El poder bajo secuestro: Hostage y el dilema de gobernar entre la vida y la muerte

En apenas cinco episodios, la miniserie Hostage, estrenada por Netflix en agosto de 2025, condensa lo que muchas ficciones políticas suelen estirar hasta el cansancio: la fragilidad del poder, el precio de las decisiones públicas y la inevitable colisión entre lo privado y lo estatal. Creada por Matt Charman, el mismo guionista de Bridge of Spies, la serie se mueve con paso firme entre el thriller de secuestros y el drama político, situando a dos mujeres en el centro de un tablero que no controlan del todo.

La historia arranca con Abigail Dalton (Suranne Jones), la flamante Primera Ministra del Reino Unido, enfrentando un problema que parece de manual para hundir a cualquier gobierno: una crisis sanitaria que deja al Servicio Nacional de Salud sin medicamentos esenciales. Como si fuera poco, su marido, un médico voluntario en la Guayana Francesa, es secuestrado por un grupo armado que exige su renuncia como condición para liberarlo. La ecuación es brutal: salvar al hombre que ama o mantener el cargo que recién comienza a ocupar.

En paralelo aparece Vivienne Toussaint (Julie Delpy), presidenta de Francia y rival política en apariencia, pero aliada forzada por las circunstancias. Toussaint no está mejor: su propia vida privada se convierte en objeto de chantaje en plena campaña electoral. Así, dos líderes que representan países vecinos, históricamente unidos y distantes a la vez, se ven obligadas a negociar en un doble frente: con los secuestradores y con sus propios gabinetes, donde abundan los tiburones que huelen sangre.

Uno de los grandes aciertos de Hostage es el ritmo. En lugar de alargar la tensión con diez o más capítulos, la serie concentra su energía en cinco entregas compactas, donde cada escena impulsa la trama hacia un nuevo dilema. La narración evita la dispersión y se enfoca en la fragilidad de los personajes: Dalton, atrapada entre su papel de madre y esposa y la obligación de gobernar; Toussaint, luchando por mantener la imagen de una mandataria fuerte cuando su vida íntima amenaza con derrumbarla.

Pero Hostage también tiene sus sombras. La principal es que, en su afán por ser contemporánea, la serie cae a ratos en lo políticamente correcto. Todo el poder recae en personajes femeninos: la primera ministra británica, la presidenta francesa, incluso la premier que acompaña de cerca las negociaciones. A esto se suma que el esposo de Dalton, pieza clave en la trama, es un médico afrodescendiente. Es cierto que la intención es visibilizar otras voces y liderazgos, pero en ocasiones la balanza se siente inclinada al extremo, como si la necesidad de corregir viejas ausencias hubiera llevado a una representación menos verosímil de la realidad política. Un mayor equilibrio habría dotado a la serie de más naturalidad y matices.

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