Hay momentos irrepetibles que de alguna manera los sospechamos. Tira el presentimiento, la mera casualidad o acaso sabemos las posibilidades estéticas y en el gusto medimos nuestra fuerza. El caso es que Soda Stereo nunca pudo igualar Signos.
Obra exquisita, desde el comienzo caracteriza la importancia de un trabajo en el que varios son los factores del acierto, todos de una relevancia considerable ya que luego no hubo nada igual, es decir que las cosas cambiaron. Y de qué modo.
Por una lado, el grupo consiguió la definitiva consagración en el medio argentino, lo que permitió olvidar las reticencias de algún sector de la prensa local no muy sagaz a la hora de entender el valor de toda vanguardia. Por otro, fue el pasaporte que le abrió las fronteras de América Latina, dándole por tanto un ticket de ida para los siguientes años a Soda Stereo.
Afortunadamente, una generación de jóvenes roqueros del continente también descubría que era posible llevar las canciones a un límite donde la modernidad y el glamour –si se quiere el exabrupto estético, una preocupación hasta entonces inédita en casi todas las bandas–, se entrelazaba con un género como el pop que en Signos dejaba por fin de parecer tierra extranjera. La posibilidad de utilizar el español reforzaba la idea, acompañaba la reducción de las fórmulas a las que nos tenían acostumbrados los discos de aquellos años. En consecuencia, el rock podía sonar moderno y ser “industria nacional” a la vez.
En la medida que se avanza por el disco –grabado en el Estudio Moebio, de la ciudad de Buenos Aires, en 1986– escuchamos una cuidada madurez en las letras mientras el sonido se decide a empañarse con el new romantic y el dark, dos géneros secundarios que en Inglaterra se diluían lentamente, aunque no así en el Cono Sur.
Hay un instante en la canción el “El rito” y en menor grado en “Sin sobresaltos”, que Gustavo Cerati se revela decididamente como el compositor sugestivo, a veces lacónico, a veces paciente, que se sumaría años después en el podio en el que están subidos los otros dos artistas representativos del rock argentino en tiempos recientes: Fito Páez y Andrés Calamaro.
Es claro el quiebre lírico de lo anterior hecho por Soda Stereo, desde un homónimo primer álbum primitivo –en todo sentido de la palabra–, a un siguiente, Nada Personal, que se alejaba de la new wave y la devoción desmedida por The Police. Así, el tercer disco es una bisagra y posterior condena. En Argentina el dark se inicia tarde, como ya antes había sucedido con el punk. De aquel tímido furor en el under porteño quedarán las bandas Sobrecarga y Fricción –idea de Richard Coleman, alguna vez integrante de Soda–, con dos perlas negras a considerar: “Sombras españolas” y “A veces llamo”.
Signos cumple con la tradición llamada “síndrome del tercer disco”, que debe marcar un hito en la banda; es seguro que Cerati sabía las consecuencias. Escuchen de nuevo “Prófugos”: “como un efecto residual/yo siempre tomaré el desvío/tus ojos nunca mentirán/pero ese ruido blanco/es un alarma en mis oídos”. Para la frivolidad que representó los mediados de los ´80, éste es un instante épico.
Sin embargo, en la totalidad de los ocho temas del álbum, da la impresión una vez pasados 29 años de distancia, que “Persiana Americana” envejeció mal, perdió la frescura del pasado. No deja de ser curioso, ya que el tema, como todos sabemos, fue el resultado de un concurso en el que se invitaba a los jóvenes a escribir una letra y luego el grupo se encargaría de la música. Los versos de la canción –inevitable en toda compilación de música de los años 80–, no obstante, no representan la lírica de Soda Stereo. Es una pieza rara, como nocturna y adolescente.
“Tus ropas caen lentamente/soy un espía, un espectador/y el ventilador desgarrándote/ sé que te excita pensar/hasta donde llegaré/ es difícil de creer”: la estrofa es un lugar común donde lo sexual por no ser velado es patético y rompe cualquier buen cometido. Como tal, suena comprensible su convivencia –retroceso– con Nada Personal.
Luego de esta división, los restantes tracks son ejemplos de alta calidad pop que discos ulteriores de la década del ´80 no conseguirían tener: Doble Vida es un barato funk made in New York. (Sólo en los ’90 un delicado sonido eléctrico de distorsión, emparentado con el rock alternativo tan de moda por aquellos años, daría otra vez el mejor Soda: Canción animal y Dynamo). El tema “En el camino”, lado B de “Sin sobresaltos”, es una proyección del clima gris que deambula la atmósfera de la obra y que comparte con la cocaína su vedetismo. Una y otra son consecuencias de los “signos de los tiempos”. Cierra el disco “Final caja negra”, el momento en que todos creímos bailar en el lado oscuro de la tierra.