De cómo ver siendo un hombre ciego
En 2018 un hombre de casi 93 años, en el Teatro Greco de Siracusa, puso en escena un texto de su autoría, Conversación sobre Tiresias, un breve monólogo dicho con la voz cascada de un anciano ciego pero lleno de vida y de talento: Andrea Camilleri. En su juventud, Camilleri había sido director y productor teatral, y simultáneamente había incursionado en la radio y en la televisión italiana. Nacido en Sicilia en septiembre de 1925 y fallecido en Roma en julio de 2019, también había probado suerte en el mundo de la literatura. En 1978 publicó su primer libro, El curso de las cosas, la historia de un cuidador de gallinas y amante de una de sus vecinas casadas, que trascurre en los 60 del siglo XX en un pueblo intervenido por la mafia, y que fue un fracaso de ventas. Un hilo de humo (1980) fue su segundo título, ambientado a fines del siglo XIX y protagonizado por dos productores de azufre ambiciosos y fraudulentos, y en el que comenzó a construir Vigàta, una imaginaria ciudad siciliana en la que luego desarrollaría buena parte de su obra. Pero fue recién en 1994, con la publicación de La forma del agua y con la aparición de su comisario Salvo Montalbano, que el éxito le estalló entre las manos. Tenía, para ese entonces, 69 años.
A esa primera entrega de Montalbano, así bautizado en homenaje al escritor catalán Manuel Vázquez Montalbán, le siguieron casi cien títulos que transformaron a Camilleri en un hombre famoso y rico, traducido a más de treinta idiomas y con más de treinta y cinco millones de ejemplares vendidos en todo el mundo. El ladrón de meriendas (1996), La paciencia de la araña (2004), La danza de la gaviota (2009), La pirámide de fango (2014) y El carrusel de las confusiones (2019) fueron algunas de las tantas entregas de su comisario, aunque a veces, harto de su personaje, escribía algún libro donde lo hacía tomar vacaciones, como por ejemplo El beso de la sirena, La muerte de Amalia Sacerdote y Vosotros no sabéis (todos de 2008), o el delicioso Mujeres (2014), una colección de treinta y nueve retratos de las mujeres que habían pasado por la vida del escritor y que lo habían impactado de un modo particular, desde Helena de Troya, la Beatrice del Dante y Juana de Arco, hasta algunas más cercanas y carnales, apenas ocultas bajo un leve maquillaje literario.
El señor metomentodo
Múltiples son las versiones que ayudaron a dar forma a Tiresias, uno de los personajes más conocidos –y frecuentados– de la mitología griega. Castigado por su indiscreción y por su costumbre de meterse en asuntos que no eran de su incumbencia, hay quienes dicen que un día fue descubierto por Atenea mirándola mientras ella se bañaba, y hay otros que dicen que fue sorprendido observando a Zeus y a su esposa Hera haciendo el amor. Una de las dos, Atenea o Hera, lo penaron dejándolo ciego, pero Zeus, de puro misericordioso que era, le otorgó el don de la profecía y el de vivir muchas vidas, convirtiéndolo en un hombre sabio y longevo pero siempre achacoso. También dicen que un día, mientras paseaba por uno de los caminitos del Peloponeso, vio a dos serpientes apareándose y, en una actitud ciertamente reprobable, las separó y mató a la hembra, por lo que de inmediato se vio convertido en mujer, hechizo que le duró siete gozosos años. Y dicen que una vez Hera y Zeus discutían sin ponerse de acuerdo acerca de quién disfrutaba más con el sexo, si la mujer o el hombre, cuando justo pasaba Tiresias –recuperada su condición masculina– con la inoportuna idea de opinar que la mujer gozaba diez veces más que el hombre, por lo que también fue castigado por la insufrible diosa.
Este voyerista verborrágico y vacilante aparece por primera vez en la Odisea de Homero –Ulises lo consulta sobre cómo será su regreso a Ítaca–, pero también fue uno de los invitados habituales de la tragedia griega (figura en Edipo rey y Antígona de Sófocles, Las bacantes, Ifigenia en Táuride y Las fenicias de Eurípides, Los siete contra Tebas de Esquilo). Retomado luego por los romanos Séneca (Edipo), Ovidio (Las metamorfosis) y Juvenal (Sátiras), participa también en las páginas del Dante, John Milton, Guillaume Apollinaire, Césare Pavese, Virginia Woolf, Ezra Pound, T.S. Elliot, Jorge Luis Borges, Carol Ann Duffy y hasta el mismísimo Woody Allen (Poderosa Afrodita) entre otros. En La verdad y las formas jurídicas, volumen que recoge cinco conferencias que Michel Foucault dictó en Rio de Janeiro en 1973, el filósofo, analizando el Edipo rey de Sófocles, le otorga a Tiresias la condición de primer testigo en la historia del Derecho occidental.
La belleza de las mujeres
“Zeus me dio la posibilidad de vivir siete vidas, y esta es una de ellas; no puedo deciros cuál. Estoy seguro de que alguno de vosotros habrá visto representado mi personaje en este escenario hace algún tiempo, pero se trataba de actores que hacían de Tiresias. Hoy estoy aquí en persona personalmente porque quiero contaros lo que me ha sucedido a lo largo de estos siglos, porque quiero aclarar de una vez por todas el cambio que he sufrido al pasar de persona a personaje”, dice un irónico Camilleri al comienzo de su entrañable monólogo, en un espacio despojado, con apenas una pequeña mesa y un rústico sillón que ocupa.
A continuación va repasando algunas de las muchas versiones de ese personaje, desde su nacimiento en Tebas hasta su neblinosa desaparición en la infinita historia de los mitos. Lo hace con humor (“Mejor no conocer profundamente los pensamientos que agitan la mente de una mujer”), con resignación ante sus dotes (“el futuro de los hombres y de las mujeres casi nunca es un futuro feliz”), con fastidio ante algunos de sus mentores (Dante lo ubica en La Divina Comedia en el infierno, al lado de los engañadores, caminando con el rostro a sus espaldas y obligado a mirar el pasado, no el porvenir), con cierta vanidad (“Como personaje, he vivido la vida que los poetas han querido darme. Como persona, empero, he sido un poeta auténtico”), y con la tristeza de estar corriendo un mismo destino: la ceguera (“Desde que no veo, veo mejor, veo con más claridad”).
Víctima de un glaucoma, Camilleri quedó ciego durante sus últimos años. No obstante, en más de una entrevista llegó a sostener que la pérdida de la visión le había permitido recuperar los sentidos del gusto y del olfato que, como empedernido fumador, había ido perdiendo, y que también le había ayudado a soñar en colores, como nunca le había ocurrido. “¿Sabe lo único que me falta?”, le comentó a la periodista Irene Hernández Velazco en el trascurso de una entrevista para el diario español El Mundo. “La belleza femenina. Eso sí que me falta, la belleza de las mujeres. Poder verlas, recrearme en ellas.”
Conversación sobre Tiresias, Andrea Camilleri, editorial Altamarea, Barcelona, 2020, 57 páginas. Epílogo de Carlos García Gual. Traducción de Carlos Clavería Laguarda