
En Mecánica popular, Pedro Juan Gutiérrez desmonta y vuelve a armar su universo literario como si se tratara de una vieja mecedora —esa que aparece en la portada— hecha de piezas sueltas, oxidadas, que alguien intenta restaurar en un taller sin luz. Es su Cuba, sí, pero no la del sudor inmediato de Centro Habana ni los monólogos febriles del alter ego que lo hizo célebre en la Trilogía sucia de La Habana. Aquí el tiempo se expande, se estira hacia atrás, hacia una Habana que aún no ha sido del todo fagocitada por la Revolución, y luego hacia adelante, cuando la promesa de un país nuevo se revela como una larga resaca.
El libro reúne diecisiete relatos que podrían leerse como episodios dispersos, pero que en su conjunto construyen una cartografía de la decadencia. Casi la mitad giran en torno a Carlitos, un personaje que vemos crecer, enfermarse de erotismo, enfrentarse a la frustración cotidiana, y que se convierte en testigo involuntario —a veces cínico, a veces inocente— de una Cuba que se derrumba sin hacer mucho ruido.
Carlitos no es un héroe, ni siquiera un antihéroe. Es más bien un espectador voraz, curioso, a ratos cruel, que descubre el sexo como única vía de escape mientras a su alrededor todo comienza a descomponerse. En su mirada, Pedro Juan ensaya una forma de melancolía menos corrosiva que en sus libros anteriores, pero igual de potente. La Cuba que atraviesa este niño devenido hombre es una isla que ha perdido hasta el sentido de la esperanza: ni siquiera el futuro aparece como posibilidad. Solo queda el deseo como impulso vital, aunque sea uno torpe, desesperado, sin destino claro.
Los relatos ambientados en la Cuba anterior a 1959 tienen un tono distinto, casi de postal deslavada. Hay en ellos una especie de ilusión vieja, como si Pedro Juan recuperara historias que le contaron o que intuyó en los silencios de los adultos durante su infancia. Pero el verdadero núcleo del libro está en esa zona gris de los años sesenta y setenta, cuando los ideales revolucionarios comienzan a agrietarse y lo que aparece es un país donde el control y la escasez modelan la existencia cotidiana.
A diferencia de su obra más conocida, aquí Pedro Juan Gutiérrez no necesita recurrir al exceso o a la provocación constante. La sordidez sigue presente, claro, pero matizada por un tono más reflexivo, incluso nostálgico. El ritmo es más calmo, casi contemplativo, como si el narrador —al igual que Carlitos— se hubiera cansado de pelear contra el derrumbe y simplemente se dedicara a observarlo con una mezcla de tristeza y aceptación.
Mecánica popular es, en el fondo, una exploración del desencanto como estado nacional. Un país que prometió el paraíso y entregó solo ruinas. Un cuerpo —el de Carlitos, el de Cuba— que envejece sin gloria. Pedro Juan Gutiérrez, con su prosa directa, seca, sin adornos innecesarios, logra construir un mosaico coherente y doloroso de lo que significa vivir en una isla que se prometió a sí misma demasiado.







