Acequia: la ciudad como mosaico de absurdos y bellezas

En Acequia, el escritor Amaury Colmenares convierte a Cuernavaca en un escenario vivo, casi en un personaje más. La novela, ganadora de la primera edición del Premio Hispanoamericano de Narrativa Las Yubartas, explora las contradicciones, el humor, la oralidad y la tensión entre lo real y lo fantástico. En esta entrevista, Colmenares comparte las motivaciones y procesos detrás de la obra, la manera en que construyó su mosaico de voces y lo que significa para él este reconocimiento literario.

Acequia es una novela coral donde la ciudad de Cuernavaca se convierte casi en un personaje más. ¿Cómo fue el proceso de transformar un lugar en un entramado narrativo tan vivo y laberíntico?
Poco a poco, recorriéndola, fui descubriendo lo que considero son los rasgos esenciales de la ciudad, puntualmente esas características que son las que me producen fascinación. Su absurdo y su belleza. Es una ciudad en apariencia muy simple, pero en realidad es antigua y compleja, y mi intención era recrearla con sus contradicciones y defectos. Cada personaje de la novela se relaciona de manera radical con alguno de estos rasgos de Cuernavaca, y me parece que finalmente el relato de esas relaciones es lo que termina construyendo, como un mosaico, mi versión de la ciudad, más allá de las descripciones. Me interesaba poner en acción a la ciudad y lo hice mediante la relación que con ella establece cada personaje.

El humor atraviesa la novela, pero no como alivio ligero, sino como herida, como desconcierto. ¿Qué significa para usted escribir desde esa tensión entre risa y desasosiego?
Todo tiene distintas facetas, en todo hay belleza y fealdad. El humor es una faceta y el humorista se dedica a, voluntaria o involuntariamente, hallar ese filón y exponerlo. La narración de Acequia se centra mucho en la faceta humorística de las situaciones pero no desde la simplificación o la burla. No me interesaba caricaturizar para convertir algo serio en algo ridículo, más bien me interesaba adoptar un filtro narrativo que destacara la faceta humorística de la realidad que recrea la novela pero sin perder de vista otras facetas, incluso la horrible. Me es fácil, en mi vida cotidiana, advertir la faceta humorística de lo que me acontece, pero en ningún momento esto significa que menosprecie o respete menos mi contexto, es simplemente que lo veo así como la gente muy feliz o muy inocente puede ver la belleza en todos lados. Otra cosa son los ilusos, que por ignorancia o autoengaño fuerzan las cosas en su mente para darse una falsa sensación de que todo está bien. O los burlones, que fuerzan las cosas para que sean «chistosas».

En Acequia confluyen personajes muy distintos: una jardinera obsesionada con los nombres, un abogado atrapado en la burocracia, un comediante retirado, incluso editoriales fraudulentas. ¿Cómo surgió esta constelación de voces?
Los personajes se me revelaron primero como escenas, situaciones interesantes. Fueron un primer párrafo, casi una frase, que después seguí explorando para descubrir más detalles. Les dejé vagar libremente por mi mente durante diez años y les observé y fui transcribiendo mis hallazgos. Hay algunos que me defraudaron, como Lópex, que no dejó nunca de ser un haragán.

La novela ganó el I Premio Hispanoamericano de Narrativa Las Yubartas. ¿Qué representa para usted este reconocimiento y qué impacto cree que pueda tener en la circulación del libro?
Representa un logro muy específico. El hecho de que el premio lo otorguen diez editoriales independientes significa que está convocado por personas que aman la literatura y participan en la industria editorial con mucho corazón, por vocación. Ha significado un espaldarazo trascendental que me hace sentir que tiene sentido ponerme a escribir todos los días. Y lo que más me ha gustado en términos de circulación, más allá de la hermosa obviedad de que implica una distribución internacional con todo lo que esto conlleva, además de eso, me ha permitido conocer las comunidades en torno a cada proyecto editorial, tener un contacto con gente que lee o que tiene librerías y ese contacto afectuoso ha sido muy significativo para mí.

Varias de las historias que atraviesan Acequia parecen rozar la oralidad popular, como si fueran chismes, rumores o leyendas urbanas. ¿Qué importancia tiene para usted esa tradición oral en su escritura?
Me parece que la oralidad es el medio más importante de contacto humano. La literatura escrita es un subproducto muy refinado pero la oralidad es fundamental. Se ha generado incluso un híbrido oralidad-escritura en las redes sociales y en el internet. La cada vez más evidente imposibilidad de una realidad fija y concreta y universal es uno de los temas que más me interesaban mientras escribía Acequia.

En Acequia hay una constante tensión entre lo real y lo fantástico, entre el rumor popular y la invención literaria. ¿Cómo maneja usted esa frontera difusa al escribir, y qué lugar cree que ocupa hoy la imaginación en la narrativa latinoamericana?
Me mencionan mucho a Borges cuando se habla de Acequia porque hay un par de bromas a partir de dicho escritor, pero en Acequia hay también mucho de Cortázar. Cortázar fue el primer autor que me mostró que la realidad y la fantasía están en verdad imbricadas. Después leí a Ortega y Gasset, específicamente su enunciado de «yo soy yo y mis circunstancias» y desde entonces estoy convencido de que la realidad ordinaria y socialmente aceptada como real depende de convenciones y de filtros para percibir lo que la hegemonía, por las razones que sean, considera conveniente que percibamos. El ámbito indígena mexicano, por ejemplo, convive con aspectos de la realidad que la hegemonía moderna y científica menosprecia llamándolos superstición o directamente barbarismo. Y es una especie de ceguera voluntaria. Que la ciencia no pueda explicar algo, no implica que no exista. La exploración de esa frontera me interesa mucho. Aunque es un tema del que no hablo mucho. Esoterismo.

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