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Cuentos completos de Hebe Uhart

De viajes, distancias y pensamientos

Descendiente de vascos y de italianos, la argentina Hebe Uhart nació en la ciudad de Moreno en 1936 y falleció en Buenos Aires en 2018, tras una intensa vida dedicada a la docencia y a la literatura. Licenciada en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, dio clases en enseñanza primaria, secundaria y universitaria, y en los muchos talleres que coordinó a lo largo de décadas, en los que dejó una fuerte impronta recogida luego en el volumen Las clases de Hebe Uhart (2015), de la escritora Liliana Villanueva. Su primer libro de cuentos, Dios, San Pedro y las almas, data de 1962, y a él siguió una decena de títulos, a la que deben agregarse cinco novelas cortas y varios tomos de crónicas, género que ejerció con particular brillo recorriendo pequeñas poblaciones de América Latina y de Europa.

Por años Uhart fue una creadora silenciosa, casi secreta, más allá de haber recogido excelentes críticas (Fogwill había dicho tras la publicación en 1983 de La luz de un nuevo día que era la mejor escritora argentina) y haber sido prologada por Haroldo Conti en su libro La gente de la casa rosa (1972) o por Elvio Gandolfo en una de las reediciones de la novela Camilo asciende. Pero fue a partir de 2010, cuando la editorial Alfaguara publicó Relatos reunidos, que la fama le llegó en forma de ventas, halagos y diversos premios, como el Konex, el Premio Fondo Nacional de las Artes o el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas otorgado en Chile. La editorial Adriana Hidalgo, que había dado a conocer algunos de sus últimos trabajos, decidió, poco antes del fallecimiento de Uhart, publicar toda su obra en tres tomos, de los que ella solo pudo revisar las pruebas de Cuentos completos. El año pasado también apareció Novelas completas, y se espera a la brevedad la publicación de todas sus crónicas de viaje.

Puertas condenadas

A muy grueso modo, los cuentos de Uhart podrían dividirse en dos grandes grupos: aquellos escritos desde los comienzos de su obra hasta La luz de un nuevo día, y los pertenecientes a una segunda etapa que se abre con Guiando la hiedra (1997) y se continúa con Del cielo a casa (2003), Turistas (2008) y Un día cualquiera (2013). En los primeros hay un cuidado estricto en el estilo y en una voz introspectiva que prevalece sobre cualquier otro elemento narrativo: las anécdotas son menores, los personajes, cualquiera sea su edad, se amalgaman en una narradora perpetuamente interrogativa, y la acción asoma entorpecida por digresiones y conclusiones tan personales que parecen además siempre prontas a una secuela. Es como si el lector se introdujera en una casa enorme, atestada de pasillos y corredores de los que no se vislumbra un final o que, en todo caso, conducen a puertas por lo general condenadas.

La apuesta a lo evocativo, la introducción de elementos de lo absurdo cotidiano y su desarrollo en forma metafórica, dan cuenta de una búsqueda que quizás tenía fundamento en su propio rol de docente y en algunas referencias literarias que siempre explicitó, como la de Felisberto Hernández y sus mundos recónditos, laberínticos, incompletos. Lejos está de esta etapa el Chejov que aconsejaba no describir el estado de ánimo de los personajes sino tratar de que este se desprendiera de sus propias acciones.

En el segundo conjunto de cuentos parece como si su labor como cronista le hubiera empezado a permitir la introducción de figuras más vivas, más plausibles, con mayor espesor anecdótico y menos preocupaciones reflexivas, y entonces su narrativa se vuelve más habitada y entretenida, y las anécdotas de lo cotidiano adquieren una fuerza hasta entonces en sosiego. Algo así pasa en “Congreso”, uno de sus cuentos más divertidos, en el que narra un viaje a la Feria del Libro de Frankfort y se cruza en el avión con un escritor uruguayo que lleva el mismo destino, “director de Cultura en Montevideo y, ya que viajó, de paso, para ahorrar un viaje, le encargaron de Montevideo que comprara una cebra”.

Pensando en otro lugar

La narradora entonces se multiplica, viaja, conoce lugares antes imposibles, se sorprende ante el orden de los alemanes, visita el Vaticano y se maravilla ante el Coliseo romano, describe el periplo de un poeta invitado a leer en un encuentro literario en Córdoba, da una charla en la Pampa, relata las vacaciones de una numerosa familia que recoge a un anciano perdido o sin hogar, y espera un ómnibus en el departamento de Tacuarembó con destino a la ciudad de Rivera, asombrándose de la cantidad de personas que van a comprar a la frontera con Brasil. Y también narra desde la fonética de un alemán que está de paso por Buenos Aires, e introduce en más de un cuento a María, una tía loca que tiraba agua en los pisos de su casa, prohibía a los vecinos que cortaran el cerco, encerraba a los pollos y veía al general Manuel Belgrano caminando por las calles de su pueblo…

Es como si el mundo se hubiera abierto y ella estuviera en condiciones de dar cuenta de sus pequeños pero esenciales detalles, y también como si pudiera distanciarse de dos de los preceptos que con mayor énfasis había trabajado en sus talleres: “el primer personaje somos nosotros mismos” y “no importa el hecho en sí sino la repercusión del hecho en mí o en el personaje”. Y no es que la cronista hubiera desplazado a la narradora, sino que ambas comienzan a enriquecerse mutuamente. Los personajes adquieren un idioma tan coloquial como verosímil y pueden alcanzar una condición que siempre le preocupó: su carácter dialogante.

En el Río de la Plata en general, y en Buenos Aires en particular, no hay buenos escritores dialoguistas”, le dijo en 2010 a Mariana Henríquez. “Como si no gustara, no sé. Sacando a Manuel Puig, claro está. Para mí es un enigma por qué no hacemos bien diálogos. Tenemos pocos escritores dialogantes. Será que no nos escuchamos. Es lo más difícil de enseñar, y de aprender. Lo sé porque es lo que más cuesta en los talleres que doy. Hay algo de capricho también, porque me sucede, cuando escucho leer, especialmente a mis alumnos, que inventan palabras. Que leen otra cosa diferente a la que está escrita. Hay como una fantasía, leen lo que ellos quieren leer. Debe ser una parte de la personalidad nacional, debe ser porque siempre estamos pensando en lo que deberíamos ser. ¿Viste que siempre pensamos en otro lugar?

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