En 1994, cuando salió Circo Beat, Fito Páez ya había superado los años más oscuros de su vida. Venía de haberse perdido en el alcohol, atrapado en un espiral de excesos que casi lo consume, pero para entonces había atravesado esa crisis y se encontraba en otra etapa, más clara y vital. Circo Beat es el testimonio de esa reconciliación: un disco que se permite mirar atrás con ternura, recuperar los años más bonitos de su infancia en Rosario y transformar la memoria en canciones. “Mariposa tecknicolor” es quizás el ejemplo más luminoso, pero “Tema de Piluso” ocupa un lugar igual de entrañable dentro de ese universo de recuerdos. A la vez, el disco confirmaba que Páez, después del fenómeno arrasador de El amor después del amor, no se conformaba con repetir la fórmula del éxito: buscaba otra paleta, más lúdica, más barroca, más personal.
“Tema de Piluso” es un homenaje abierto a Alberto Olmedo, el cómico rosarino que murió trágicamente en 1988 y que se había convertido en un símbolo de la cultura popular argentina. Olmedo no solo fue el rey del sketch televisivo: también había creado a Piluso, ese capitán ingenuo y entrañable que marcó a varias generaciones. Fito, que había crecido en Rosario viendo esos programas, encontró en él un espejo afectivo y una referencia de infancia que todavía lo acompañaba.
Pero el tema no habla solo de Olmedo: habla también del niño Fito en la casa de su abuela, rodeado de sus tías, de esa sensación cálida de las meriendas familiares. No es casual que el coro repita: “No hay merienda si no hay capitán”. En su libro de memorias Infancia y Juventud, Páez recuerda justamente eso: cómo aquellas tardes, entre risas y comida casera, la figura de Piluso era parte de su vida cotidiana.
Musicalmente, la pieza se integra perfectamente al clima de Circo Beat. Con un aire de pop luminoso, arreglos juguetones y un ritmo que parece invitar a tararear, “Tema de Piluso” funciona como descanso emocional entre canciones más intensas. Pero no por eso es menor: su ligereza es estratégica, una forma de abrir un respiro y al mismo tiempo conectar con lo entrañable. La voz de Páez, clara y sin excesos, transmite calidez más que dramatismo, como si estuviera hablándole a un amigo que ya no está.
“Tema de Piluso” no busca la perfección técnica ni la épica del hit radial. Es, más bien, un guiño cómplice, una foto familiar guardada en medio de un álbum de alta producción. Y justamente por eso funciona: porque nos recuerda que, detrás del músico consagrado, sigue estando el chico rosarino que se emocionaba con un comediante disfrazado de marinero y con las meriendas preparadas por su abuela.