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Banálitas, Banalitatis

 

                                                            Dos bocanadas de silencio podrían contener más proximidad, más lenguaje, que una hipercomunicación.

Byung-Chul Han

 

La era digital ha llevado a una hipercomunicación y a una desmesurada e incontrolada información, que nos ha encerrado en una inmensa soledad, en una cárcel sin barrotes. Vivir la vida a través de una pantalla lejos de hacernos libres, nos sujeta a los más firmes grilletes.

Nuestra vanidad se ve colmada cuando recibimos un “me gusta”, máximo diálogo que es a lo que está quedando reducida la comunicación, y no es ninguna exageración. Hemos alcanzado un tremendo empobrecimiento del lenguaje, un lenguaje uniformador, pautado, en el que eliminadas las diferencias, nos sentimos a gusto.

 Podríamos decir, haciendo un parangón con Albert Camus, que la pantalla es la reja lingüística a la que se refería en “El Extranjero”, cuando decía: “El hombre es un extraño en el mundo, un extraño entre los hombres y también un extraño para sí mismo. Cada uno está preso en una celda que queda separada de los demás por una reja lingüística”.

Ya no nos relacionamos, sino que nos conectamos con otras muchas personas a la vez quizás para sentirnos menos solos, pero el vacío sigue en nosotros y reemplazamos nuestros silencios por conversaciones vanas y ruidosas.

 Todos sabemos que hoy día no hay tiempo que perder. La máquina no puede dedicar tiempo a pensar, sino a producir. Y después de producir tanto, ¿qué queda en nosotros?

No queremos oír nada desagradable, no se considera políticamente correcto. Para transmitir el mensaje se ha llegado a vaciar de contenido las expresiones, dulcificándolas hasta tal punto que transforman, en su caso, su carácter negativo por otro positivo que se nos hace más creíble porque nos gusta más. Nuestra aspiración es que todo a nuestro alrededor sea de color de rosa y el eufemismo campa por sus respetos al tiempo que nos debilita y nos hace más dependientes, menos autónomos y resolutivos. A veces, sacar los pies del plato puede convertirse en una auténtica tragedia.

Está claro que no queremos problemas y mucho menos escuchar los problemas de otros; demasiado tenemos ya con conseguir llegar al sofá después de un día de intenso trabajo. Pero lo cierto es que estos problemas, aún siendo de otros porque de todo podemos aprender, pueden ser los motores que nos hagan crecer y madurar. Enfrentarse a pequeños o grandes retos, pensar, PENSAR, PENSAR, el tiempo que dedicamos a resolverlos, es el ejercicio que nos mantiene vivos.

 Repitiendo las palabras de D. Ramón, “en este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”.

 Es el imperio de la banalidad.

 

 

Mª Jesús Campos

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