“La distancia también afina la mirada”: conversación con Vladimir Hernández

Con Deudas de sangre, Vladimir Hernández confirma su talento para narrar la tensión entre la huida y el destino, entre la violencia y la supervivencia. En esta novela ambientada en Cataluña, el autor cubano —radicado en Barcelona— explora un universo de mujeres que buscan romper con su pasado mientras enfrentan las fuerzas de un crimen organizado que parece omnipresente.
Hablamos con Hernández sobre su manera de entender el espacio narrativo, la relación entre Cuba y su nueva geografía literaria, y el pulso ágil que caracteriza su prosa.

La novela transcurre en escenarios muy concretos de Cataluña, con supermercados, carreteras, estaciones de tren. ¿Qué importancia tiene para ti anclar la violencia del thriller en lugares reconocibles y cotidianos?

En algunos aspectos soy un autor literario de mapa y brújula en un sentido figurado, pero es cierto que suelo apoyarme en la toponimia local, en el diseño urbano e incluso en el beat de una ciudad, una región o un país. Entiéndase que, además de la interacción de personajes, la peripecia argumental o la introspección, mi manera de entender y plantear una novela es proponiendo un espacio físico concreto, reconocible, quizás un modo sutil de decir que las cosas en la historia suceden de la manera que suceden justo porque están moduladas o condicionadas por el lugar donde ocurren.

Tus novelas Indómito, Havana Réquiem y Havana Skyline están muy ancladas a La Habana y a Cuba. Ahora, en Deudas de sangre, escribes desde Barcelona y sitúas la historia en la ciudad en la que vives. ¿Sientes que has tomado distancia literaria con Cuba y que tu obra ahora se ancla más en tu presente europeo? ¿De qué manera crees que la experiencia de emigrar ha influido en tu escritura?

Tengo que empezar a responderte de atrás hacia adelante. Definitivamente, la experiencia de emigrar enriquece tu narrativa. En primer lugar porque aprendes, cambias de registro, te redescubres y, dependiendo del país donde has fijado residencia, encuentras insospechados vínculos con lo que has dejado atrás. Pero también llegas a la conclusión de que, como narrador, la distancia te ayuda a perfilar ciertos elementos esenciales que permanecían opacos cuando vivías allí, la distancia te ayuda a establecer contrastes que antes eran invisibles. Mis novelas anteriores eran habaneras, criollas, cargadas de registros coloquiales y derivaciones latino-caribeñas, y en Deudas de sangre lo que hago es recontextualizar esos elementos (y conflictos) trasplantados a Europa, donde toman otra dimensión, otros ángulos más internacionales que quiero explorar.

Issa, Mercè y Elenka no son heroínas perfectas, sino mujeres atravesadas por el miedo, la duda y el instinto de sobrevivir. ¿Cómo construiste esas contradicciones en ellas?

Issa, Elenka y Mercè (una cubana, una rusa y una española) son tres mujeres con pasados que las atropellan de un modo u otro (yo diría que a la rusa Elenka le ha tocado el peor) y tras el encuentro fortuito, la suma de sus imperfecciones y fortalezas construyen un plan para librarse del avasallamiento. Pero no sólo planean romper con el pasado; quieren sobrevivir a ello. Las contradicciones de esas tres mujeres de latitudes distantes proceden de sus diferentes entornos culturales, y es esa firma idiosincrásica la que quiero explorar en la novela; los diferentes modos de juzgar y actuar ante un mismo problema. Es una historia que medra en los contrastes.

El crimen organizado en Deudas de sangre se siente real, verosímil, nada caricaturesco. ¿De qué fuentes o experiencias te nutres para darle esa autenticidad?

El argumento de Deudas de sangre es ficticio, con un capital simbólico subyacente en la narración, pero las construcciones antagónicas y muchos de los personajes tienen detrás elementos de la vida real, observación, lecturas, entrevistas, conversaciones con expertos en ciertos asuntos (hay que tener en cuenta que la novela no sólo habla de mujeres oprimidas y actividad criminal, sino de las operaciones ilegales de una institución extranjera). Supongo que de lo investigado proceden todos esos visos de autenticidad. Aspiro a ello.

El ritmo de la narración es veloz, casi sin respiro, y a la vez muy visual. ¿Piensas tus historias desde un inicio de manera cinematográfica o ese efecto surge después, al trabajar la prosa en la reescritura?

Nunca veo una novela como algo cinematográfico (al menos no lo hago conscientemente), pero es evidente que en la propuesta lúdica de una novela entran a jugar factores que remiten a los lectores a la previa experiencia cinematográfica. Aunque el formato textual reside en trabajar la palabra, la prosa eficiente, la construcción hermosa para comunicar mejor los eventos terribles o sublimes, es poco probable (por muy cerebral que sea la obra) que los novelistas evitemos o soslayemos la influencia cultural de los audiovisuales.

¿En qué proyecto literario te encuentras trabajando actualmente?

Siempre estoy trabajando en diferentes historias al mismo tiempo y siempre tengo dudas sobre cuál de los proyectos va a fructificar a mi conformidad. Por ejemplo, acabo de terminar una novela que transcurre en Cuba a finales de los años ’80 –muy ochentera, que era una cuenta pendiente, donde me impuse una reconstrucción estética– y ahora estoy trabajando en un nuevo proyecto de novela (en clave noir) que cuenta, de manera simultánea, dos historias que transcurren en la Cuba del pasado y en la España del presente; una línea argumental en La Habana de 1955 y la otra en Barcelona de 2025. Dos personajes emparentados entre sí llegan en épocas diferentes a grandes ciudades en su plena condición de inmigrantes. Ambos huyen de algo que han dejado en sus países de origen, y ambos tienen mimbres para labrarse un camino en las circunstancias más difíciles.

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