Por Almu Anés
La literatura es un intento por reconquistar aquellos territorios que la mente humana ha terminado abandonando. En este caso, al estilo de Jorge Luis Borges, nos adentramos en una serie de laberintos que sólo podrían haber sido escritos por la mano diligente del escritor español Alberto Trinidad. Todo laberinto es asimismo una biblioteca llena de referencias y de historias que, en esta tetralogía, hablan sobre las obsesiones de su autor: una mímesis elíptica perfecta. Cuando Ariadna cede el hilo de oro a Teseo para orientarse en el laberinto, para mí encontramos la primera alusión literaria al concepto de mímesis elíptica que desarrolla Alberto Trinidad en sus cuatro novelas. No hay posibilidad de pérdida porque en el mismo desconcierto inicial de lo desconocido se hallarán todas las respuestas: el héroe sólo tiene que abrir los ojos y dejarse deslumbrar por los caminos ya recorridos para encontrar la salida al laberinto. Los territorios recobrados de Alberto Trinidad representan al Teseo emancipado que, en forma de otros personajes protagonistas, preguntan a la locura cómo salir de ahí, dónde se esconde la puerta.
Pero ¿qué es la mímesis elíptica y por qué es tan importante en la escritura de Alberto Trinidad? Su radicalidad borgiana reside en representar una realidad o una historia de forma sugerente y lacónica, omitiendo detalles y dejando que el lector complete los espacios en blanco con su imaginación. Debemos adentrarnos en el sueño, en el mar, en el asterisco clavado en el rizoma de la tierra y del océano. Mediante la mímesis elíptica, Alberto Trinidad utiliza una serie de elementos oníricos y cuidadosamente escogidos para evocar una escena o situación completa, sin necesidad de proporcionar una descripción exhaustiva. En lugar de extenderse en detalles descriptivos, se centra en lo esencial, en las pinceladas clave que sugieren el contexto y la atmósfera necesarios para que el lector construya mentalmente la imagen completa, como hacen Sergio Almada en Territorios Sonámbulos o Mirko Luna en Noche Etcétera a través de sus recuerdos.
Este enfoque de escritura invita a la participación activa del lector, quien debe llenar los huecos y conectar los puntos a partir de las pistas proporcionadas por Alberto Trinidad, debemos seguir el hilo de oro. La mímesis elíptica fomenta la creatividad y la imaginación del lector, ya que cada persona puede interpretar y visualizar la escena de manera única. Y es ahí donde está la esencia de Alberto Trinidad: su manera inherente e innata de escribir, de concebir la escritura. Para mí, la escritura empieza y termina con sus palabras. No hay forma de superar la pasión de este autor. Hay perversión, naturaleza y rabia.
Las cuatro novelas que forman Los territorios recobrados forman un árbol de realidades de anhelos y noches que nacen desde el balcón con vistas al mar que posee el autor en su casa de Sitges. En este pequeño balcón de irrealidad, brotan las historias pulp y noir que conforman la tetralogía de Trinidad: Territorios inhabitables (que trata la traición de la memoria), Territorios sonámbulos (sobre las falsas apariencias y la realidad de las ficciones que nos contamos), Asterisco de mar y alga sobre las rocas (una indagación sobre las fronteras de la muerte y la mentira) y Noche etcétera (la des-dimensión de la identidad y la volubilidad de la persona-ae f., es decir, de la máscara). Evidentemente, estas cuatro novelas conforman un todo y una nada, una vastedad llena de significados para todo lector que se atreva a adentrase en el laberinto. Desde mi experiencia dentro, he sacado cuatro lecturas diferentes y, a la vez, una lectura única. Podría detallar los contenidos de cada novela, pero sería despreciar el efecto ilusorio, violento y apasionante que nutre el ritmo interior de todas ellas.
Cuando leo a Alberto Trinidad, pienso en Maurice Blanchot, en Gilles Deleuze y en Félix Guattari, pienso en una tradición posestructuralista de la literatura, pienso en un árbol del que cuelgan los personajes de Kilian Álamo, de Almada, de Mirko, de Mia, de la eterna voz narradora que crea desde las raíces y va creciendo sobre el texto. Alberto Trinidad propone un modelo no jerárquico y no lineal de pensamiento y organización en sus novelas. En lugar de seguir una estructura fija y predefinida, la voz se expande en múltiples direcciones, conectando ideas y conceptos de manera no secuencial. Esta forma de pensamiento literario se opone a los sistemas tradicionales y lineales narrativos, ofreciendo una visión más fluida y flexible del conocimiento de la trama. Trinidad rompe con las estructuras narrativas formales y permite una exploración más libre de las ideas y las historias. Cuando el asterisco se queda pegado a la roca, cuando sabemos que es una persona, cuando intuimos su voz desde el más allá y nos narra desde la muerte, sabemos que hay una reconversión de la literatura, un vuelco a la dirección de las olas.
El rizoma de Alberto Trinidad enfatiza la multiplicidad y la conexión como elementos fundamentales. En lugar de centrarse en una única línea de pensamiento o en una trama unívoca, la escritura de las novelas permite la coexistencia de múltiples ideas, perspectivas y narrativas en un mismo texto, en la misma cabeza de Kilian, que ya no sabe qué es real y qué no. Los elementos literarios se entrelazan y conectan, creando redes complejas y en constante expansión, se explora cada rincón de la mente humana en personajes llevados al límite.
La escritura rizomática, arbórea, desde los sueños a la mano, se caracteriza por su naturaleza fragmentaria. Estas novelas desde la raíz hasta la noche se componen de fragmentos, asociaciones y conexiones que se entrelazan en una especie de figura espiral. Desde lo único, hay múltiples voces, perspectivas y discursos que desafían las normas establecidas y fomentan la creatividad y la experimentación. Se rompen las convenciones literarias preestablecidas y se desafían las expectativas del lector, generando nuevas formas de interacción y significado. Pero hay que atreverse.
Porque solo los héroes, los personajes de las cuatro novelas, pueden entrar en el laberinto, donde todo es complejo y ambiguo, donde nada es lo que parece. El argumento del desconocimiento que embarga la naturaleza de estos territorios por recobrar desbroza senderos en la nada. Los personajes pueden enfrentarse a situaciones enigmáticas, conflictos internos o desafíos de interpretación. La complejidad narrativa desafía a los personajes, ya no solo a encontrarse a sí mismos en la novela, sino a descifrar los enigmas y a explorar diferentes niveles de significado, sumergiéndolos en un laberinto de posibilidades interpretativas, en el azar de encontrarse o perderse para siempre en el disparate de la barbaridad. Podemos perdernos en la noche o en el mar.
La mímesis elíptica reside en las mentes trastornadas de los personajes, en concreto, de Kilian Álamo, de Sergio Almada, de nuestro misterioso narrador sin nombre frente al océano y de Mirko Luna, que se pierden, se desvanecen y renacen en la figura del autor, de Alberto Trinidad, al estilo de Pirandello. Todo es un juego de espejos.
Los territorios recobrados de Alberto Trinidad son metáforas de un mundo real enfermo, imágenes ambiguas de la locura de la cotidianidad o referencias simbólicas para transmitir mensajes más profundos sobre el sentido de estar vivos. El lector se convierte en un explorador en busca de significados ocultos, desentrañando los enigmas y las conexiones sutiles presentes en el laberinto literario, en la vida, en la hazaña de vivir más allá de la vida vivida. Esta búsqueda constante es el significado final, quizás nos lleve a tomar un vodka con Alberto Trinidad a su balcón de Sitges, o quizás nos deje pegados a los acantilados, como escribió Raúl Zurita, para siempre a las puertas del inmenso mar azul.