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Cuando regresaron a Santiago Villanueva

En la fiesta de cumpleaños del pequeño Santiago Villanueva, la entrada de la casa se decoró, esta vez, con cartulinas de color crayón. Sobre los arcos de madera, las vecinas colgaron tirantes dorados. Llegando el atardecer, la brisa meneaba el brillo del sol en ellos, haciendo recordar los rizos del niño cada vez que se elevaba en los columpios.

Hundiendo las navajas y perforando desde los tonos oscuros en el cartón, sus hermanos esculpieron las formas que fascinaban a Santiago: seres fantásticos que el niño veía en la tele aprovechando el sueño profundo de sus padres. Estas figuras se armaron, y con la témpera todavía chorreando, se clavaron en el patio. Su mamá, Ana Cecilia, preparó el pan dulce favorito de su hijo, hecho de nueces y duraznos que se arrancaban con las manos de la tierra, antes del amanecer.

Este sería el cuarto pastel para Santiago; aunque Santiago llevara varios años muerto.

*

En la oficina del notario público, María Santillana revisó una vez más el archivo de los Villanueva. Sería la última transcripción que haría antes de jubilarse. Las fichas de Santiago Villanueva eran confusas, contradictorias, aunque en una de ellas se reseñaba con lucidez que el pequeño había muerto a los dos años de edad. Según los datos de la prensa, cada septiembre celebraban al niño como si aún siguiera con vida. Otros papeles dentro del registro relataban cosas diferentes, como la edad de Santiago cuando murió, o el segundo nombre de la madre.

María limpió sus anteojos. Se fijó bien en los nombres y en las fechas por si algún error se le escapase en su versión. Habiendo releído varias veces el texto, le sorprendió notar que la dirección de la familia Villanueva daba hacia el pacífico, y recordó a su hermana María Cecilia; la que amaba nadar en el mar.

Se decidió y tomó el sello oficial, aprisionándolo contra la base, pero descubrió que estaba seco. Moviendo el sillón sin levantarse, alcanzó la segunda gaveta de su archivero. Sacó una botellita de tinta azul, y empujando sus talones, se deslizó de vuelta a su escritorio.

Revisando las discrepancias entre las fechas fúnebres de los Villanueva, María revivió en su cabeza cada una de las muertes, y cada uno de los entierros en su propia familia. Sus padres, naturalmente se fueron primero. A pesar de haber estado tan joven, María podía recordar el aroma de estanque en los floreros de las tumbas.

Siendo la menor de cinco, a María la hicieron para no tener hijos. Era por esto que ya no le quedaba nadie. Así que continuó con Maria Helena, su hermana mayor, quien perdió la vida en la carretera acompañada de su marido. Velados uno al lado del otro, con las urnas cerradas, se les realizó el servicio en presencia de todos sus hijos.

Luego vino María Susana, la más hermosa de todas ellas. Antes de que tumbaran la puerta, dejó su cuerpo con una expresión suave, adormecida. La vistieron hasta el cuello con telas de color crema, y usaron su rosario para atarle las manos.

Seguido, recordó a María Alejandra, la más alegre de las cinco, de carcajadas fuertes y profundas; puso dos disparos en el pecho de Matías, justo antes de apuntar el revolver hacia si misma.

Y por último, su confidente; María Cecilia, la que ella más quería, y sobre quien solo se conoce la historia, según unos pescadores, de la noche que se quitó el vestido, y se entregó al océano.

*  *

María limpió una vez más sus lentes, y sosteniendo el sello, leyó:

27 de septiembre, del año 2077.

Oficina de Inspección de Notarías Públicas.

Documento #SP-218.99.1928

Transcripción y Sello en el caso del niño Sebastian Villanueva, y Flia:

En la noche del veintiuno de septiembre del año mil novecientos setenta y ocho, al rededor de la una de la mañana, y según las evidencias forenses; el niño Santiago Matías Villanueva, a sus dos años de edad cumplida, falleció a causa de las crecidas corrientes del río Santa Elena, antes denominado en geografía legal, como El Platanal. Los testigos, Alejandro Martínez, y Ana Cecilia Villanueva, ambos presentes en el momento de la tragedia, dan fiel testimonio sobre los acontecimientos en relación al terrible accidente; en donde, la madre del menor en cuestión, al intentar cruzar el río, le fue arrebatada el infante por la violenta crecida.

El fallecido fue presentado a las autoridades dos días después de haber sido encontrado sin signos vitales. Su cuerpo apareció reposando en un arroyo a la altura del pueblo de San Isidro.

Cabe destacar, que a casi un siglo transcurrido desde los eventos señalados, no queda existencia del caso completo en los archivos de la oficina, como tampoco en ninguno de los departamentos del Ministerio de Información. En su lugar, se armó un documento franco desde los fragmentos hallados.

Se anexa en el presente documento el único extracto sobreviviente de la página original que corresponde a la resolución. Sellado con número de notaria #A1928, el párrafo da evidencia de una sentencia médica, formulada por un Dr. Jacobo Ribón; en donde se pone en manifiesto el éxito de un tratamiento de nombre, ‘Osiria’, presentado a la familia Villanueva por el mismo Dr. Ribón, y que fue practicado en el cadáver del niño Sebastian Matías Villanueva.

Concluye así, el fragmento con la siguiente observación:

“Es entonces, declaración fiel de este documento, y habiendo cumplido con todos los requisitos pertinentes, entregar adjunto las pruebas definitivas, en donde se presenta al niño, Santiago Matías Villanueva ante su familia, en recuperación satisfactoria, y con saludables signos vitales”.

Entendiendo por ‘pruebas definitivas’, aquellas que se perdieron al paso de las décadas.

Firmado y Notariado por María Santillana.

Oficina de Inspección de Notarías Públicas.

27 de septiembre, del año 2077.

Al terminar de leerlo, María empapó el sello oficial en la tinta azul y la estampó al final del documento.

Descolgó su abrigo, y bajando con precaución por las escaleras, se despidió contabilizando las  transcripciones finales… el triste divorcio de los Páez Saldarriaga, la herencia del joven Olivares; y la resurrección del pequeño Santiago Villanueva.

Antes de abandonar el edificio, pudo escuchar al cielo temblar y despedazarse a la distancia. María sabía muy bien que los horrores podían suceder en los lugares más hermosos; porque reconocía que el aroma de la lluvia en el aire, comenzaba a oler a los floreros sobre las tumbas.

Y mientras se disponía a abordar el vehículo, cuidando muy bien sus pasos, pudo percatarse de la tormenta que se aproximaba. Permaneció por un instante viéndola. Sintió ganas de llorar…

Pero sonrió …. y subió al autobús.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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