Cartografía del alma migrante: reflexiones desde Sino Peripatético

El deseo de siempre regresar al lugar en el que nuestros ojos recibieron los primeros rayos de luz; unas palabras que describen lo que fue para mí la aventura de leer Sino Peripatético.

Es interesante tener la oportunidad de leer a Daniel Campos por segunda vez. Muchas cosas hacen sentir que es una nueva narración de una historia que, de alguna manera, sé. Un encuentro para analizar la soledad en la vida y lo hermosa que es esta misma.

Mientras leía el libro, me detuve en “Cumpleaños distantes”. Aprecié el título por unos segundos y, antes de perderme en la profundidad del texto, pensé en cómo a veces cumplir nuestros sueños es sinónimo de renunciar a momentos, como los cumpleaños de las personas que más amamos. Perdemos años de sus vidas en busca de darle sentido a la nuestra.

“Despertar en San José” me hizo recordar cada vez que me encontraba fuera de Caracas, viajes que duraban solo días, pero que, al regresar, siempre hacían que la ciudad se sintiera diferente. Hace años no camino por las calles de Caracas, y me pregunto qué se sentirá volver, cómo se ve el lugar en el que crecí, en el que creí que envejecería. El tiempo cambia las almas, y si no hay diferencia en el alma de Caracas, sí que la hay en mi alma, un alma que hace años late al son de las mañanas neoyorquinas.

Campos toca muchos puntos importantes sobre la inmigración, y para una joven inmigrante como yo, muchos son una manera de ver que el camino no es fácil, pero está en nosotros llevar este camino, aprender de él, nutrirnos de cultura, disfrutar de nuestro alrededor, sea este el lugar en el cual nacimos o una ciudad que exploramos por primera vez.

Hay unas líneas interesantes: “Estuvo siempre allí y no lo observé antes. Quizás ahora ando un poco más atenta a los toques cosmopolitas de una ciudad que ha cambiado, como he cambiado yo”. Pensé en Caracas nuevamente y en el imponente cerro El Ávila. Me imaginé caminando por sus calles, intenté recordar pequeños detalles, pero sé que todo eso solo vive en mis recuerdos, que el tiempo, así como me cambió a mí, también cambió a esa ciudad, y entonces me abraza el sentimiento de querer conocerla, de querer explorar sus calles. Sino peripatético despertó en mí una añoranza que creía perdida.

“Perderse es una forma de encontrar lo que el corazón busca” y esta es, quizás, una de las tantas líneas que me atrapó en el libro, no solo por la belleza literaria que emana, sino porque, en el fondo, quizás todos nos sentimos perdidos. Y aunque Campos, en el libro, relata cómo, recién llegado, se perdió, se me hizo imposible no tomar estas líneas como una metáfora para la vida. Más cuando se tiene mi edad, donde sentirse perdido o sin rumbo es muy común. Aun así, es inspirador saber que esto no está mal y que tener un sentido de estar perdida ahora solo significa que mi corazón está buscando aquello que desea.

Campos me hizo pensar que una de las cosas más difíciles de haber emigrado es perder a personas sin poder decirles adiós, y creo que cualquiera que haya pasado por esto me podría dar la razón. Recibir un mensaje o una llamada que alargan la distancia y que achican un corazón que se llena de tristeza. Antes de emigrar nunca lo había pensado: ¿qué tal si esta es la última vez? ¿Y si una vez me subo a ese avión, nunca más veré a esa persona? Se nos olvida lo efímeros que somos, y a veces un abrazo y un “nos vemos cuando regreses” se vuelven en el último recuerdo que conservas de esa persona.

Muchas veces, mientras leía, sentía que extrañaba algo que quizás nunca conocí, ya que nunca tuve la oportunidad de andar las calles de Caracas como he tenido la oportunidad con Brooklyn. Aquí tengo lugares favoritos a los que voy si estoy feliz o triste, o lugares que frecuento con mis amigos como rutina. Pero eso no existe en mi ciudad, ciudad donde nací, pero que no conocí por emigrar tan joven. Esto me hace pensar lo difícil que es emigrar siendo tan joven y lo fácil que es perder esa conexión con nuestro país. Aun así, no veo esto como algo triste, sino esperanzador.

Al llegar a cierto punto del libro, cuando aún no se narra el viaje a Brasil, se me hizo imposible no pensar en cómo el libro está narrado de una manera muy hermosa. Cada palabra está compuesta con una tranquilidad, con una paz que logró que yo, como lectora, si cerraba los ojos por unos segundos, podía sentir el sol costarricense suavemente acariciar mi piel o, incluso, con la imaginación suficiente, sería el olor a toronja fresca el que inunda nuestros sentidos.

Sino peripatético son memorias que acarician el alma, humanos siendo humanos, disfrutando de lo sencillo, valorando lo ordinario que se vuelve extraordinario.

Hay un momento: “Ojos tristes color musgo y miel”. Campos se pregunta: “¿Por qué no había detallado los ojos que me habían mirado toda la vida?”. Me hizo pensar en las muchas cosas que damos por hecho, y una de esas son nuestros padres. A pesar de saber que no van a estar ahí siempre, pensamos que es así y pasamos desapercibidos tantos detalles de la convivencia con ellos, donde en realidad deberíamos apreciar cada segundo, cada minuto, que cada momento con ellos sea un momento para descubrirlos una y otra vez. Los relatos de las interacciones de Campos con sus padres me hicieron pensar en la belleza que hay entre la relación de un padre con sus hijos.

Los vínculos de amistad fue uno de los temas que más me tocó, porque a pesar de que aquí he conocido amigos que no cambiaría por nada, sí que tengo en cuenta que hoy hace más de cinco años dejé de hablar con amigos que habían estado conmigo durante parte de mi bachillerato. Si la distancia no hubiera existido, a día de hoy quizás estaría celebrando más de 10 años de amistad con muchos de ellos. Pero, como inmigrantes, esto es algo a lo que con el tiempo nos vamos acostumbrando: nos movemos mucho y, a veces, las amistades no son permanentes. Pero creo que Campos nos demuestra que siempre habrá alguien allí con quien compartir el camino, ya sea en el lugar en el que naciste o a kilómetros del mismo, donde ni siquiera hablan el mismo idioma que tú.

Como estudiante de filosofía, una de las cosas que más hago semana tras semana es leer. Durante los últimos meses he leído mucho, pero sin duda alguna puedo decir que hacía mucho no leía algo que me llenara el alma de tanta paz y que cada línea se sintiera como una plática entre el autor y yo. En momentos sentí mis ideas o pensamientos siendo plasmados, y no hay nada más gratificante para un lector que conectar con el autor, el libro y su historia.

Una vez nos adentramos a los relatos que pasan en Brasil, me detengo para darme cuenta de que toda esta lectura, para mí, ha sido un regalo. Un regalo poder entender que el mejor camino siempre será amar la vida, sin apego a nada ni a nadie, solo a nosotros y a la alegría de vivir. Y ese fue un pensamiento que fui construyendo a medida que Campos narraba su historia, pero algo me hizo finalizarlo en el momento en que la historia nos transporta a Brasil. Quizás fue el hecho de que, a través de todos los cambios de lugares y personas, siempre había optimismo y un sentido de disfrutar todo que era transmitido del autor al lector.

Caminar por distintos lugares, conocer, hablar otras lenguas, ser parte del mundo, conocer el mundo, ser el mundo.

Es cierto que también hay varias menciones filosóficas a lo largo de todo el libro, y estas están narradas e integradas en el libro de una manera muy sutil. Pero me quedo con la idea de que la filosofía ayuda a descubrir “cómo vivir bien”, porque sin duda alguna, desde el inicio, siempre estuvo ahí: con cada ida al cine, con cada idea o pensamiento sobre la soledad. Quizás en cada memoria podemos ver un poquito más de esa filosofía desarrollándose.

Quizás no pertenecemos a un lugar específico, quizás simplemente somos hijos del mundo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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