Y llegó el día. Era de esperar que, en una serie como esta, centrada en el true crime, en asesinatos, en dolorosas amputaciones y paredes decoradas con sangre ajena, escribiera en algún momento sobre uno de los mayores creadores de ese tipo de decorados, como es Charles Manson. Ese día es hoy.
Hay mucha documentación en torno al caso Manson, mucho material empapado de esa sangre enajenada que él mandó hacer correr. No solo hay fuentes escritas, también audiovisuales, porque nada como el cóctel que producen el tomate, el sexo y las drogas para encender el campo electromagnético que hipnotiza al espectador. No todos los días se asesina a una actriz de cine, esposa de un conocido y prestigioso director, como era el caso de Sharon Tate, ni todos los días ese asesinato es perpetrado por una secta que abusa del LSD y las orgías. Pero yo voy a ser fiel a esta columna y a los otros seis muertos, y me voy a ceñir a fuentes escritas, a textos policíacos de no ficción.
Mi colega Hugo Fontana ya referenció, hará cosa de un año, en este mismo medio, el clásico de los crímenes de la familia Manson: Helter Skelter, el libro de true crimemás vendido de la historia, de Vincent Bugliosi, que fue el fiscal del caso ante los tribunales de California, con la colaboración del escritor Curt Gentry, un texto extenso y muy bien documentado. Yo me centraré en el otro relato de cabecera: The Family. The Whole Charles Manson Horrorshow, del poeta y escritor Ed Sanders (Kansas City, 1939), que se rige por unos parámetros más narrativos, los propios de un vate que ha sido considerado el puente entre la generación Beat y los hippies. No en vano, para documentarse, Sanders se hizo pasar por un enloquecido gurú satánico cuando visitó el rancho Spahn, la mansión desde la que se había fraguado la tragedia.
El poeta echa mano de todo su arsenal artístico, como Manson echó mano de todas las estratagemas que aprendió en sus diez años de reclusión en distintas instituciones penitenciarias para rodearse de ese grupo de convencidos y, sobre todo, convencidas: charlatanismo religioso, tráfico de drogas y sexo. El resultado es un texto conciso, pero no exento de humor e ironía, que refleja aspectos sorprendentes de aquellos acontecimientos. No deja de extrañar que una persona tan cercana al movimiento hippie, como es Sanders, sea capaz de mostrar los ángulos oscuros de aquella corriente contracultural. Pero eso dice mucho del autor, de su integridad. Es así como muestra el racismo extremo que dirigía muchas de las acciones de Manson, que es algo ajeno a los relatos idealizados del movimiento hippie. También resulta revelador comprobar los buenos contactos que tenía en aquella California de finales de la década de 1960 un expresidiario que dirigía su secta como un night club.
En su nota sobre el libro escrito por Bugliosi, Fontana hace referencia a dos hechos para él conectados: los asesinatos perpetrados por la familia Manson y el macroconcierto de Woodstock. Los presenta como dos caras de la misma moneda. A raíz de la lectura del libro de Sanders, se observa el grado de acierto del paralelismo que propone, y no solo por la devoción que el líder de The Family profesaba a The Beatles. Manson estuvo a un tris de lograr que Terry Melcher, un conocido productor, hijo de Doris Day, se encargara de su carrera musical, recomendado como estaba por Dennis Wilson, uno de los componentes de The Beach Boys. Pero Melcher y su socio: Gregg Jakobson, se asustaron al enterarse de que Manson y su secta habían asesinado a Gary Hinman, un joven estudiante graduado de sociología, budista y aficionado a la música, con la única intención de robarle. Fue ese asesinato lo que alejó a Manson de su carrera musical y lo volvió a encarrilar por la senda de la delincuencia. Con ello, perdió el favor de sus padrinos. El resentimiento que este hecho le proporcionó fue la gasolina que ardió en la casa de Sharon Tate y los LaBianca. Sin ir más lejos, la mansión de los Polanski se convirtió en objetivo porque allí vivió Melcher por un tiempo. Los asesinos salieron de allí cantando canciones de Doris Day. No sabían ni a quién habían matado. Espeluzna pensar qué hubiera sucedido si el asesinato de Hinman no hubiera tenido lugar, si Manson hubiese mantenido el favor de aquellos próceres de la música de la costa Oeste. Tal vez ahora estaríamos venerando el sonido de un sociópata.