Hay libros que no se leen, se habitan. Croac y el nuevo fin del mundo de Ricardo Sumalavia es uno de ellos. Una novela de apenas cien páginas que, sin embargo, se multiplica en forma y sentido como si cada “croac” de su personaje principal —una rana— fuera una invocación a lo múltiple. Lo dice desde el título: este es el nuevo fin del mundo, no el último. Porque si algo tiene claro Sumalavia es que los finales, como las palabras, pueden repetirse, reciclarse, croarse.
Dividida en tres secciones —En la vida, En la muerte, Otra más todavía— esta obra se construye como una constelación de piezas anfibias: microcuentos, viñetas, aforismos, reescrituras borgianas, haikus y hasta ciencia ficción. Una rana que habla solo en croacs, un joven escritor apodado “el Cabezón” que intenta traducirlos, una abuela senil y adorable, una guerra entre ranas del norte y del sur, y un wáter que no solo transporta desechos, sino también almas y memorias. Todo esto, y más, cabe en este delirio poético armado con precisión milimétrica.
Sumalavia no narra, sino que lanza señales. Cada fragmento es una onda que se expande en el lector, provocando una lectura más sensorial que lógica, más lúdica que explicativa. El libro parece decirnos que la comprensión no siempre es el objetivo de la literatura, sino el asombro. Por eso no importa si en una página estamos ante un manual espiritual y en la siguiente en medio de un absurdo cómico. Todo fluye con la naturalidad de un sueño lúcido.
“El Cabezón” no solo traduce croacs: es un demiurgo menor, un escritor dentro del libro que construye genealogías de ranas, opina sobre literatura y cancelación cultural, y relata hechos ocurridos en un universo donde lo fantástico y lo cotidiano conviven sin conflicto. En esto recuerda a los Buendía de García Márquez, pero bajo el lente de una microenciclopedia mística y alucinada. Hay algo de Calvino en su levedad y rapidez, pero también un eco de la sabiduría oriental, de la tradición oral amazónica, y del humor cáustico que atraviesa lo grotesco.
Y como buena novela que reflexiona sobre el lenguaje, Croac no teme desarmar la estructura misma de la narración. Cada pieza parece autosuficiente, pero en conjunto forman una partitura. Una especie de sinfonía para una sola nota —croac— que, sin embargo, dice todo lo que puede decirse.
El lector que busque linealidad o respuestas se perderá. Pero quien se entregue al libro como quien se sumerge en un estanque sin fondo, encontrará allí el reflejo de un mundo absurdamente bello, brutal, cómico y, sobre todo, entrañable. Un mundo donde una rana puede tener más memoria que un archivo nacional y un inodoro puede ser una máquina de reencarnaciones.
Croac y el nuevo fin del mundo es, en el mejor sentido, un despropósito literario: el capricho de un autor que se atreve a jugar con todo y con todos, incluida la tradición. Un libro que no se puede contar. Solo leer.








