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#DelirioLit: dop.pel.gäng.era destiempo (ó, un mismo evento en dos tiempos – sobre el terror de la religión, y el sexo antes de morir).

 

18 de Noviembre, 2078

Sus primeras gotas me dejaron un mal sabor; como a un polvo agrio y espeso que se endurecía sobre mi lengua. El Pastor volvió, arrastrando el peso de sus cables. Obedientes, ya de rodillas, juntamos las manos como se acostumbraba antes de recibir el perdón. Levantamos la cabeza, y al siguiente espasmo, una segunda dosis drenó con más presión. Al verlo temblar, cada una de nosotras probó el néctar ensalivado que le chorreaba también desde la boca. Sospecho que sabía, por eso la endulzaba lo suficiente. Las de mi costado me lamían; había sido mucho. Yo sonreía, porque faltaba poco para purgar al mal.

Uno de los cuerpos que temblaba sobre la alfombra se había roto. Quise tocarla, pero mis muslos estaban en otro sitio. El Pastor regresó a mí, tirando con fuerza de los cables que atornillaban su columna. Acariciando mi rostro, me pidió que abriera de nuevo la boca. Esta vez agachó su cabeza para besarme. Reconocí un sabor a fósforo en su saliva. Me chupaba toda; y sus cables gruesos traslúcidos se encendían.

Buscó su miembro pero no podía endurecerlo, así que prefirió usar los dedos y empaparlos en mi garganta. Identifiqué su néctar seco; y lo que parecían ser residuos de pólvora que guardó en mi paladar.

Se levantó para servirse licor y escupirlo encima mío; pero prefirió tragarlo. Mi coño lo deseaba, aunque él insistía en esperar. Se tomó su tiempo en mí, cuidando cada detalle. Consultó discretamente sus notas, volvió a verme. Yo era importante para él.

El cilindro que colgaba estaba listo para vaciarse una vez más. Lo tomé y lo bebí todo. Ahora su sustancia me atravesaba hasta donde los ojos, y los oídos, se vuelven la misma cosa. Un fulgor candente, hondo, me dejó el alma goteando por la nariz. Lo que sea que quedó de lo que yo era, salpicó a otra que gritaba cuando también se tornaba líquida.

El Pastor buscó calmarme. Enredó sus dedos en mis cabellos y luego de unos instantes de afecto, le enseñó a mi eco digital a como arrodillarse.

Girándose para volver hacia el altar, pude jurar que se empapaba de las sobras de humanos, quienes nunca lo imaginaron como un asesino… justo cuando comenzaban a diluirse.

                                                                        *

18 de Noviembre, 2023

Los fanáticos sacudieron sus cabezas luego de engullir el brebaje. El Pastor exhibía las marcas en su estómago cada vez que levantaba los brazos para agitar la alabanza.

La gente que me rodeaba estaba enloquecida. Catecismos en las manos, agitándolos hacia arriba; brincos violentos, jovencitas en lágrimas, su rimel chorreando, torciéndose como epilépticas encima de una alfombra rojiza y deshecha, colocadas semidesnudasdebajo de una inmensa cruz de hierro.

Las palpitaciones se me hicieron insoportables. Grité pidiendo ayuda, pero la atención la tenía el Pastor, quien vomitó de primero en las feligresas… en aquellas que estaban más cerca de él.

Un grupo de oradores comenzaba a atacarse entre ellos. Usaban las biblias para golpearse. Luego los puños; de último fueron hacia los cuellos con las uñas.

—Lo que nos dieron, fue un veneno —murmuré.

El clérigo de ceremonias corrió a salvar al Pastor, quien lo esperaba alucinado bajo la colosal cruz; pero perdió el sentido en el camino y prefirió unirse a la matanza entre los fieles. Antes de llegar al altar, un creyente que acababa de acuchillar a su pareja, lo tomó por detrás, y tapándole la boca con la palma, deslizó el filo por encima de su abdomen, suavizando su agonía hasta que sus dientes desistieron en mutilarle la mano.

En esa Iglesia, sucumbimos a una orgía de muerte. Levanté mi navaja para mancharla con la luz de los santos coloreados en las ventanas; pero una bala perdida perforó mi pecho, alcanzando el rostro de una niña que se refugiaba entre mis brazos, o de una huérfana, a quién quizás, aún no me había decidido a apuñalar.

Caímos juntos bajo los cuadros del vía crucis. Sus dedos acariciaban un rosario de campesino que descansaba sobre sus senos. Apoyó con delicadeza su rostro sobre mi pecho ensangrentado, respirando cada vez más fuerte; hasta darse un último prensón, aflojando su piel.

Una espuma tierna y cristalina se escapó de sus labios; y en un oleaje de amor tierno, sobrevoló los pocos, quienes aún, continuaban aferrados a sus últimos espasmos de vida.

 

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