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Arsenio, esencial

Empecemos por reconocerlo: A Arsenio Rodríguez nunca lo veneraremos lo suficiente ni saldaremos nunca la infinita deuda qu tenemos con él. Si Cuba es su música, el Ciego Maravilloso es un fuerte candidato al cubano más trascendental. No acuñó un género -eso quedaría para sus apóstoles menores- pero estableció un formato -el del conjunto- que sacaría al son de su estado cuasi folclórico para convertirlo en la máquina potente y avasalladora que ha enseñoreado sobre estaciones radiales y salones de baile de todo el planeta desde entonces. Arsenio Rodríguez entendió que no bastaba con que el son fuera tocado con orquestas para amplificar el sonido. Intuyó como nadie las posibilidades del género de alcanzar mayor complejidad y calado asociando las congas al bongó y el piano al tres, creando con las trompetas armonías hasta entonces desconocidas para el son. De su mano el son alcanzó la mayoría de edad en menos de una década y lo dejó listo para todos los avatares que tendría: del mambo al cha cha chá, de la salsa a la timba o al latin jazz. Listo para la improvisación y el desmadre. Y después de eso Arsenio nunca dejó de experimentar nuevas posibilidades para una música que dominaba mejor que nadie. Y a esto hay que añadir la invención de uno de los cancioneros más amplios y ricos del género. No sorprende entonces que Arsenio Rodríguez muriera pobre y olvidado. Natural que costara digerir tanta grandeza.

No obstante la prole musical engendrada por Arsenio es numerosa: de Larry Harlow a Irakere, de NG la Banda a Marc Ribot y los Cubanos Postizos. Músicos que se han aposentado en los territorios descubiertos por el profeta ciego. Solo por eso vale la pena llevar flores a su altar, recordarnos de donde nos vino tanta riqueza antes que terminemos dilapidándola. Arsenio Essential, tiene mucho de esos rituales encaminados a recordarnos quiénes fuimos, quiénes deberíamos ser. Guiado por la voz poderosa y dúctil del cantante cubano Luis Bofill y por los arreglos hermosos y precisos de Orlando “Landy” Mosqueda (quien además se encarga de la producción, del piano y de parte de la percusión) Arsenio Essential cumple de alguna forma con su título inabarcable. No tanto por las canciones elegidas. Los arseniómanos nunca consiguen ponerse de acuerdo sobre cuáles son las canciones esenciales de su Mesías. Ni siquiera consigo mismos. Si acaso aceptan que cualquier antología que se respete debe incluir ?como Arsenio Essential? “Bruca Maniguá”, “La vida es sueño” y “El reloj de Pastora”. Lo esencial de esta grabación esencial el modo en que es tratada la obra del músico, el respeto y la inteligencia. Porque, incluso tratándose de un homenaje no se trata de momificar las canciones de Arsenio, de reducirlas a mero ritual. Ni de diluirla en la intrascendencia de las modas. Lo esencial en Arsenio es la inapagable vitalidad de su música, su pelea constante con las convenciones, su pulsión constante por sorprendernos. Y Arsenio Essencial sorpende de un modo discreto y al mismo tiempo estremecedor. Sus arreglos, el modo en que están interpretados se esfuerzan por seguir a los originales, parecen incluso demasiado respetuosos. Y sin embargo consiguen que canciones mil veces oídas parezcan recién inventadas, tan vivas como cuando fueron compuestas, listas para ser disfrutadas sin la disculpa de la tradición.

El caso más ejemplar es en este disco es, a mi parecer, la pieza “Kila, Kike y Chocolate” (ya versionada por Larry Harlow como “Tumba y bongó”). Una pieza en al que Arsenio reivindicaba desde sus primeras líneas el impacto de sus hallazgos musicales incluso a nivel laboral:  “Nadie recuerda que el nuevo ritmo/ unió la conga y el bongosero/ que Kila, Kike y Chocolate/ le dieron vida a los tamboreros”. Para luego advertirle a la Academia, casi siempre sorda en estas cuestiones: “y a los profesores nota/ que a nuestro ritmo falta pingor [en su versión Bofill substituye el indefinible “pingor” por el no más definible “tingó”]/ cuando por cualquier motivo/ falta la conga, falta el bongó”. Y de ahí la música comienza a levantar vuelo, impulsado por la persusión pero sobre todo por la trompeta multiplicada de Osvaldo Fleites hasta esa marca de fábrica de lo mejor de la música bailable cubana que son la posesión y el éxtasis. Otras elecciones del disco dentro del repertorio de Arsenio no por menos obvias son menos mejorables como la interpretación de “Qué mala suerte” con su picaresca subrayada por la impecable dicción de Bofill. Una canción que cuenta las desgracias de alguien tan desfortunado que compró un circo “y el enano me creció”. En esas y otras interpretaciones Bofill sobrevive airoso de la inevitable comparación con algunos de los mejores cantantes de la música cubana que fueron casi todos los que interpretaron la música de Arsenio (Miguelito Valdés, Miguelito Cuní, René Scull, etc). Si alguna objeción podría hacérsele al disco  sería la de utilizar esos coros exageradamente nasales que popularizó la orquesta de Oscar D’Leon en los ochentas o que no haya hecho versiones completas de “Hacheros pa’ un palo”, “Mami me gustó” o “Hay fuego en el 23” en lugar de hacinarlos en un meddley. Objeciones muy menores para un disco que uno desea que no se acabe nunca porque la música de Arsenio es, a su manera brillante y rabiosa, infinita.

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