquilla, hay un revólver en la gaveta. Ella reconoce que el aroma a gasolina viene del lado opuesto de la cama. Camina hasta allí y se sienta junto a las almohadas.

Considera meterse el cañón en la boca, dándole la espalda al espejo, pero prefiere esperar. Acaricia el bordado de perlas que cubre sus senos; el vestido de novia solo se lo ha visto ella.

Se salpica de combustible y la chispa que cae sobre sus muslos la incinera como si fuera de papel. La tela pesada que cubría el ventanal se envuelve en llamas, y la joven se libera como un suspiro de cenizas que barrieron por el balcón.

*

En el Piso Seis se abren las puertas del ascensor. Un grupo de personas lloran en la sala de espera. Es curioso cómo el sufrimiento, cabe entero entre las puertas, justo antes de cerrarse.

Virginia, ni se voló la cabeza, ni optó por quemarse viva. Ya cuando yo iba por el Piso Once, ella brincó al abismo desde la azotea del hospital. En su camino hacia abajo, la acompañarían la violencia del viento, y los gritos de una mujer quien segundos antes, miraba perdida al cielo.

Pero Virginia no grita. Ella cae en silencio.

Continúo del Doce al Trece. Un niño que entra junto a su madre no me quita la mirada de encima. Sonrío sin mostrar los dientes. No falta nada para que apriete todos los botones.

Dejando al Diecisiete abajo, vuelvo a quedarme sin compañía en el ascensor. Saco la fotografía de mi bolsillo. El agua de la lluvia la ha desbaratado toda. No se logra distinguir quienes estaban allí.

Virginia se sintió viva de nuevo. De cabeza, extendió sus brazos. Su reflejo recorría una tira de ventanales y consultorios. A mitad de su camino, las puertas del ascensor se abrieron y ya debía bajarme.

Un grupo de cuerpos arrastraban sus pasos por un pasillo que culminaba en un gran ventanal. Sus cabezas me eran familiares, pero no porque supiera a quienes pertenecían; sino porque sabía que pasaría el resto de mi vida rodeada de ellas.

* *

Acostada, unas manos tibias acariciaron mi cien, resguardando con cuidado mi cabello bajo un casco cableado. Otras, mucho más bruscas, introdujeron en mi boca un dispositivo frío y gomoso. Intenté revivir el momento impreso en la foto. Necesitaba conservarlo, protegerlo … ‘quizás si lo escondía en otro recuerdo en donde no pudieran dar con él’… Pero una vez más giraron el dial.

Al paso de las descargas, ya no había dolor; solo un cadáver de niña sonriente, con las sobras de unos pocos recuerdos descompuestos:

… ’una familia en el medio del campo, observando la tormenta aproximarse’ … ‘una máquina de escribir sin tinta, y en su hoja impresa, la joven, lista para casarse, quién a pesar de tener un revolver, prefirió quemarse viva’ … ‘la puerta semi abierta’ … ‘las camillas en la sala de enfrente’ … ‘mis pies golpeando los bordes’ … ‘mi boca mordiendo una vez más la goma’ …

El cuerpo se vino en picada por el gran ventanal; y cuando las cabezas la saludaban mientras caía, la pude sentir como también la disolvían, justo cuando llegaba al pavimento.

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Muela

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