Cócteles en tiempos de guerra

En El barman del Ritz, Philippe Collin ofrece una novela de ficción basada en hechos y personajes reales que recupera la figura de Frank Meier, jefe de barra del mítico Hotel Ritz de París durante los años más oscuros de la ocupación nazi. Elegante y siempre impecable tras la barra, Meier encarna una contradicción: un hombre judío que, mientras atiende con profesionalismo a la clientela más exclusiva, esconde su verdadera identidad y colabora en secreto con quienes buscan escapar del horror.

El Ritz, con sus lámparas de araña y alfombras suntuosas, mantenía intacto su glamour mientras en las calles de París no había ni pan para comprar. Ese contraste entre la carestía de la ciudad y el lujo del hotel es uno de los ejes más potentes de la novela. En el bar, los clientes seguían pidiendo los célebres cócteles de Meier —en especial su refinado Dry Martini— mientras afuera reinaban el miedo, la violencia y el hambre.

Collin convierte al bar del Ritz en un escenario de tensiones y secretos. Allí coincidían oficiales nazis, aristócratas franceses, colaboradores, espías, artistas y miembros de la resistencia. El autor muestra cómo, bajo el aparente ritual de una copa servida con precisión, se cruzaban informaciones vitales y se tejían complicidades inesperadas. Meier, en su discreción, se vuelve una pieza clave: además de servir bebidas, contacta con redes clandestinas capaces de proveer documentos falsos, ayudando así a que judíos y perseguidos pudieran huir de París.

Entre los nombres que atraviesan las páginas de la novela están Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald y Gabrielle Chanel, figuras inseparables del Ritz y de la vida nocturna parisina, que aquí se mueven entre la frivolidad y el compromiso, entre la celebración y la tragedia. Hemingway aparece como un observador turbulento de esos años convulsos, Fitzgerald como el recuerdo de un esplendor previo ya desvanecido, y Chanel como una presencia ambivalente, pragmática en su relación con la ocupación.

Lo fascinante del libro es la manera en que Collin mezcla documentación histórica con una narración ágil que nunca pierde el pulso novelesco. El lector se adentra en un espacio donde cada gesto tiene un doble fondo: el brindis que encubre una conspiración, la sonrisa que oculta un miedo, la copa servida que funciona como contraseña. Meier, en ese juego de claroscuros, es el testigo discreto que observa, escucha y calla, pero que también actúa desde las sombras para resistir.

El barman del Ritz es una novela sobre la tensión entre apariencia y verdad, sobre cómo incluso en los lugares más luminosos de París se filtraban las sombras de la guerra. Collin nos recuerda que la resistencia también podía tomar la forma de un cóctel servido a tiempo y de un secreto guardado hasta el final.

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