Pocas veces una memoria personal logra el equilibrio perfecto entre la confesión íntima y el retrato sociopolítico de un país entero. La Habana en un espejo, de Alma Guillermoprieto, lo consigue con una elegancia inesperada. Lo que podría haber sido simplemente la historia de una joven mexicana que se convierte en bailarina de ballet clásico en la Cuba revolucionaria, se transforma en un libro profundamente humano sobre el cuerpo, la ideología y la mirada extranjera ante el poder.
Guillermoprieto —cronista aguda, corresponsal de guerra y narradora de las violencias latinoamericanas— vuelve aquí a su origen: los años sesenta y su paso por la Escuela Nacional de Arte de La Habana. Pero no lo hace con nostalgia, sino con una lucidez que desarma. La autora se coloca frente al espejo —ese del título— no solo para examinar su cuerpo disciplinado por la danza, sino también para observar, con distancia crítica, una Cuba entregada al experimento socialista, donde la utopía se vivía en presente, aunque siempre a punto de resquebrajarse.
El libro no es una cronología de hechos, sino una meditación sobre la formación de una conciencia política y estética. Guillermoprieto, que llegó a Cuba escapando de la rigidez emocional de su familia y buscando la belleza absoluta del ballet, se topó con otra forma de rigidez: la del régimen revolucionario. Lo fascinante es cómo la autora narra esta dualidad sin caer en el cliché ni en el panfleto. Por un lado, la emoción de vivir una vida dedicada al arte en un país que —al menos en apariencia— valoraba la cultura como parte esencial del proyecto colectivo; por otro, el desencanto paulatino ante la represión, la escasez y el culto a la figura de Fidel Castro.
La prosa de Guillermoprieto es precisa, sin adornos innecesarios, pero cargada de imágenes poderosas. Hay algo en la forma en que escribe sobre el cuerpo —sobre los pies sangrantes, los músculos agotados, la persistencia en la repetición— que trasciende lo autobiográfico. En su disciplina como bailarina ya se insinúan las obsesiones de la periodista que será: la búsqueda del significado a través del esfuerzo, la necesidad de comprender lo incomprensible.
Uno de los mayores logros del libro es su honestidad. Guillermoprieto no idealiza su pasado ni sataniza a la revolución. Su mirada es compleja, ambigua, humana. Reconoce la energía vibrante de aquellos años y, al mismo tiempo, denuncia la vigilancia, el silencio impuesto, el miedo, el deterioro. Esa ambigüedad convierte La Habana en un espejo en una obra rara y valiosa: una memoria que no es autocelebratoria, sino reveladora.
Este libro es también una carta de amor —áspera y crítica— a una isla que marcó su vida para siempre. La Habana aparece aquí como una ciudad hermosamente rota, un escenario donde se baila aunque falte todo, donde la belleza se impone, a veces, como único gesto de resistencia.
La Habana en un espejo es una lectura imprescindible para quien quiera entender no solo a Cuba, sino a toda una generación latinoamericana atrapada entre la promesa revolucionaria y la amarga realidad del desencanto. Guillermoprieto baila entre ruinas, y lo hace con la gracia de quien sabe que no hay cuerpo ni país que no haya sido atravesado por la historia.