La representación del infierno es un tema al que han recurrido y recurren frecuentemente los artistas en la producción de sus obras en cualquiera de sus vertientes y técnicas. Pero, ¿qué es el infierno? Hoy día, en el emergente Siglo XXI, ¿a qué llamamos Infierno? ¿Existe el diablo?
Del latín inférnum o ínferus: “inferior, subterráneo”, el infierno se ha paseado por el mundo del arte desde la antigüedad hasta nuestros días, para enseñar, para comunicar, para representar simplemente las angustias del alma…, pero siempre sembrando un sinfín de escenas que nos han puesto los vellos de punta, que nos han atravesado el cuerpo con la duda y el temor de su existencia. Nos aterra que exista ese lugar llamado infierno y automáticamente lo situamos en la distancia, quizás más abajo o en el interior de la tierra, con hielo o con llamas, siempre con penurias y pesares… pero ¿está tan lejos de nosotros? ¿Por qué nos asusta si es una experiencia que no hemos vivido, o sí?
Es posible que no esté tan lejos, ese mediocre de turno que nos impide crecer y avanzar en nuestro avatar diario, que intenta atraparnos en su red para impedirnos el vuelo, puede ser uno de tantos demonios infernales.
Quizás nos hagan padecer un infierno las represiones a que nos hemos sometido en el intento de llevar una vida que no es la nuestra. Esos sacrificios que adoptamos en contra de nuestra propia naturaleza, pueden ser un infierno.
Tal vez sea el peso de nuestro propio cuerpo, ya cansado y vejado por los años, lo que nos haga arder en un infierno.
De la Divina Comedia que es la vida, múltiples pueden ser los demonios y los infiernos. En esta ocasión os presento tres alusiones al penar que acompaña al hombre en su andadura. Momentos que tenemos la oportunidad de superar con el uso de la razón, pues la perdición del hombre y su mayor condena, está en la pérdida del juicio, la virtud de ser ecuánime.
Mª Jesús Campos García
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