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Cómo volverse loco en seis cuentos

De prosa ligera, sencilla, La virtud de la impotencia (Tierra Adentro, 2015) es una excusa para voltear a verse en el espejo. Apenas siete cuentos que van desenmascarando la rutina, la “vida normal”, el orden lógico (y repetitivo) en el que las cosas suceden día tras día hasta el fin de la vida. Este Absurdario, si se me permite el término, ofrece en cada cuento un reto al lector para ver en qué lado de la vida está parado y, por lo menos, reírse de uno mismo enredado en el trabajo, el ir y venir en las rutas del transporte colectivo, la soledad de quien navega para cambiar de ciudad sin darse cuenta de que el naufragio lo trae por dentro.

El libro sostiene su ritmo de inicio a fin, esto, aunque es un libro de apenas 103 páginas, no es tan sencillo como parece, pero el autor lo consigue inteligentemente gracias a la ironía a la que alude. Digo que alude a ella porque apenas y se muestra para que el lector sea quien caiga en cuenta de la situación absurda en la circunstancia narrada. No se piense que la idea es presentar textos cómicos o que el libro sea un anecdotario de situaciones risibles. No. Estos cuentos presentan el absurdo del posmodernismo llevado a su límite, por ejemplo, en el primer cuento, donde un hombre contrata los servicios de una empresa que le hace más llevadera la vida al punto de mandar a un empleado para que saque a pasear al perro o invierta el tiempo que a él le llevaría en uno de sus pasatiempos preferidos: la numismática. Repito, la ironía se alude, nunca se enuncia.

VISVISA, Cómo volverse loco en 6 sencillos pasos, La garrapata, Deja de decirle a Dios qué hacer con sus dados, Tratado sobre el naufragio en dos partes, CL-92 y El caso #418 son los títulos de los cuentos que conforman este libro que retratan el posmodernismo, con todas las consecuencias en la vida del individuo que, al final del día, vuelve a su casa con un día menos en su cuenta.

Un libro corto que deja huella, una lectura sencilla pero no por eso simple. Alejandro Vázquez Ortiz (Monterrey, México, 1984) deja de vez en vez frases iluminadoras que parecen sacarnos del ritmo de lectura, en mi opinión parecieran ser moralejas cifradas, aunque el libro no busca exhortar y menos instruir; en todo caso, el libro solo quiere contar, hacerse parte del mundo a través de narrar lo que sucede en él, incluso en sus cuentos más fantásticos, como este fragmento de su último cuento, que es con el que termino estas líneas, acaso una revelación que nos hace ver que la sensación de aislamiento y la impotencia de no librarnos de ésta nos salpica a todos.

“En esa repentina soledad me di cuenta que en la ciudad ni en el mundo entero quedaba ninguna cosa para ver. Ahora siempre estaría acompañado por esa gotita invisible de miseria y esa risilla alegre que se desvanecía. Mi cabeza dio vueltas. La lluvia me acarició la cara. Me quedé tumbado un par de minutos bajo la tormenta hasta que empecé a temblar de frío.”

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