Es un juego, sitúate frente a un espejo de cuerpo entero y conviértete en un árbol por unos minutos. ¿Qué tipo de árbol eres? ¿Tienes el tronco delgado y dejas tus ramas a merced del viento, o por el contrario eres un árbol grueso y robusto cargado de frutos? ¿Hablamos de un olivo, de una higuera, de un espigado ciprés…? No te andes por las ramas y dime qué savia recorre tus raíces y te hace crecer, de-rama tu ser.
Desde mi ventana puede verse un jardín donde están enraizados unos extraños árboles de los que brotan tomates, plátanos, calabazas, cerezas, uvas… y si escuchas con atención, te sorprenderá la música que se desprende de sus hojas.
Otros árboles anidan los cantos de los pájaros, y de sus ramas cuelgan las partituras y poemas y puedes recoger en una cesta sus frutas y colores con los que se pintan los deseos.
A veces, los nubarrones impiden ver con claridad estos árboles. Como nos pasa a todos, el jardín también tiene sus días malos, pero ocurre que en estas ocasiones, de los árboles brotan pequeños paraguas que los salvan del chaparrón.
Con nuestros pies por raíces, andamos intentando afianzarnos en la vida, desarrollamos nuestras inquietudes como si de múltiples ramas se tratara, vistiéndolas con las más verdes y frescas hojas, y esperamos, a pesar de algún otro traspiés, que el fruto madure.