
En esta entrevista íntima y reflexiva, el periodista y escritor peruano Juan Manuel Robles, autor de la crónica Tragedia en Collins Avenue, comparte los desafíos emocionales y éticos que enfrentó al escribir su libro sobre una de las tragedias más impactantes de los últimos años. Desde los primeros días de investigación, iniciados apenas semanas después del colapso del edificio Champlain Towers South en Miami, hasta el delicado proceso de recoger testimonios de personas sumidas en el duelo, Robles revela la complejidad de narrar desde el dolor sin caer en el sensacionalismo.
El diálogo aborda temas como el poder del periodismo narrativo, la necesidad de respetar el dolor ajeno al tiempo que se reconstruyen historias humanas, y el papel de la literatura en la crónica. También se reflexiona sobre cómo esta tragedia se convierte, en manos del autor, en una radiografía de Miami: una ciudad paradójica, marcada por sus sueños y sus olvidos. A lo largo de la conversación, emergen influencias literarias, decisiones narrativas y una búsqueda persistente por dignificar a las víctimas a través de la palabra.
¿Cuál fue el mayor desafío emocional al escribir estas historias tan íntimas y trágicas?
Hablar con personas que estaban en duelo. Empecé el reporteo para este libro apenas unas semanas después de la tragedia y entrevisté deudos y víctimas solo meses después de lo ocurrido. Era un momento duro, porque había hermanos, hijos, amigos, y personas que habían vivido una experiencia que siempre parece innombrable: la de la madre que perdió a un hijo o hija. Fue especialmente intenso porque en el proceso de escritura yo mismo tuve a una hija. A parte de lo difícil de los testimonios estaban las imágenes y detalles que iba conociendo por la investigación, y el ejercicio de empatía —ponerme en el lugar de—, que siempre hacemos los periodistas, se volvió abrumador y omnipresente.
Al leer, se percibe una sensibilidad enorme, pero también un respeto profundo por el dolor de los familiares. ¿Cómo se manejó ese delicado equilibrio?
Yo creo que lo que justifica todo, lo que hace perdonable la intromisión del reportero —que siempre es incómoda y puede acercarse al estereotipo de periodista amarillista— es el homenaje de contar una historia de vida; detenernos en los detalles de esas existencias, compartirlas. Al escribir un libro como este uno cruza la línea del respeto al duelo (inevitablemente), y lo único que nos salva es buscar una compensación; mínima, simbólica pero invalorable: hacer la mejor historia que podamos escribir. Ese interés es distinto del morbo o la primicia, y los deudos lo sienten y se abren.
El libro reconstruye minuciosamente momentos previos al colapso, con detalles personales y cotidianos. ¿Cómo fue el proceso de recolección de testimonios y acceso a esa información? ¿Hubo alguna historia que le resultara particularmente difícil de narrar?
En estos tiempos, el problema no es la falta de información sino la sobreabundancia. La encontrabas en las notas de los diarios y de la TV, en los informes de los bomberos, en los reportes forenses. Algo muy enriquecedor fue combinar todo eso con la información recogida en las entrevistas y los registros inmobiliarios. Con todo eso, uno puede tener una comprensión espacial total. Trabajé con los planos delante de mí. Sabía quién estaba cerca de quién en todo momento; de esa comprensión surgió, por ejemplo, saber que los niños Lorenzo y Stella estaban al lado.
El libro no busca asignar culpabilidades, sino retratar la dimensión humana de la tragedia. ¿Por qué eligió contar esta historia desde ese ángulo y no desde la denuncia o la investigación judicial?
Porque es una investigación en curso del NIST, con un montón de variables. Estoy convencido, como ya varios han anotado, que el colapso se debió a una confluencia de factores. La dimensión humana son las historias trágicas. Pero también se manifiesta en los hechos, que están allí: la codicia de los inversionistas (los de los 80 y los de 30 años después), la incapacidad de un board de propietarios de ponerse de acuerdo, la superficialidad, las decisiones municipales dudosas.
El libro combina estructura narrativa y crónica con una sensibilidad casi literaria. ¿Qué referentes —periodísticos o literarios— influyeron en su estilo para contar esta tragedia?¿Hubo autores o libros que lo acompañaron durante la escritura?
Para mí, la crónica es literatura y por tanto hace lo que sabemos: conmueve, asombra, nos da imágenes poderosas, nos permite seguir con interés un cuento (solo que es un cuento de verdad), y todo ello utilizando solo hechos reales, verificables o testimoniados. Cuando la crónica está hecha con seriedad y responsabilidad, uno tiene ese disfrute doble: la recreación de un mundo convincente, con palabras precisas, y la posibilidad de saber más sobre una parte del mundo. Creo que el gran referente es John Hersey, que en Hiroshima logra desaparecer como autor para que se vean en toda su nitidez detalles puntuales del día de la caída de la bomba. También diría que García Márquez resulta imperecedero: nos enseña que se puede acelerar en la narración sin perder detalles. Y bueno, a mí me gusta mucho tratar de ser creativo con la estructura, las líneas narrativas.
El libro también es, en cierto modo, una radiografía de Miami: su historia, sus contrastes, sus excesos y sus olvidos. ¿Qué aprendió sobre la ciudad al investigar esta tragedia o si acaso cambió su mirada sobre ella?
Como latinoamericano escritor, que generalmente se mueve en un círculo progresista, para mí Miami siempre se hacía una ciudad signada por la frivolidad y la codicia. Es interesante para mí que en este libro haya encontrado una pareja de víctimas que pensaban exactamente lo mismo, y que nunca se adaptaron a la ciudad, y que de hecho, confirmaron en la pandemia que Miami reaccionó exactamente como se esperaría de la caricatura: negando el virus y anteponiendo la “libertada individual”. Pero debo decir que lo primero que me sorprendió es que Miami es una ciudad que te da ganas de cronicar ni bien pones un pie en ella. Esa mezcla de paraíso con un pie en Caribe y ciudad donde las historias de crimen y narcotráfico de los 80 resuenan en todas partes, esas capas de exilio cubano que no se entienden entre sí, y que a veces se desprecian. El libro de alguna manera habla también de eso. Pero aborda algo que solo pude encontrar en una historia como la de Champlain: la cantidad de soñadores de muchas partes que confluyen en la ciudad, la pureza de esos sueños, todo junto a la fragilidad de una ciudad que se hunde.
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