La Argentina es el primer país del mundo que ha podido llevar a sus genocidas y represores ante la justicia civil y a muchos de ellos, condenarlos a cadena perpetua. El denominado Juicio a las Juntas se llevó a cabo poco tiempo después de la recuperación democrática en 1983, cuando los jerarcas militares aún tenían mucho poder. Con el presidente Raúl Alfonsín impulsando el juicio, casi en soledad y gran parte de la clase media arrugando el entrecejo, la sentencia ocurrió.
Tras cuatro meses de juicio fueron condenados Jorge Rafael Videla y Emilio Massera a reclusión perpetua, Orlando Ramón Agosti a cuatro años y seis meses de prisión, Roberto Eduardo Viola a 17 años de prisión y Armando Lambruschini a la pena de ocho años de prisión. Todos responsables de la dictadura militar que asoló a la Argentina desde el 24 de marzo de 1976 hasta 1983.
A través del cine, aquella hazaña política y judicial ahora vuelve a caer como un tsunami sobre la sociedad argentina. Hay un condimento que agrega más épica. Por un conflicto con Amazon, productora de la película, las principales cadenas de cine se negaron a proyectarla. Entonces las viejas salas volvieron a llenarse. Volvieron las filas de público en las veredas, aguardando la hora del ingreso. Por unos días, fuimos al cine de manera artesanal, a la antigua usanza. Quizá muy similar a la época en que transcurre la historia.
La película de Santiago Mitre “Argentina 1985”, protagonizada por Ricardo Darín y Peter Lanzani, ha invadido los hogares, los espacios laborales, las escuelas, los diálogos entre amigos, los debates en las redes sociales. Hay una generación de argentinos y argentinas que nacieron muy lejos de aquellos días convulsionados. Pero ahora el Juicio a las Juntas lo tienen frente a sus narices, narrado desde la piel de los fiscales, Julio César Strassera y Luis Moreno Ocampo, que llevaron adelante la audaz y temeraria tarea de acusar a un puñado de asesinos y torturadores. Sobre el final de la película, cuando suenan “El Himno de Mi Corazón” de los Abuelos de la Nada y luego “Inconsciente Colectivo” de Charly García, un nudo de bronca y dolor recorre desde el estómago hasta la garganta. Hay aplausos y llantos. Porque de algo no hay duda: fue una atroz dictadura cívico militar, con autoría intelectual del poder económico que sentenció a la Argentina por las siguientes décadas.
“Argentina 1985” recorre el mundo con la frente bien alta y apunta hacia Hollywood con la osadía de querer en llevarse un Oscar. Recibió “el premio del público” en San Sebastián, justamente el más democrático de los galardones. Fue ovacionada en España, donde la condena a la dictadura franquista es aún dispar y hay ciento de miles de personas enterradas en fosas comunes diseminadas por todo el país. Allí un juicio de esas características es una absoluta quimera.
En este país tan contradictorio, en la Argentina de las crisis recurrentes, en la patria de Messi y Maradona, en donde los más agudos diagnósticos políticos se trazan en cualquier mesa de café, en donde un taxista recita de memoria, como si fuese su equipo de fútbol, a los miembros de Corte Suprema de Justicia, en el país del Fin del Mundo, como dijo el papa Francisco, hubo un episodio que marcó a fuego la historia reciente. El Juicio a las Juntas está otra vez entre nosotros, desenmascarando a negacionistas, cacheteando a algunos desmemoriados, despertando emociones, proponiendo repensar algunas verdades relativas y otras falsas historias. Y, sobre todo, consolidando una certeza marcada a fuego en el ADN de la Argentina, que se puede resumir solo en dos palabras: Nunca Más.