A pesar de su aspecto de intachable estudiante, de su presencia tímida y su voz contenida, José Luis Torres Vitolas (Lima, 1971) acostumbra a cometer osadías. Por ejemplo, haber abandonado una carrera en Ingeniería Industrial para dedicarse a la literatura. Otra (involuntaria esta vez), haber sido joven en un humilde barrio limeño durante la dictadura de Fujimori y el conflicto contra el grupo terrorista Sendero Luminoso. Y, otra más, haber creado una editorial en un país extranjero sumido en una terrible crisis económica (emigró a Madrid en 2004), por mucho que le advirtieran de que no lo hiciera. Como resultado de todas estas aventuras, ahora podemos hablar de Albatros, su última novela premiada con el Alfons el Magnànim de Narrativa en castellano 2012, en la que aporta su punto de vista sobre aquel período tenebroso de los años 90 en Perú; y de Casa de Cartón, una joven editorial independiente que se da el lujo de publicar libros de autores como Juan Carlos Méndez Guédez, Ricardo Sumalavia, Jorge Eduardo Benavides, etc.
Más de diez años después del Fujimorismo, parece que entre la generación de escritores peruanos a la que perteneces ha eclosionado la necesidad de hablar de aquel período. ¿Por qué ahora esa eclosión?
Las distancias siempre ayudan. Cuando aún tienes cerca la experiencia tan dura que nos hizo vivir Fujimori, al escribir, te sale con el hígado. Hace falta un tiempo de reflexión, de meditación, de ver más cosas de las que tú eres capaz de llegar a ver en ese momento. Y creo que a los escritores nos ha pasado eso. No nos hemos puesto de acuerdo. El tema ha ido surgiendo porque hemos tenido tiempo para meditar. Y se nos han ido ocurriendo ideas que creo que ni nosotros pensábamos que se nos podrían ocurrir.
Parece que hay temas que condicionan toda la creatividad de un país. En el caso de España, nuestra Guerra Civil. En el caso de Perú, ¿cuánto crees que podrá dar de sí el Fujimorismo?
Perú ha vivido constantemente entre dictadores y períodos de democracia seguidos otra vez de dictaduras. Y siempre ha transcurrido un tiempo prudencial en el que, después, los escritores afrontan la dura experiencia que les ha tocado vivir. Yo no sé cuándo se agotará este tema. Lo que sí sé es que tenemos la resaca, no sólo de la dictadura de Fujimori, sino también del mal gobierno de Alan García, de la dictadura previa de Morales Bermúdez y Velasco (sobre la que ha escrito Jorge Eduardo Benavides), etc. Habrá alguna que otra crisis. Habrá bonanza económica. Habrá material para rato. Perú siempre constituye una fuente. Y un escritor, aunque no lo quiera, es un ser social. La sociedad lo alimenta.
Albatros aporta algo novedoso al lector europeo. Aquí nos imaginamos el conflicto con Sendero Luminoso como algo eminentemente andino, rural, tal y como hemos leído en libros como Lituma en los Andes, Un lugar llamado Oreja de Perro, La hora azul… Albatros lleva ese conflicto a Lima y lo convierte en una guerra oculta en la que nadie conoce a nadie. Tú viviste esa Lima. ¿Cómo era?
Lima tiene muchos matices y muchos sectores que no se relacionan entre sí. La Lima que yo conozco es la Lima periférica. La Lima de los conos (sectores urbanos periféricos), en donde no hay riqueza, hay pobreza. El distrito en el que yo vivía era uno de los más populosos y más pobres de Lima. Mi barrio, no tanto: formaba como una pequeña isla de clase media baja, rodeada de otros barrios sí deprimidos. Durante mucho tiempo, uno de los lugares más pobre del país se encontraba cerca de donde yo vivía. Así que, cuando yo empecé a idear Albatros, la concebí un poco como una tesis. Me dije que no quería escribir un libro sobre la dictadura, porque sobre Fujimori se ha escrito muchísimo. Fujimori tan sólo me interesaba como un ente que mueve los hilos de todos los que estamos abajo. No quería hablar sobre la gente que detentaba el poder, porque no los conocía, como tampoco conozco a la clase adinerada que se benefició del régimen. Yo a quien mejor conozco es a quienes sufrieron las consecuencias. Quería contar lo que me tocó vivir a mí.
¿Y cómo se vivía allí?
Por la calle, desconfiabas. Cuando te cruzabas con alguien que no conocías, bajabas la voz, porque no sabías si era militar o era policía o era algo que te pudiera perjudicar.
Una psicosis continua.
Constante y permanente. Te obligaba a permanecer siempre alerta. O eran los infiltrados policías, o eran los terroristas. Mi barrio, en Comas, no estaba tomado por Sendero, pero se sabía que había células por allí. Mi infancia se encuentra bañada de oscuridad, porque había apagones constantemente. Perros muertos en ocasiones. Algún asesinado de vez en cuando. Los cerros aledaños de mi sector, siempre con la hoz y el martillo de Sendero Luminoso. En sentido literal: mi barrio estaba cercado por unos cerros en cuyas laderas, durante varias noches y por algunos años, se veía brotar puntos de fuego que acababan dibujando la hoz y el martillo en tamaño gigante. Todo el tiempo era así.
Y la población civil, en medio.
Claro. Uno se encuentra entre dos balas, y no sabe cuál le va a matar.
En la contraportada del libro se habla de ‘envilecimiento colectivo’. ¿Sacó el conflicto lo peor de un país?
Sacó lo peor de casi todos nosotros en todos los sectores. Así como sacaría algo bueno de algunos. Imagínate un régimen en el cual, en su período más corto, que fue el democrático, que es en el que me centro en la novela (cuando Fujimori no había dado todavía el autogolpe de Estado) ya asesinaba mediante grupos militares. Ya estaba ejercitando el terror psicosocial. Ya tenía comprada a la prensa, aquella que llamamos ‘chicha’ (amarillista) para lavar el cerebro a la gente. Entonces, si están manipulando tu pensamiento de continuo y por todos los frentes, tú no puedes llevar una vida sana.
Eso deberíamos subrayarlo: que la novela se sitúa en un período supuestamente democrático.
Es algo que a menudo olvidamos. Que Fujimori fue demócrata durante dos años. Que ganó a Vargas Llosa las elecciones y ejerció como presidente electo. Y en esa pequeña democracia de dos años, ¡cómo se vivía ya! Muchos recordamos asesinatos, matanzas, desapariciones, cuando él todavía era un presidente democrático.
¿Qué queda de toda aquella época en la mente de los peruanos? ¿Sigue existiendo la psicosis?
Por desgracia, hay mucha gente que extraña a Fujimori. Sobre todo las clases bajas. Porque dicen: ‘Los políticos ahora roban, pero no dan nada; Fujimori robaba pero hacía obras’. Así actúan los dictadores y así actúan los capos narcotraficantes. A Fujimori lo siguen juzgando. En el último de sus procesos, se le acusa de haber comprado a la prensa amarillista. Se ha ausentado por una operación en la boca. Está jugando a dar pena para excusarse de algunas cosas. Y del terrorismo, lamentablemente, aún existen algunas facciones.
Cuéntame acerca del proceso creativo de la obra.
La novela viene de lejos. Tenía un boceto ya cuando llegué a España, en 2004. Pero yo estaba trabajando una historia previa, más grande. Y un personaje de aquella historia fue creciendo hasta que me dije: Esto es otra novela. Componer las dos tramas de ambas novelas con un universo más o menos válido tomó su tiempo. Y el detonante final fue que a mi amigo Rodrigo Díaz, el dueño de la librería ginebrina Albatros, que da título a mi novela, le robaron en su negocio. Cuando cumplió 30 años nos invitó a algunos escritores y, al día siguiente de la fiesta, le entraron a la librería. Se llevaron la caja registradora, que valía más que lo que contenía. Así que ese fue el detonante. Y me dije: aquí tengo la historia.
Hablando de Rodrigo Díaz, se trata de una persona de carne y hueso pero se está convirtiendo en una figura mítica. Aparece, como personaje, en varias novelas. En ninguna de ellas tiene tanto protagonismo como en la tuya, la cual titulas con el nombre de su librería. En ella cuentas su historia, la de un joven peruano llegado de Rusia a Ginebra, sin un céntimo (viéndose obligado incluso a dormir en un parque), y al cual la fortuna y una especie de justicia cósmica lo conducen a ser el dueño de una de las librerías más famosas del mundo hispanohablante, ¡en Suiza! ¿A qué se debe tu relación con él?
Por mi primera novela publicada en España. Juan Carlos Méndez Guédez me comentó que había un librero en Suiza que era raro, porque sólo vendía libros en castellano. Él le llevó mi novela, 5:37 (Algaida, 2008), a Rodrigo. Y Rodrigo me invitó a presentarla en su librería. Me dijo que él me pagaba los pasajes, me invitaba al hotel, etc. Cuando uno es un don nadie, que le lleven lejos a presentar un libro es un honor. Llegué a la librería y conocí a toda la maravilla de gente que está ahí. Fui testigo del trabajo de apoyo y de los proyectos, no sólo culturales, sino también sociales, que llevan a cabo de manera callada. Es un lugar de encuentro para una barbaridad de escritores de todo el mundo. Los que pueden, van a Albatros. Rodrigo los lleva. Él, Hortensia y la ya fallecida Rosita hacen todo lo posible para llevarlos. Para que se sientan bien tratados. Y además, para que se trate de un encuentro para conversar. Para dialogar sobre las obras y su relación con el entorno.
Raúl Tola lo ha llamado ‘el héroe discreto’. Me asombra el carisma de este hombre, dada su humildad, su, incluso, timidez.
Es que a Rodrigo no le gusta figurar. Imagínate: el Consulado de Perú en Ginebra lo nombró peruano del año en 2010. Se lo contaron, pero él no lo creyó. No acudió a la entrega del premio porque creía que era una broma. Se quedó trabajando en su librería. Fue un amigo suyo el que lo recogió y luego se lo llevó. Cuando yo lo conocí, él trabajaba en un supermercado, porque la librería no da suficiente. De 5 a 8 reponía lineales, llevaba palés, etc. Después iba a casa, descansaba un poco y, a las 11, entraba a trabajar en Albatros. Porque ese es su proyecto. El supermercado le daba para vivir, pero Albatros es su proyecto. Y aún así, a pesar de las dificultades y de encontrarse acosado por las grandes librerías que hay a su alrededor, se da el lujo de invitar a una infinidad de escritores. Invitarlos, llevarlos, pasearlos. El no va en taxi a buscarte al aeropuerto, él te lleva en tranvía. Te acompaña, te invita a comer, hace todo lo posible por que estés a gusto. Esa librería no sólo es un lugar de encuentro, sino que es una interminable fiesta cultural. Y Rodrigo lo consigue calladamente, de manera silenciosa, sin buscar el más mínimo protagonismo.
Tú también has puesto tu grano de arena, al igual que Rodrigo Díaz, para establecer puntos de encuentro entre escritores de todo el mundo. Me refiero a que creaste, junto a tu esposa, la editorial Casa de Cartón, y lo hiciste en Madrid. ¿Qué te condujo a montar una editorial tan lejos de tu país?
Mira, yo soy ingeniero industrial de carrera, esa es mi profesión. Cuando yo estaba estudiando, ya me gustaba escribir. Tuve suerte en algunas cosas. Y cuando decidí dejar la Ingeniería para dedicarme a esto, me dije: Si eres ingeniero y eres escritor, lo único que te queda es convertirte en editor. Es la suma perfecta, la consecuencia directa de ambas cosas. Cuando me encontraba ya acá, trabajaba en una editorial muy prolífica. Sacaba unos 70 títulos al año, todos ellos sobre OVNIS, brujas, Historia, etc. Pero no me gustaba aquella línea. La única posibilidad que yo tenía de hacer algo cercano a lo que tenía en mente como escritor era construir mi propio sello. Fundé Casa de Cartón, con el nombre de la novela breve de Martín Adán, que me inspiró muchísimo. Me siento deudor de Martín Adán en muchos aspectos. Y qué mejor casa de cartón que un libro.
Y poco a poco has ido haciendo acopio de títulos firmados por autores muy interesantes
A mí, como editor, me suele guiar el olfato de la envidia. Suelo publicar libros que a mí me gustaría escribir y que sé que no puedo. Sé que a determinados autores les puedo ‘robar’ cosas. Por ejemplo, Mientras huya el cuerpo, la novela de Ricardo Sumalavia, la leí dos años antes de publicarla en Casa de Cartón. Yo estaba trabajando las variantes de Albatros, algunas escenas, y el manuscrito de Ricardo me dio la pista que yo necesitaba. Al final de la novela se lo agradezco. Y no hubiera llegado a mí el manuscrito de Ricardo de no ser por Casa de Cartón. Si no hubiésemos creado la editorial para sacar libros a los que nos conduce el olfato, y no tuviésemos escritores tan maravillosos como Ricardo Sumalavia, no podría yo crecer como escritor. Porque, antes, los libros de OVNIS no me daban esa oportunidad. Cuando leo a Juan Carlos Méndez Guédez, a Juan Carlos Chirinos, a Jorge Eduardo Benavides, a Beatriz Rodríguez, etc, veo mil huellas que me pueden ayudar a mejorar como escritor. Por eso digo que me mueve el olfato de la envidia. Y por eso publicamos cosas que tal vez no se vayan a convertir en best sellers, pero que tienen una calidad literaria que a mí me fascina.
Antepones el criterio al riesgo.
Sí. La editorial va a dar pérdidas siempre, pero es una idea que nos lleva.
¿Qué clima encontraste aquí, en España, a la hora de crearla?
Primero me encontré rodeado de advertencias. Yo acudía a una tertulia de escritores, todos ellos mayores, y trataban de prevenirme: ‘Te vas a morir de hambre’, decían. Y yo: ‘Ya me muero de hambre’. Pero uno se puede morir de hambre de dos maneras. Un escritor pobre duerme en un banco. Un editor pobre, aunque sea, tiene su casita de cartón. Y yo quiero tener mi casita de cartón.
Y ahora quieres que Casa de Cartón tenga su delegación también en Perú.
Sí. La idea que tenemos es establecer un puente. Que convivan dos casas. Se trata de una apuesta que trataremos de hacer realidad el año que viene. Ya tenemos una presencia, pero queremos consolidarla. Sacar títulos allá, que funcionen allá, y algunos títulos que salgan al mismo tiempo en ambos países.
Además de esto, ¿qué más proyectos a corto plazo tienes entre manos?
Estoy terminando una novela, que en realidad es anterior a Albatros. Durante este año veré qué le sale. También estoy trabajando en una novela gráfica, porque yo hacía comics antes. Dejé de ilustrar en 2006, pero, igual que la escritura te pica, el trazo también te pica. Y del comic me fascina que me propone narradores distintos a los de la escritura. Incluso mis textos tienen vínculos con el comic, en el sentido de que trato de que el narrador no se vea. No me interesa generar metáforas bonitas, sino imágenes potentes. Y en cuanto a la editorial, sacaremos cuatro títulos en el primer semestre, y, en el segundo, otros tantos. Por suerte el proyecto crece, tiene cada vez más respaldo porque los escritores creen en él. No sacamos mucho, pero ponemos un mimo especial que el lector agradece.